Demolición de la memoria

Artes
/ 6 febrero 2021

La expedita destrucción del edificio de la Sociedad Manuel Acuña, por encima de los reglamentos y leyes que dicen proteger el patrimonio del Centro Histórico, abre la necesidad de un debate público donde ya no cabe la ingenuidad

En Coahuila se supone que hay leyes, órganos y funcionarios a quienes toca vigilar que se cumplan los lineamientos para proteger nuestro patrimonio histórico. Sin  embargo, los acontecimientos recientes han demostrado una y cien veces la inoperancia de las mismas ante el avasallador poder de intereses particulares.

¿De qué sirve que hayan salido uno o dos funcionarios a exclamar su enojo y desconcierto, esgrimiendo la amenaza de millonarias multas ya avanzados los trabajos de demolición en el primer cuadro de la ciudad, como parte de una farsa patética y risible?

¿Con esos millones podrán erigir de nuevo los espacios, el legado patrimonial o la memoria de generaciones? Es cierto, el Manuel Acuña era desde hace años una especie de limbo animado apenas de vez en vez por eventos recurrentes, sumida su Sociedad en líos administrativos irresolutos. Es cierto, había deterioro, abandono. Su fachada ni siquiera gozaba de atributos estéticos reconocibles. Pero una vez consumada la barbarie el consenso fue común: como en aquella película de Giussepe Tornatore, los Caterpilars -esos mismos que yo vi con sus tenazas de acero quebrar la pantalla y la mampostería interior del cine Palacio- no sólo arrasaban la muda materia o simples montones de tierra: su indolente mecanismo parecía destruir también la memoria de generaciones; tardes de dominó de los viejos, orquestas y bailes rancheros, fiestas de disfraces, torneos deportivos, galas, reuniones, el rumor de una tarde de bar, un primer beso, alguna modesta boda o quinceaños, artistas de antes: ecos de altavoces disolviéndose en el polvo.

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La responsabilidad y la omisión

Y como con casi todos los asuntos urgentes de nuestra ciudad, históricos o no, culturales o no, todo es deriva de una actitud de omisión. Muchos se preguntaron ¿Qué podemos hacer los ciudadanos comunes ante el arrasamiento del patrimonio que aún muchas veces propiedad de particulares, nos compete a todos? Casi nada.

Como siempre, los supuestos responsables de que esto no ocurriera salieron sólo para justificar,  como dicen en el rancho, “hacerse de la vista gorda”. A deslindarse, a decir que no sabían, o de plano a guardar silencio. O en último caso a minimizar. Nadie sabía. Nadie vio. A nadie le avisaron. A nadie le correspondía. Pero eso sí, ninguno dejó de cobrar. 

El colmo fue el recurso último de un tibio consuelo: que sí el maravilloso Patio Español -arrasado bajo la luz del mediodía por el fragor inclemente de aquella maquinaria- al parecer no había sido obra del ingeniero Zeferino Domínguez. Que no, que no nos preocupáramos, que don Zeferino -artífice del edificio del Tecnológico, implicado también en las obras del Ateneo, autor del Escuela Coahuila y la Obregón, Los Molinos, las torres del Santuario y tantas obras, que ese patio sin chiste donde a últimas fechas -antes de la pandemia- sólo se tocaba música para la plebe, al parecer no era obra de él. Consuelo de la historia: que el Ingeniero, también músico y portentoso dibujante, según algún autor sólo había trabajado en el graderío de las canchas interiores. Ah, bueno.

Y sí, ya parece cantaleta, queja estéril, lugar común: lo mismo pasó con la Casa del ex gobernador Ignacio Cepeda Dávila, destruida por la tibieza de la autoridad y la estupidez de sus usuarios, así pasó con el Cine Palacio y -decía al principio- no seamos ingenuos, la destrucción parece ser el destino en corto plazo para casi todos los edificios de nuestro Centro Histórico.

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El futuro ahora

Me lo han reiterado ya varias veces amigos arquitectos y urbanistas: por lo menos desde hace una década existe ya un plan rector de re densificación habitacional para la zona centro de Saltillo -muy en la dinámica que ya ha empezado en el centro de Monterrey y su Barrio Antiguo. Lo que implica la formación de nuevos desarrollos inmobiliarios en la zona que comprende desde la Alameda hasta Plaza de Armas y quizá hasta la Plaza Ateneo. Es cierto, el perímetro, fuera de sus locales comerciales, rebosa de manzanas vacías, fachadas a punto de caer, edificios abandonados. El progreso es imparable. La cuestión esencial acá es, si desde ya se está contemplando la reformación de amplias zonas donde se encuentran edificios que conforman un patrimonio arquitectónico, incluso catalogados ¿Cómo se va a proteger este patrimonio? ¿Qué sí y qué no va a conservarse, y en base a qué lineamientos? ¿Por qué no hacer público este plan y esta visión que nos compete a todos?

Para que luego no digan que no vieron, que no sabían.

Aún es tiempo.

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

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