Hoy termina la lucha. Hoy comienza la lucha. Al sonido y la furia de las pugnas por el poder sigue este día el silencio en el cual cada ciudadano emite su voto a solas con su conciencia, y expresa así su voluntad. Quien se abstiene de votar se margina de la vida cívica y política, y al mismo tiempo que pierde la oportunidad de ejercer un derecho deja de cumplir una importante obligación. Ciertamente la democracia no se agota en la emisión de un voto. Es tarea de todos los días, pues de continuo ese valor es acosado por fuerzas ansiosas de tener dominio absoluto y de controlar el poder con exclusión de los demás participantes en el escenario nacional, suprimiendo así el pluralismo indispensable en la comunidad. Yo iré a votar llevando en mí dos sentimientos. El primero es de orgullo; el segundo de esperanza. Orgullo, porque elegiremos a una mujer para que sea nuestra Presidenta. En este país que no supera aún antiguos paradigmas de machismo y en el cual todavía la mujer es víctima de abusos, injusticias y discriminación, el hecho de que dos mujeres figuren en la boleta electoral, y que una de ellas vaya a ser electa, debe enorgullecernos a los mexicanos, pues en eso nos adelantamos al vecino del norte, que se asume como epítome de la modernidad política y se jacta de ser abanderado de la democracia y adalid del más avanzado feminismo. Junto a ese orgullo llevo una esperanza: que gane Xóchitl Gálvez. Lo he dicho muchas veces y lo repito hoy: sé bien que la aplanadora de Morena, tan semejante al incontrastable poder que en su época de dominación ejerció el PRI, operará con todos sus recursos en favor de la candidata gobiernista. Buscará también tener en el Congreso una mayoría que le permita a López, y luego a su eventual sucesora, hacer reformas a la Constitución que anulen los logros democráticos, tan dificultosamente conseguidos, e implanten en su lugar un régimen estatista totalitario, conculcador de las garantías individuales. Millones de mexicanos han salido a las calles y las plazas para rechazar ese proyecto con tufos de fascismo, y López Obrador los ha llamado traidores a la patria por resistir sus designios, como si él fuera la patria. Ha hecho de la bandera su propiedad privada, y en violación flagrante de la legislación que norma el uso de los símbolos nacionales se ha arrogado la facultad de decidir cuándo el lienzo tricolor se puede izar en el Zócalo, corazón de México, y cuándo no. Debemos oponernos hoy con nuestro voto a la perpetuación de ese régimen tan contrario a las leyes que nos rigen y a las instituciones en que se basa la vida cívica y política de la República. Si AMLO, cuya figura se ha vuelto popular a base de dádivas, mentiras e incesante propaganda, hace que triunfe la candidata que él mismo eligió al estilo de los mandatarios priistas del pasado, tendremos al mismo tiempo, me temo, presidenta y presidente, pues el caudillo de la 4T tardó 30 años en hacerse del poder, y seis le parecerán pocos para ejercitarlo. En el caso de que Sheinbaum gane la elección deberá ganar después su independencia frente a López Obrador, político aldeano con humos de personaje histórico. Ninguna duda cabe de que en este sexenio México ha retrocedido en todos los órdenes sin avanzar en ninguno. Tres grandes amenazas se ciernen ahora sobre nuestro país: el continuismo, el absolutismo y el militarismo. Esos riesgos no apuntan hacia la libertad, sino hacia todos los males que derivan de un régimen autoritario. Lejos estaremos de la democracia y cerca de la dictadura. Por eso es necesario repetir de nuevo que un voto por Morena es un voto contra México... FIN.
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