Violencia contra mujeres, ¿cómo ponerle freno?
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políticas públicas que buscan revertir la violencia doméstica
Con frecuencia publicamos en VANGUARDIA las cifras relativas a las agresiones que denuncian las mujeres de nuestra entidad, estadística que es recogida por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) en los reportes que sobre incidencia delictiva pone a disposición del público.
La frecuencia de las publicaciones acaso retrata la “normalidad” del hecho y, pero aún, probablemente insensibilice al respecto. Pero la intención es exactamente la contraria: visibilizar el fenómeno es el primer paso indispensable para cobrar conciencia de la existencia de un problema.
Pero la intención tampoco es que “nos demos cuenta” de que el fenómeno de la violencia doméstica es uno que está presente en nuestro entorno y que, al menos por el número de hechos denunciados, pareciera ir en aumento. Lo importante es que asumamos la necesidad de reaccionar frente a éste.
Los datos que se consignan en el reporte que publicamos en esta edición son tan elocuentes como cualquier otro reporte publicado con anterioridad: Coahuila es la décima entidad del país con la mayor tasa de incidencia de mujeres que denuncian haber sido víctimas de violencia física, es decir, haber sido golpeadas.
Estamos hablando de casi 120 casos por cada 100 mil mujeres. Un solo caso sería inadmisible y demandaría la atención de las autoridades, pero también la reacción de la comunidad entera. Los casi dos mil casos denunciados el año pasado en la entidad exigen una reacción inmediata.
Y aquí es conveniente siempre recordar que la estadística relativa a la violencia doméstica es una que arrastra una “cifra negra”, es decir, que por cada caso denunciado se considera que existen varios más que no han llegado a engrosar las cifras oficiales.
Como se ha dicho en múltiples ocasiones, la violencia que padece el género femenino es una que se origina en la existencia de patrones socioculturales que conducen a considerar a las mujeres como personas “inferiores”, lo cual “justifica” el que los hombres –los principales victimarios en estos casos– ejerzan violencia sobre ellas.
Llevar una estadística puntual del fenómeno –con todo y que se haga “con perspectiva de género”– es inútil si los indicadores que se desprenden de tal estadística no conducen a reorientar las políticas públicas que, al menos en teoría, buscan revertir situaciones como la de la violencia doméstica.
Si nos limitamos simplemente a leer los números y a observar pasivamente el comportamiento creciente de las estadísticas, daría exactamente lo mismo que no las lleváramos y siguiéramos, como hasta hace muy poco, ignorando la existencia del problema.
Lo que se espera es que la existencia de indicadores haga reaccionar a las autoridades y a la comunidad en general: estamos ante un problema que demanda atención urgente y no solamente la repetición acrítica de números que dejan claro nuestra insensibilidad ante los hechos.