La Traviata se convierte en un alegato por la libertad de la mujer

Artes
/ 8 agosto 2019

La novela en la que se inspiraron Verdi y el autor del libreto, Francesco Maria Piave, era "La dama de las camelias" de Alejandro Dumas, un libro publicado tan sólo un año antes de que los espectadores vieran por primera vez La Traviata.

La Traviata, la "extraviada" como recuerda al traducir Paco Azorín, se convirtió en Peralada en un alegato por la libertad de la mujer en la que Violetta Valéry, la conocida protagonista, ejerce por obra de este director los derechos que le concede la sociedad del siglo XXI.

La pieza que Giuseppe Verdi estrenó en 1853 fue una revolución, ya que sus personajes ejercían de ciudadanos de mitad del siglo XIX sin recurrir a tragedias clásicas o a leyendas antiguas.

La novela en la que se inspiraron Verdi y el autor del libreto, Francesco Maria Piave, era "La dama de las camelias" de Alejandro Dumas, un libro publicado tan sólo un año antes de que los espectadores vieran por primera vez La Traviata.

Sus creadores, que estrenaron esta ópera en La Fenice de Venecia, quisieron por lo tanto que el público viviese una acción contemporánea y Paco Azorín, por encargo del Festival de Peralada, quizo mantener aquel espíritu.

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En el siglo XXI, la mujer ejerce sus derechos, lidera la cruzada contra el machismo y esta Violetta no tiene que pedirle a nadie permiso para tener un amante como el barón Alfredo Germont o para rechazarlo y exprimir su vida como mejor le plazca.

La trama arranca en París, pero la fiesta de nobles que ideó Giuseppe Verdi es ahora de la clase alta que habita la capital francesa en 2019.

Después viene el segundo acto con la conocida relación de Violetta, que en el siglo XXI conserva la frágil salud del XIX, y Alfredo en una casa de campo donde el padre de él le pide a ella que lo abandone para no manchar el buen nombre de la familia.

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Acepta, la pareja se enfrenta en una nueva fiesta y, ya en el momento del desenlace, llegan las confesiones y la muerte de la protagonista.

Paco Azorín reivindica la capacidad de Violetta para actuar en todo momento según le dictan sus sentimientos y plantea un ingeniosísimo juego de mundos paralelos, uno horizontal y clásico que acoge la realidad de los personajes y otro vertical, en el que bailarines suspendidos de cables realizan danzas aéreas para darle la palabra a los pensamientos.

Azorín confiesa que La Traviatta es una ópera de la selección de títulos que teatros de todo el mundo repite en un espiral infinita y su objetivo con este giro hacia la contemporaneidad es que parezca nueva a ojos del espectador.

Además, enarbola la bandera del feminismo que ya aparece en la novela de Dumas y plantea todo ese cóctel consciente de que el envoltorio es un auditorio al aire libre con unas butacas impregnadas del espíritu festival del verano en el Mediterráneo.

La mezcla requería de pulso de cirujano y de atrevimiento artístico y, por los aplausos al final de la obra, resulta evidente que la producción de este año de Peralada, con un coro delicioso al más puro estilo West Side Story, cumple las expectativas.

Sobre el escenario, la soprano rusa Ekaterina Bakanova, respaldada por su propia experiencia en el personaje de Violetta, es protagonista y así lo ratificó la ovación final del público, pero René Barbera como Alfredo o Quinn Kelsey como Giorgio Germont también brillaron con luz propia.

La Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu al mando de Riccardo Frizza y ese maravilloso Coro Intermezzo puso la guinda a una función que se repite este miércoles y que suma un éxito más a la relación que atesora el Festival de Peralada con sus producciones de ópera.

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