La música del cura rojo

Artes
/ 30 abril 2021

Siempre he seguido con entusiasmo la obra de Antonio Vivaldi. Para mí, su música representa un lugar acogedor en donde el oído se mueve a sus anchas entre acordes, texturas y melodías familiares, y al mismo tiempo con la posibilidad constante de realizar nuevos descubrimientos. 

Le llamaban Il prete rosso: El cura rojo. Rara vez vistió los hábitos el sacerdote pelirrojo, pues se cuenta que pidió ser dispensado del oficio debido a un padecimiento cuyo diagnóstico no se ha logrado precisar; tan solo se conoce el síntoma: “stretezza di petto”, opresión en el pecho. Me pregunto por qué tal opresión le incapacitaba para serenar las almas de los fieles pero no para incendiarlas con su música y su violin. 

Nacido en Venecia en 1678, Vivaldi fue un prodigioso violinista y maestro. El Ospedale della Pietà contó con sus servicios; muchas de sus internas fueron instruidas en la música por Antonio. Varias de ellas se convirtieron en virtuosas y los conciertos del Ospedale eran de lo más taquillero: combinación explosiva: una brillante orquesta femenina tocando la seductora y explosiva música de Il prete rosso.

Todos conocemos “Las cuatro estaciones”, cuya fama ha eclipsado el resto de la producción vivaldiana, la cual es ingente. A menudo su música se ha obviado, algunas veces por considerarla básica, para oídos principiantes; otras, se le ha tachado de redundante: Stravinski afirmó —se rumora— que Vivaldi compuso quinientas veces el mismo concierto. Considero que ambas acusaciones están fundamentadas en la ignorancia. Si tuviera que nombrar a un compositor de imaginación inagotable, el primer nombre que vendría a mi mente sería el de Antonio Vivaldi. En cuanto a la supuesta afirmación de Stravinski, quiero pensar que fue una broma, o bien, producto de una mala interpretación por parte de los que perpetuaron la anécdota.

Para que este elogio no se reduzca a una sarta de palabras, quiero invitarlos a escuchar sus cuatro colecciones de conciertos para instrumentos solistas (violin, en su mayoría), cuerdas y bajo continuo, las cuales tan solo constituyen un fragmento de su obra total, y que son, para mí, un banquete musical que repito con frecuencia. Cada una consta de doce conciertos y guarda cierta unidad estilística intencional; no obstante, también refleja un proceso gradual de maduración de trece años. Estos son sus títulos: 

L’estro armonico («La inspiración armónica») 1711.

La stravaganza («La extravagancia»), 1716.

Il cimento dell’armonia e dell’invenzione («La prueba de la armonía y la invención»), 1725.

La cetra («La cítara»), 1727.

Il cimento contiene “Las cuatro estaciones”, y puedo asegurar que si dedicamos algunos días a escuchar estas colecciones en orden cronológico, las tonadas de “La primavera” o “El otoño” llegarán a nuestros oídos como un viejo amigo que encontramos durante un viaje, lo cual es siempre reconfortante. 

Dejo aquí mi pluma, pues escribir me despertó el apetito musical. Provecho. 

COMENTARIOS

TEMAS
Selección de los editores