Y ahora, ¿qué hacemos con Donald Trump?

Opinión
/ 7 noviembre 2024

De alguna manera la historia se reitera en las elecciones en EU. Se repite respecto a México en cuanto a que un proyecto radical prevalece con un mandato avalado en las urnas. Aunque en EU la desconcentración del poder y las libertades son una realidad que sirve de contención al presidente, existe un proyecto político que pretende modificar el régimen democrático y que gana la elección, la presidencia, el Senado y posiblemente la Cámara de Representantes. En EU habrá un presidente y en México una presidenta sin los límites tradicionales del régimen republicano, además decididos a transformar de manera profunda la política. Él, al igual que los de Morena acá, podrá invocar el mandato popular en la pretensión de hacer lo que quiera.

Para México la elección de Trump es el peor desenlace posible. No faltará quien crea que un presidente fuerte en EU servirá para moderar los excesos de los de acá; ingenuidad mayor. Posiblemente quien piense que la “buena” relación entre el expresidente López Obrador y el candidato triunfante sirva para llevar la fiesta en paz, otro ejemplo de candidez. El resultado no es bueno para el país, sí para la televisora que decidió apoyarlo en el momento de incertidumbre.

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Trump se lo hizo saber a la presidenta Sheinbaum a horas de ganar la elección: está decidido a utilizar los aranceles para obligar a las autoridades mexicanas a hacer la tarea en seguridad y migración en función de los intereses norteamericanos. Debe entenderse que los aranceles no sólo sirven para someter a los países que comercian con EU, también generan ingresos para cumplir su promesa de reducir impuestos.

México no será tratado como aliado o socio comercial, sino como un país al que hay que manejar porque no es confiable, porque en la perspectiva de Trump y su triunfante movimiento han abusado de la vecindad y de los acuerdos, particularmente, porque sus autoridades declinaron luchar contra el crimen y controlar la frontera para evitar el paso de drogas y migrantes ilegales. Los números de la violencia y la crisis en el sistema de justicia penal se vuelven contra México.

El gobierno mexicano ha hecho lo de cajón. Por una parte, decir que las referencias hostiles o negativas son parte de la campaña electoral. Por la otra, anticipar que habrá colaboración y entendimiento. La palabra respeto ya se incorporó en el reconocimiento de la presidenta. Hay respeto de México hacia allá, pero no ha sido recíproco. La presidenta Sheinbaum lo sabe y por eso ha reconvenido al embajador Ken Salazar por su rechazo público a la reforma judicial y reitera el reclamo por la participación del gobierno norteamericano en el secuestro de El Mayo” Zambada sin informar a las autoridades mexicanas, una clara muestra de desconfianza a éstas.

Para México no debe ignorarse que Trump ganó la elección a partir del rechazo de la sociedad norteamericana a la migración ilegal. Muchos de ellos son mexicanos y casi todos ingresaron por la frontera nuestra. El problema es que desde la perspectiva norteamericana eso les da derecho a exigir al vecino regresarlos por donde entraron y hacer del territorio nacional el lugar para enviar a los expulsados. Es un problema monumental, humanitario, desde luego, pero también social y económico. No se trata de deportar a millones de migrantes a su país de origen, sino de dejarlos en México. El gobierno no tiene capacidad alguna para administrar razonablemente una situación de tal magnitud y complejidad. Esto tendrá que contemplarse obligadamente en una estrategia multilateral con intervención de la ONU, tan vilipendiada por el régimen obradorista. El canciller De la Fuente, por sus antecedentes, se vuelve relevante en el diseño de una respuesta multilateral.

EU necesita de México y de los mexicanos, pero los quiere a su modo. Le preocupa la inseguridad por todo lo que implica el narcotráfico y la complacencia de las autoridades frente a China para hacer de México puente para acceder al mercado norteamericano. Los migrantes ilegales son un componente relevante para la economía norteamericana y la competitividad en el mercado global, que no significa complacencia con estado de cosas. Muchas de las empresas beneficiarias de la relación comercial son norteamericanas que operan en México y en EU. Habrá cambios, pero los intereses económicos del vecino serán los que prevalecerán, sin importarles mucho si los ajustes benefician a los mexicanos.

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