La música del cura rojo
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Siempre he seguido con entusiasmo la obra de Antonio Vivaldi. Para mí, su música representa un lugar acogedor en donde el oído se mueve a sus anchas entre acordes, texturas y melodías familiares, y al mismo tiempo con la posibilidad constante de realizar nuevos descubrimientos.
Le llamaban Il prete rosso: El cura rojo. Rara vez vistió los hábitos el sacerdote pelirrojo, pues se cuenta que pidió ser dispensado del oficio debido a un padecimiento cuyo diagnóstico no se ha logrado precisar; tan solo se conoce el síntoma: “stretezza di petto”, opresión en el pecho. Me pregunto por qué tal opresión le incapacitaba para serenar las almas de los fieles pero no para incendiarlas con su música y su violin.
Nacido en Venecia en 1678, Vivaldi fue un prodigioso violinista y maestro. El Ospedale della Pietà contó con sus servicios; muchas de sus internas fueron instruidas en la música por Antonio. Varias de ellas se convirtieron en virtuosas y los conciertos del Ospedale eran de lo más taquillero: combinación explosiva: una brillante orquesta femenina tocando la seductora y explosiva música de Il prete rosso.
Todos conocemos “Las cuatro estaciones”, cuya fama ha eclipsado el resto de la producción vivaldiana, la cual es ingente. A menudo su música se ha obviado, algunas veces por considerarla básica, para oídos principiantes; otras, se le ha tachado de redundante: Stravinski afirmó —se rumora— que Vivaldi compuso quinientas veces el mismo concierto. Considero que ambas acusaciones están fundamentadas en la ignorancia. Si tuviera que nombrar a un compositor de imaginación inagotable, el primer nombre que vendría a mi mente sería el de Antonio Vivaldi. En cuanto a la supuesta afirmación de Stravinski, quiero pensar que fue una broma, o bien, producto de una mala interpretación por parte de los que perpetuaron la anécdota.
Para que este elogio no se reduzca a una sarta de palabras, quiero invitarlos a escuchar sus cuatro colecciones de conciertos para instrumentos solistas (violin, en su mayoría), cuerdas y bajo continuo, las cuales tan solo constituyen un fragmento de su obra total, y que son, para mí, un banquete musical que repito con frecuencia. Cada una consta de doce conciertos y guarda cierta unidad estilística intencional; no obstante, también refleja un proceso gradual de maduración de trece años. Estos son sus títulos:
L’estro armonico («La inspiración armónica») 1711.
La stravaganza («La extravagancia»), 1716.
Il cimento dell’armonia e dell’invenzione («La prueba de la armonía y la invención»), 1725.
La cetra («La cítara»), 1727.
Il cimento contiene “Las cuatro estaciones”, y puedo asegurar que si dedicamos algunos días a escuchar estas colecciones en orden cronológico, las tonadas de “La primavera” o “El otoño” llegarán a nuestros oídos como un viejo amigo que encontramos durante un viaje, lo cual es siempre reconfortante.
Dejo aquí mi pluma, pues escribir me despertó el apetito musical. Provecho.