Por Jacob Dreyer, The New York Times.
SHANGHÁI — A primera vista, Xi Jinping parece haber perdido el rumbo.
El presidente chino parece estar reprimiendo el dinamismo emprendedor que le permitió a su país salir de la pobreza y convertirse en la fábrica del mundo. Se olvidó de la máxima de Deng Xiaoping de “Enriquecerse es glorioso” en favor de la planificación centralizada y eslóganes de línea comunista como “civilización ecológica” y “fuerzas de producción nuevas y de calidad”, que han dado lugar a predicciones del fin del milagro económico chino.
No obstante, desde hace décadas, Xi apuesta, de hecho, a que China domine la transición mundial hacia la energía verde, con su partido único como fuerza motriz de un modo que los mercados libres no pueden o no quieren. Su máximo objetivo no es solo abordar uno de los problemas más urgentes de la humanidad, el cambio climático, sino también situar a China como el salvador mundial en el proceso.
Ya comenzó. En años recientes, la transición para abandonar el uso de los combustibles fósiles se ha convertido en el mantra de Xi y en el hilo conductor de sus políticas industriales. Está rindiendo frutos: ahora China es el principal fabricante de tecnologías amigables con el medioambiente, como los páneles solares, las baterías y los vehículos eléctricos. El año pasado, la transición energética fue el principal impulsor de las inversiones en general y el crecimiento económico en China, que se convirtió en la primera gran economía en lograrlo.
Esto plantea una importante interrogante a Estados Unidos y a toda la humanidad: ¿Tiene razón Xi? ¿Un sistema estatal como el chino está mejor posicionado para resolver una crisis generacional como el cambio climático, o la respuesta es una estrategia de mercado descentralizado, como el estadounidense?
La manera en la cual esto se desarrolle puede tener implicaciones serias en el poder y la influencia de Estados Unidos.
Pensemos en lo que ocurrió a principios del siglo XX, cuando el fascismo supuso una amenaza mundial. Estados Unidos se tardó en intervenir, pero con su poderío industrial —el arsenal de la democracia— se impuso. Quien abre la puerta hereda el reino y Estados Unidos se lanzó a construir una nueva arquitectura del comercio y las relaciones internacionales. Comenzó la era del dominio estadounidense.
De igual modo, el cambio climático es un problema mundial que amenaza nuestra especie y la biodiversidad global. ¿Dónde encontrarán soluciones Brasil, Pakistán, Indonesia y otras grandes naciones en desarrollo que ya están lidiando con los efectos del cambio climático? La solución estará en las tecnologías que ofrezcan un camino asequible hacia la descarbonización y, hasta ahora, es China la que está proporcionando la mayor parte de los páneles solares, autos eléctricos y más. Las exportaciones chinas, cada vez más encabezadas por la tecnología verde, están en ascenso y buena parte del crecimiento implica exportaciones hacia países en desarrollo.
Desde el punto de vista neoliberal de Estados Unidos, un impulso estatal como este podría parecer ilegítimo o incluso injusto. Según se dice, el Estado, con sus subvenciones y políticas públicas, toma decisiones que es mejor dejar en manos de los mercados.
Pero los gobernantes chinos tienen sus propios cálculos, que dan prioridad a la estabilidad en las próximas décadas frente a los beneficios actuales para los accionistas. La historia china está plagada de dinastías que cayeron a causa de hambrunas, inundaciones o falta de adaptación a las nuevas realidades. El sistema de planificación centralizada del Partido Comunista de China valora la lucha constante por su propio bien y la lucha de hoy es contra el cambio climático. China recibió un aterrador recordatorio de ello en 2022, cuando buena parte del país se asó durante semanas debido a una ola de calor sin precedentes que secó ríos, consumió cosechas y ocasionó varias muertes por golpe de calor.
El gobierno chino sabe que debe llevar a cabo esta transición ecológica por interés propio racional o arriesgarse a unirse a la Unión Soviética en el montón de chatarra de la historia y está tomando acciones para hacerlo. En el gobierno chino hay cada vez más personas en el liderazgo con formación en ciencia, tecnología y medioambiente. Chen Jining, experto en sistemas medioambientales y exministro chino de protección ambiental, gobierna Shanghái, la ciudad más grande del país y su principal eje financiero e industrial. En todo el país, se invierte capital en desarrollar y llevar al mercado nuevos avances en cosas como baterías recargables y en la creación de defensores corporativos en energía renovable.
Pero tiene que quedar claro que la agenda verde de Xi no es solo una iniciativa medioambiental. También le ayuda a reforzar su control del poder. En 2015, por ejemplo, se formó el Equipo de Inspección Medioambiental Central para investigar si los líderes de las provincias e incluso las agencias del gobierno central cumplían con este impulso ecológico, se adherían a su fomento ecológico, dándole otra herramienta con la que ejercer su ya considerable poder y autoridad.
Al mismo tiempo, asegurar fuentes de energía renovables es una cuestión de seguridad nacional para Xi; a diferencia de Estados Unidos, China importa casi todo su petróleo, que la Marina estadounidense podría interrumpir en puntos de estrangulamiento como el estrecho de Malaca en caso de guerra.
El plan de Xi —llamémoslo el Salto Adelante Ecológico — tiene graves deficiencias. China continúa construyendo plantas eléctricas de carbón y sus emisiones anuales de gases de efecto invernadero siguen siendo mucho mayores que las de Estados Unidos, aunque las emisiones de Estados Unidos son más altas por habitante. La industria china de los autos eléctricos se construyó mediante subsidios y el país podría estar usando trabajo forzado para producir paneles solares. Son preocupaciones serias, pero pasan a un segundo plano cuando Pakistán se inunda o Brasil quiere construir una fábrica de autos eléctricos o Sudamérica necesita con urgencia páneles solares para una red energética que no funciona.
Sin querer, la política estadounidense puede estar ayudando a China a acaparar cuota de mercado mundial en productos de energías renovables. Cuando Estados Unidos (ya sea por motivos de seguridad nacional o proteccionistas) mantiene a empresas chinas como Huawei fuera del mercado estadounidense o no permite la entrada a fabricantes de autos eléctricos como BYD o a compañías que tienen que ver con inteligencia artificial o vehículos autónomos, dichas empresas deben buscar en otra parte.
La Ley de Reducción de la Inflación del presidente Joe Biden, que se propone abordar el cambio climático, ha puesto a Estados Unidos en un camino sólido hacia la neutralidad del carbono. Pero la descentralización de Estados Unidos y su apuesta por la innovación privada significan que la política gubernamental no puede tener el mismo impacto que en China.
Por eso es crucial que los estadounidenses reconozcan que, para la mayor parte del mundo, quizá para todos nosotros, la capacidad de China de proporcionar tecnología verde de bajo costo es, en conjunto, una gran noticia. Toda la humanidad necesita avanzar hacia las energías renovables a gran escala, y rápido. Estados Unidos sigue a la cabeza de la innovación, mientras que China sobresale a la hora de tomar la ciencia de la innovación y hacer que su aplicación en el mundo real sea rentable. Si los políticos, inversionistas y empresas estadounidenses reconocieran que el cambio climático es la mayor amenaza para la humanidad, se abrirían vías de diplomacia, colaboración y competencia constructiva con China que nos beneficiarían a todos.
Juntos, China y Estados Unidos podrían descarbonizar el mundo. Pero si los estadounidenses no se lo toman en serio, los chinos lo harán solos.
Y si Estados Unidos intenta obstaculizar a China, mediante listas negras de empresas, prohibiciones comerciales o tecnológicas, o presiones diplomáticas, acabará pareciendo parte del problema climático. Eso ocurrió a principios de este mes, cuando la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, durante una visita a China, instó a los funcionarios de este país a frenar las exportaciones de tecnología verde que en opinión de Estados Unidos dañan a las empresas estadounidenses.
Xi no abandonará por completo el contaminante modelo económico de fabricación para la exportación que tan bien ha funcionado en China, ni parece dispuesto a detener la construcción de centrales de carbón. Ambas se consideran necesarias para la seguridad económica y energética hasta que se complete la transición ecológica. Pero ahora son solo un medio para alcanzar un fin. El objetivo final, al parecer, es alcanzar la neutralidad del carbono mientras domina las industrias que lo hacen posible.
Al igual que Estados Unidos llegó tarde a la Segunda Guerra Mundial, las empresas chinas de tecnologías limpias llegan tarde y aprovechan la tecnología desarrollada en otros países. Pero la historia no premia necesariamente a quien llegó primero, sino a quien llegó al último, cuando se resolvió un problema. Xi parece discernir el caos climático que se avecina. Ganar la carrera por las soluciones significa conquistar el mundo que viene después. c.2024 The New York Times Company.