Y la queso... Explicación ‘histórica’ del modismo

Opinión
/ 18 mayo 2023
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Y entonces el mundo se desquició por completo.

Irrumpió con la fuerza de un estallido, aunque no sin previo aviso, sino que se anticipó durante largo tiempo.

Como siempre, los más pudientes gozaron del privilegio de ser los primeros. Los más pobres tendrán que esperar y hasta el momento no sabemos si lo lograrán.

La promesa de resarcir a los pobres, de hacerles justicia, de mandarlos hasta adelante en la fila de las prioridades se queda en eso, una promesa vacía sin ninguna cláusula de obligatoriedad.

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Mucho me temo que si su afán es asistir a un concierto de Luis Miguel en alguna de las fechas anunciadas para su próxima gira 2023 y no es el feliz poseedor de la tarjeta Gold Master Premium Plus Extra Diamante Triple AAA Senior o, en el más modesto de los casos, no tiene la capacidad de endeudarse a meses sin intereses, se va a quedar con las ganas.

Así es, la euforia desatada por el nuevo tour del astro rey del pop y del bolero, ha metido a sus fans en el grave dilema que supone asistir al ansiado evento o seguir gozando de algunos privilegios cotidianos como el internet, la comida y el papel sanitario.

Entiendo perfectamente la urgencia que nos embarga ante la inminente presentación de un artista y la frustración de no poder compartir un momento mágico con nuestros ídolos. Incluso me solidaricé con las niñas a quienes la cinco veces maldita empresa de TicketMaster les hizo una mala jugada y dejó afuera del concierto de Bad Bunny, pese a que ya habían pagado por sus localidades una barbaridad de pesos. A mí el “Conejito Malo” me tiene sin el menor de los cuidados, pero respeto mucho la devoción de cualquiera por sus artistas. Después de todo, si la vida se trata de coleccionar momentos especiales, momentos que parecen mágicos, ver a nuestros héroes hacer lo suyo es sin duda uno que debemos procurarnos.

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Así que, como ya le decía, no critico a nadie que ande pensando abrir un Only Fans para pervertidos con algún fetiche raro por los cuerpos amorfos, con tal de hacerse con una o dos localidades para el Luismi Tour, pero por fortuna no es mi caso, no tengo ese apremio. Considero al Sol de México un excelente crooner; como exponente del pop me parece tan decadente como el pop mismo; y como intérprete vernáculo lo encuentro francamente insufrible. Pero de que es un ídolo de primera línea, eso ni se discute, ni se pone en duda.

Si anda usted con ese desasosiego le deseo suerte. Ojalá que se le haga ver al doble de Diego Boneta: nomás no vaya a cometer alguna insensatez, como vender un riñón o un hijo; hipotecar la casa o asaltar un autobús en el Edomex, porque “ya se la sabe” cómo puede terminar, vapuleado y en cueros, tirado en plena calle.

¿Por qué estoy hablando de esto?

La verdad es que no tengo la menor idea, pero ya que está aquí conmigo echándose el cafecito, déjeme le comento que muchos lectores (dos, creo) me ha solicitado que explique ese modismo hoy tan socorrido para rematar cualquier sentencia, declaración o decreto: “Y la queso...”.

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La frase desde luego es una contracción de “Y la que soporte”, que viene a ser un equivalente de “¡Y háganle como quieran!”, con el que uno puntualiza después de anunciar la pendejada que va a cometer; o bien, luego de dejar en claro que no se está dispuesto a reconsiderar una determinación.

-¿En serio te vas a poner esos leggins para ir a la fiesta?

-¡Pero claro que sí! ¡Y la que soporte!

Cabe aclarar que la frase siempre, siempre debe pronunciarse con actitud soberbia, altanera. Decir “Y la queso” con duda o titubeante, anula por completo su efecto empoderador.

Yo, como estudioso académico del meme, he tratado de rastrear su origen, pero hasta ahora no hay un consenso. Se dice que la reina María Antonieta jamás pronunció aquello de “¡Que coman pasteles!”, cuando le refirieron que el pueblo pasaba hambre por falta de pan (pan francés desde luego).

“¡Y la que soporte!”, habría sido la primera intención de respuesta de la monarca. Pero quiso hacer un intrincado juego de palabras con “la queso” y terminó diciendo “Et la fromage...”, el chiste no le salió y por ello terminaron desvinculándole la peluca con todo y cabeza del resto de su real cuerpecirijillo.

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Sin embargo, el origen de la expresión parece remontarse hasta la antigua Mesopotamia, pues ya en el Código de Hammurabi, la primera ley escrita conocida por la humanidad, aparece una primera versión de esta frase, por supuesto, en sumerio.

Sucede que como la intención era buena, pero de repente los castigos decretados en el código eran medio bárbaros, había que dejar constancia de alguna manera de lo que los romanos enunciaron luego como “dura lex, sed lex”, que se traduce como “la ley es dura, pero más dura es la chinga que te espera si la quebrantas”.

Así, el Código de Hammurabi remataba cada uno de sus artículos e incisos con la frase que hoy nos ocupa, por ejemplo:

-Si un esclavo luego de pagar en el Oxxo, pide una recarga de celular, se le cortará la oreja... ¡Y la que soporte!

-Si un hombre tiene fiesta con música fuerte y luego se ponen a cantar después de las 2 de la mañana, recibirá cada uno 70 latigazos... ¡Y la que soporte!

-Si un hombre o mujer, libre o esclavo, sale en pijama a hacer sus menesteres habituales después de la hora del cenit, será arrojado al río. Y si no hay río cercano, al cuerpo de agua más próximo, aunque sea un plato de puchero.... ¡Y la que soporte!

¡Ah, qué bonitos tiempos!

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