Violencia sistemática
“Michel Foucault: Neoliberalismo y Biopolítica”, de Vanessa Lamm (2010), es un texto que vale la pena leer para entender el estado que guarda en este momento la violencia que se ha agudizado en el mundo, pero particularmente en nuestro País. A grandes rasgos, afirma que en la sociedad capitalista en la que vivimos, el control social no sólo se da mediante la apropiación de las conciencias o por la imposición de ideologías −cualquiera que éstas sean– sino a través de lo somático y lo corporal, por una simple razón: el cuerpo es una entidad biopolítica. Se lo explico.
¿Qué es el trabajo forzado? En sus múltiples expresiones, en concreto el trabajo que realizan millones de personas en las maquiladoras, los mineros, los jornaleros, la trata de blancas, el trabajo sexual, el tráfico de personas, el tráfico de órganos, los bajos salarios en general, entre otras cosas. No lo piense dos veces, son formas de control social, son lo que algunos autores han llamado “nuevas formas de esclavitud moderna”. Todo esto teniendo como soporte la corrupción y, claro, la impunidad.
Lo otro, las acciones de las organizaciones delincuenciales en sus
diferentes formas: la desaparición forzada, el desplazamiento forzado, las detenciones arbitrarias y todo lo que el Estado permite, por incom-petencia e inoperancia, y que implican la responsabilidad de éste se denomina violencia sociopolítica; tiene como propósito −como lo hemos venido experimentando− controlar a la población a través del miedo y el terror. ¿Usted dígame si lo han logrado o no?
Y por supuesto, el desgaste social que se genera a partir de los bajos niveles de poder adquisitivo de gran parte de la población, hablo justo de salarios de subsistencia; las viviendas indignas que permiten las autoridades volviéndose aval de empresarios codiciosos, las condiciones actuales del mercado que por supuesto controlan quienes se han apropiado del mercado, han generado directa o indirectamente una estela de violencia familiar, y particularmente contra mujeres –de todas las edades– en todas sus formas, elevando como bien lo sabe el número de feminicidios, de violencia sexual, sexting, ciberacoso, doxing y por supuesto las agresiones constantes a las comunidades LGTTBIQ+. ¿Casual? Absolutamente intencional.
Pero también está lo que usted y yo promovemos, consciente o inconscientemente, por la falta de internalización sobre las consecuencias que generamos cuando buscamos invisibilizar al otro y lo expropiamos de su posibilidad de representación cuando mostramos indiferencia, le negamos la palabra, lo insultamos, nos burlamos, lo descalificamos, discriminamos, ironizamos o simplemente lo ignoramos.
Estas acciones son tan comunes que no hemos calculado las repercusiones que individual o colectivamente causamos y que se determina a partir del dicho que todos conocemos que reza: la violencia engendra violencia. Los resentimientos sociales, el que sea, tienen como matriz esto que se ha denominado violencia epistemológica y que socialmente se trasluce a través de los colonialismos, los clasismos, los racismos y la xenofobia.
En ese sentido apareció el concepto de biopolítica, es decir, la relación que tiene la política y la vida, donde la sociedad es custodiada, controlada y regulada por el poder político, según Michel Foucault. De ahí la importancia de la democracia y por supuesto de la participación ciudadana, que en muchos de los casos los gobiernos y la clase política obstaculizan, por lo que implicaría: detrimento de poder y de riqueza para quienes la operan. El problema es que cada vez se ve más lejano el tema del autogobierno por todos los dichos que le hemos comprado, en nuestro caso a las élites del poder y particularmente a los partidos políticos.
No tenemos en México un punto de inflexión con el tema de la violencia porque el heteropatriarcalismo en el que hemos vivido la ha producido a gran escala desde siempre, pero sí está bastante claro que de 2006 a la fecha ésta hegemonía y espiral de violencia nos sigue poniendo en caída libre hacia la involución y la desgracia social.
Lo que se ha vivido por estos días en los estados de Jalisco, Guanajuato, Zacatecas, Baja California y Chihuahua es ni más ni menos la evidencia más nítida de la violencia como recurso irracional de la afirmación acerca de quién tiene el poder. Como datos: de 2006 a la fecha se ha cobrado la vida de más de 350 mil personas. En el presente sexenio van más de 105 mil 804 decesos. Y sólo en el primer semestre de 2022 se registraron 15 mil 400 homicidios dolosos.
La banalización de la violencia por parte de las autoridades que se trasluce a nivel de sus discursos y acciones, o el simple dejar hacer o dejar pasar que vemos todos los días, no es sino la complicidad y la falta de voluntad de permitir que los ciudadanos podamos tener una vida sin sobresaltos y en paz. Por supuesto, no es la ciudadanía quien tiene la responsabilidad de garantizar seguridad a la sociedad en general, pero sí la de elegir a quienes puedan garantizarla. Sin lugar a dudas, la ruta de salida es compleja. Así las cosas.