Velitas colombianas: entre esperanzas y añoranzas
La fiesta de las velitas, que se celebra en toda Colombia entre el 7 y el 8 de diciembre en honor a la Inmaculada Concepción, ha trascendido su significado religioso
Los viajes nos ayudan a dimensionar el mundo y a descubrir que es mucho más grande y diverso de lo que solemos imaginar. Amplían nuestra mirada, incluso sobre aspectos que consideramos cotidianos, como la duración de los días y las noches. Aquí, cerca del ecuador, prácticamente no hay variaciones a lo largo del año. Nada que ver con lo que ocurre cerca de los polos, donde el invierno trae largas horas de oscuridad, mientras que en verano sucede todo lo contrario.
En esta región llaman “invierno” a las temporadas de lluvias, y al resto del año le dicen “verano”. Lo cálido o frío del clima no depende del mes, sino de la altitud. Entre más elevado esté un lugar, más frío resulta, y viceversa. Esta dinámica se mantiene constante durante el año, con variaciones entre épocas más húmedas o secas.
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En un contexto así, se confirma que los husos horarios son una decisión política, más vinculada a las voluntades humanas que a “lo natural”. Por eso, en Medellín −y en el territorio colombiano en general− amanece y anochece temprano, siempre antes de las 6:00 y las 18:00 horas. De modo que ir a caminar a las 19:00 es salir de noche. Y esa caminata nocturna del pasado sábado 7 de diciembre será, para mí, inolvidable.
Las banquetas y plazas públicas estaban llenas de gente reunida, familias y vecinos compartiendo la ceremonia de las velitas. Aunque ya conocía esta festividad, nunca la había visto tan en la calle como en Medellín, donde muchas personas sacan sus sillas, colocan parrillas y ponen música para convivir.
La fiesta de las velitas, que se celebra en toda Colombia entre el 7 y el 8 de diciembre en honor a la Inmaculada Concepción, ha trascendido su significado religioso para convertirse en un símbolo de unión y esperanza. Es tan importante que las familias dedican gran tiempo a prepararla, casi al nivel de la cena de Nochebuena.
El ritual es sencillo y especial: las velas se colocan en el suelo o sobre bardas, usualmente en línea recta. Se encienden y se dejan consumir por completo mientras las personas rezan, conversan, cantan o simplemente conviven. Al agotarse las velas, algunos se retiran y otros prolongan la reunión hasta muy entrada la noche.
Esta tradición es particularmente significativa para un pueblo que sufrió más de medio siglo de conflicto armado, que dividió familias y desplazó a muchos por la violencia. Colombia, pese a todo, ha mostrado una gran capacidad de resiliencia y progreso. Aun con sus dificultades económicas, ciudades como Medellín o Cali cuentan con infraestructura en buen estado, un contraste evidente con nuestras calles mexicanas, a menudo llenas de baches.
Ver las calles llenas de gente feliz, conviviendo en torno a una tradición, me hizo sentir nostalgia por ese México de ayer en el que crecí, donde las posadas eran nuestra forma religiosa de compartir esperanza. Hoy ese ritual está casi olvidado; hay posadas, pero se han convertido en fiestas comunes, despojadas de aquello que las hacía especiales.
Mi caminata nocturna ese 7 de diciembre, en Medellín, fue un recorrido personal entre la esperanza de otros y mis propias añoranzas.