“Animales fantásticos” y la historia como “fan-fiction”

La película, primer guión de J. K Rowling, hace magia con la política y los hechos reales

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/ 5 diciembre 2016
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Han pasado 15 años desde la primera película de Harry Potter y tanto la saga como su público han ido envejeciendo. En noviembre se estrenó Animales fantásticos y dónde encontrarlos, una nueva historia en el mismo universo ficticio de J.K. Rowling, pero esta vez sin Harry Potter: la película ambientada en 1926 cuenta con un reparto y una trama completamente independientes.

Esta nueva entrega es ligeramente más adulta en su tono. Rowling explicó a The New York Times que se había inspirado en el auge del “populismo” de los últimos años para escribir el guion y su productor, David Heyman, dijo que la película trataba “sobre tolerancia e intolerancia. Estos son nuestros problemas. Este es nuestro mundo”. La escritora británica suele comentar la actualidad política tanto desde su cuenta de Twitter como desde su página web. Escribe pequeños análisis o tuitea comentarios sobre el Brexit, Jeremy Corbyn o el boicot a los productos israelíes. Pero sus incursiones en política, a menudo, son a través de sus personajes:

En un tuit explicó que “Jeremy Corbyn. No. Es. Dumbledore”, en otra ocasión cuando le preguntaron por el conflicto árabe-israelí decidió usar a Dumbledore para justificar su posición, en el referéndum sobre la independencia de Escocia comparó a los nacionalistas con los mortífagos, los seguidores del villano de la saga Voldemort. Más recientemente, Rowling explicó que Trump es "peor que Voldemort".

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Como explica el periodista inglés Sam Kriss, J. K. Rowling no usa analogías: las analogías son escenarios ficticios creados para explicar la realidad. Rowling adapta escenarios reales a su fantasía.

Antes del estreno de Animales fantásticos, Rowling publicó una “Historia de la Magia en Norteamérica”, donde adapta la historia real a sus libros: los magos llegaron a América antes que Colón, lucharon en la Primera Guerra Mundial y eran más tolerantes que los puritanos. Tanto en sus escritos públicos como en la película, Rowling convierte la Historia en “fan fiction”, ese género de escritura amateur que, principalmente, se dedica a expandir obras de ficción con secuelas apócrifas escritas por fans. La historia no es objeto de investigación o estudio, sino otra obra de ficción que adaptar, manipular y manosear libremente.

Animales fantásticos, ambientada en el Nueva York real de 1926, decide reescribir la época. Eddie Redmayne, interpretando a Newt Scamander, llega a la infame isla de Ellis, en la que los migrantes eran examinados para ver si tenían defectos físicos, mentales o morales. Scamander se encuentra en Nueva York un par de años después de aprobarse la ley migratoria “Johnson-Reed” cuyo propósito era conservar la pureza racial de Estados Unidos ante la llegada de emigrantes italianos, judíos, mediterráneos, asiáticos o de Europa del Este. Fue una ley que el propio Hitler aplaudió. Pero en la película, Ellis no es más que el escenario del primer gag.

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El antisemitismo y el supremacismo blanco que imperaba en Estados Unidos en los años 20 (cuando el Ku Klux Klan alcanzó su máxima popularidad) no aparece en ningún momento en Animales fantásticos. Es lógico siendo una película de fantasía infantil, pero Rowling decide hacer algo peor que ignorarlo: reescribe esos años y la opresión que sufrieron judíos, latinos, italianos, afroamericanos y otras minorías es sustituida por una opresión fantástica hacia los magos.

 

En la película, las víctimas de los movimientos fascistas que diseminan propaganda de odio en los comedores sociales no son italianos, mexicanos o socialistas, sino magos. Los perseguidos son una especie de aristocracia mágica compuesta casi exclusivamente por caucásicos protestantes.

 

Rowling decide conservar el ambiente político de la época, pero lo adapta a su ficción y, al hacerlo, elimina por completo del registro histórico los casos reales de xenofobia. Sustituir una persecución histórica que perdura hasta nuestros días por la opresión ficticia de unos seres mágicos que tienen más en común con los opresores que con las víctimas, da alas al victimismo blanco que ha propiciado el Brexit, la campaña de Trump, a Marine Le Pen y a numerosos otros movimientos xenófobos y autoritarios.

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Cuando los partidarios de la alt-right (derecha alternativa) estadounidense se ven como víctimas de la corrección política, de las políticas sociales de Obama o de la inmigración, bien podrían hacer como Rowling y recurrir a algunos de sus personajes para explicarse porque, lejos de dar lecciones sobre solidaridad y cohesión social, Animales fantásticos no hace más que alimentar el fuego. Reescribe la Historia y sustituye un conflicto étnico-racial que definió el siglo XX por una pelea interna entre dos tipos de sociedades caucásicas y protestantes: una más mágica que la otra.

Envolverlo todo en efectos especiales y una trama infantil, da la excusa perfecta al espectador para desentenderse de política: “Es solo una película fantástica”. La Historia es reescrita y cualquier tipo de responsabilidad, tanto del creador como del receptor, desaparece. “Es solo entretenimiento”. No hace falta elaborar grandes teorías para comprender el auge del fascismo contemporáneo: la explicación está en la pantalla.

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