¡Urgen más cínicos!
El filósofo francés Michel Onfray (1959) retrata en palabras de Teofrasto (371 a.C. a 287 a.C.), botánico y filósofo griego al cínico vulgar: “es un hombre que maldice y tiene una reputación deplorable. Es sucio, bebe y nunca está en ayunas. Cuando puede hacerlo, estafa y golpea a quienes descubren el engaño antes de que puedan denunciarlo. Ninguna actividad le repugna: será patrón de una taberna si es necesario, encargado de un burdel, pregonero e incluso, si se quiere, recaudador de impuestos.
“Ladrón, habituado a las comisarías y a los guardias civiles, a menudo se le encuentra, locuaz, en la plaza pública, a menos que se convierta en abogado de todas las causas, aunque sean las más indefendibles.
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“Prestamista con fianza, tiene además la soberbia de un mafioso y no cuesta mucho imaginarlo como el gángster emblemático. Puede vérselo haciendo su ronda −continua Teofrasto− entre los taberneros y los vendedores de pescado (o salazones de carne), para cobrar sus ganancias”. Para completar el cuadro, no olvidemos que el cínico deja sin sentir vergüenza que su madre se muera de hambre...”.
El mismo Onfray contrapone a esa definición de cinismo vulgar la del cinismo filosófico, del también filósofo Diógenes (412 d. de C. a 323 d. de C.), la cual es la medicina para curarnos de esa tosca acepción.
“El cinismo filosófico propone una divertida ciencia, un alegre saber insolente y una sabiduría práctica eficaz que apunte hacia la caída de las máscaras de la vida civilizada y oponer a la hipocresía las costumbres del ‘perro’, basadas en una autosuficiencia; una vida natural e independiente de los lujos y honores de la sociedad”.
Ese es el camino que Diógenes proponía a los hombres hacia la felicidad. Por ello, él se erige hoy “en médico de la civilización, cuando el malestar desborda las copas y satura la actualidad”.
Onfrey insiste: “Hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos: a ellos les correspondería la tarea de denunciar las supercherías, de destruir las mitologías y de hacer estallar en mil pedazos los bovarismos (la frustración resultante del contraste entre las ilusiones y aspiraciones de las mayorías y la realidad) generados y luego amparados por la sociedad de consumo.
Por último, Onfrey abunda, “esos nuevos cínicos podrían señalar el carácter resueltamente contradictorio entre el saber y los poderes institucionalizados. Figura de la resistencia, el nuevo cínico impediría que las cristalizaciones sociales y las virtudes colectivas, transformadas en ideologías y en conformismo, se impusieran a las singularidades (ciudadanas). No hay otro remedio contra las tiranías que no sea cultivar la energía de las potencialidades singulares y únicas”.
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Y concluye: “La máxima del cínico es ‘no ser esclavo de nada ni de nadie en el pequeño universo donde uno halla su lugar’. Su voluntad es estética: considera la ética como una modalidad del estilo y proyecta la esencia de éste en una existencia que se vuelve lúdica. Todas las líneas de fuga cínicas convergen en un punto focal que distingue al filósofo, no ya como un geómetra, sino como un artista, el escenógrafo de un gran estilo”.
Diógenes, entonces, hace un llamado puntual: Urgen más Cínicos. ¿O, no?
Nota: Este texto toma referencias del texto de Michel Onfray titulado “Cinismos. Retratos de los Filósofos Llamados Perros”. Paidós: 1993
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución