Vuelta a la naturaleza. Compromiso de pertenecer a esta tierra
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Los kikapúes, la tribu en cuyo nombre su origen es el que camina por la tierra, emigraron desde el norte de Canadá y recorrieron distancias larguísimas, en ocasiones encarnizadamente obligados a huir de sus asentamientos. Mientras algunos se establecieron en los estados de Oklahoma y Kansas, otros continuaron su andar hasta llegar a este territorio mexicano.
Fueron beneficiarios de territorios cuando Carlos III les otorgó los ubicados en las riberas de los ríos San Angelo y Sabinas.
El primer presidente de México, Guadalupe Victoria, hizo lo propio con terrenos del hoy Texas, y a mediados del siglo 19 fueron ubicados en Múzquiz. Ahí radican actualmente, desde que Benito Juárez les diera la posesión definitiva de esos asentamientos, extendidos bajo la presidencia de Venustiano Carranza y apoyados por Lázaro Cárdenas.
Ese andar de un lado a otro, en el origen primigenio de las tribus, les hacía establecer con la tierra y la naturaleza una relación sumamente especial. Pese a que los sitios en que se asientan puedan ser áridos, el agua de los ríos que los bañan en el emblemático sitio El Nacimiento hace posible ahí la existencia de árboles frutales de diversa índole, así como el cultivo de cereales y verdura.
Resulta interesante la cosmovisión de este grupo étnico. La forma única de una particular relación con la vida, que posee connotaciones místicas y mágicas. Para ellos, la existencia está ligada íntimamente con la naturaleza y tiene un sentido y una vida propia cada entidad, sea esta humana o inorgánica.
Esa importante visión y relación del hombre que se fusiona con la naturaleza, que es uno, y que aunque pareciera lógica en realidad el hombre de ciudad tiende a olvidar, remite a los relatos de tiempos antiguos.
Uno de ellos, con el que recientemente topé, el de los 294 hombres y 69 mujeres de la rama Bishnois del hinduismo que en el año 1730 defendieron con sus propios cuerpos a los árboles de su pueblo, los cuales iban destinados a convertirse en materia prima para construir un palacio. Hombres y mujeres murieron, pero con su acción se motivó un decreto real: este prohíbe se talen árboles en cualquier pueblo de Bishnoi, y adicionalmente inspiró que en los años setenta del siglo 20 se generara un movimiento denominado Chipko, donde mujeres campesinas de Himalaya, en el norte de la India, se abrazaron a los árboles y con ello llevaron a reformar la silvicultura y una moratoria sobre la tala de árboles en las regiones del emblemático sitio geográfico.
El término Chipko alude a “abrazarse”. Caminar, como los kikapúes, en el contacto directo con la tierra; abrazarse a los árboles, en otro trato directo con la obra de la naturaleza, lleva al origen primigenio de la especie humana y su relación con las fuerzas naturales.
La sociedad actual vive una frenética expansión urbana y “civilizatoria”. Volver la vista a la naturaleza y tratarla desde una dinámica de respeto y devoción haría ideal un regreso a esos orígenes, tan necesario en el momento actual.
En nuestra región, el maltrato a las sierras, la destrucción de hábitats naturales cobrará sin duda alguna la factura. La naturaleza regresará a su cauce y por su cauce.
Resulta muy importante insistir a través de métodos imaginativos y elocuentes, desde la tierna infancia y en los años de educación escolar, en propiciar el amor hacia lo que envuelve nuestras vidas en comunidad, la naturaleza de la que formamos parte.
Parafraseando al rey poeta Nezahualcóyotl, los cantos no cesarán, no acabarán las flores...