Cultura y Pop: Los mexicanos en la gran ciudad

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/ 17 septiembre 2024

Para ganarse la vida, Jay encontró trabajo como niñera en una casa de West Hollywood

A mediados del siglo XIX Charles Baudelaire hizo popular el concepto de flâneur: el intelectual que se entretiene paseando por la ciudad y disfrutando el espectáculo que el mundo moderno ofrece.

Esto sucedió, por supuesto, en París, la primera ciudad verdaderamente cosmopolita de la historia, y con sus bulevares, calles coquetas, y parques, diseñada para caminar.

Hoy en día, en muchas ciudades se puede ser flâneur—por un día o dos; después el paisaje empieza a repetirse, y ya no hay mucho más que ver. En un puñado de ciudades, sin embargo, una persona puede salir día tras día, día tras día, y ver siempre algo diferente, descubrir algo que no había visto antes.

El mejor lugar para ser un flâneur hoy en día es Nueva York, y la mejor manera de descubrir Nueva York es caminando. El espectáculo no termina: Nueva York es cuadra tras cuadra de restaurantes, bares, supermercados, tiendas de todo tipo y de cualquier producto, delis, cafeterías, lavanderías y museos, cada uno con un carácter y sabor particular, dependiendo de la gente que vive alrededor, y que frecuentemente es un espectáculo en sí misma.

Caminando por Nueva York, constantemente se ven personas que hacen pensar, Solo aquí.Pero hay una cosa que no cambia. En todas partes a donde uno va se ven mexicanos. Y no hablo de turistas.

Hace un par de semanas, mexicano era el hombre preparando bagels en una bodega en lo profundo de un barrio judío ultraortodoxo en Williamsburg. Mexicanos eran los chicos que jugaban al fútbol en Queens, y al baloncesto en Sunset Park en Brooklyn. Mexicana era la mujer que vendía tacos desde la cajuela de su coche a dos manzanas del Museo Whitney, y mexicanos eran los albañiles que los compraban. Mexicana era la mujer que me ofreció una torta en una plaza de Greenwich Village. Mexicanos eran los siete repartidores de

Uber Eats sentados en Union Square, intercambiando consejos para lidiar con la familia. Mexicana era la pareja vendiendo rebanadas de fruta en Central Park.

Mexicanos eran los cinco hombres sentados a mi alrededor en el metro a las 5.30 de la mañana, algunos jóvenes, algunos viejos, todos ellos yendo a trabajar. Mexicanos eran la mesera en un diner en Queens, y los cocineros que vi en todas las cocinas a las que me asomé, en todo tipo de restaurantes. Pude haber pensado en los políticos populistas que no comprenden la importancia de los inmigrantes y prometen deportarlos; o pude pensar, del otro lado, en los políticos que han creado un país que, en vez de aprovechar las ganas de trabajar de su gente, la fuerza a emigrar y a dar su energía y talento a otro país.

Pero preferí pensar en un artista.

Jay Lynn Gomez nació en 1986 en California. Hija de padres mexicanos indocumentados, le interesaba el arte y consiguió que la aceptaran en el prestigioso California Art Institute. Pero después de apenas un año tuvo que darse de baja porque no podía pagarlo.

Para ganarse la vida, Jay encontró trabajo como niñera en una casa de West Hollywood. Allí, mirando a los hombres que cuidaban el jardín y a las mujeres que limpiaban la casa, a las nannies que paseaban niños en el parque y a las mujeres que limpiaban los baños en los museos, tuvo una epifanía.

Cincuenta años antes el artista británico David Hockney había llegado a California. Deslumbrado por el sol, las piscinas, y la libertad, comenzó a pintar sus ahora ultra famosos cuadros de casas modernistas, jardines preciosos, paisajes hermosos, y piscinas sexis. Al hacerlo, mostró a los californianos algo que tenían enfrente, pero jamás habían visto.

En su serie Domestic Scenes, Jay reprodujo varias de las famosas pinturas de Hockney, cambiando pequeños detalles. En lugar del matrimonio que posa en el jardín de su lujosa casa, Jay dibujó a los dos jardineros anónimos, sin rasgos y de piel oscura, que cuidan el jardín. En vez de dibujar al hombre millonario que disfruta de su lujosa piscina, Jay pintó al mexicano que la mantiene. En vez de dibujar la señora millonaria en una casa llena de piezas de arte, Jay pintó a la mujer que barre la sala. En vez de dibujar al hombre que está tomando una ducha en Beverly Hills, Jay dibujó a la mexicana que la limpia.

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La labor de todas personas se ha convertido en algo tan habitual, tan por sentado, que ya nadie repara en ellas. Son parte del paisaje. Aún más: muchos no quieren ser vistos, porque no tienen documentos. El aprecio por estas personas y su trabajo es lo que informa mi obra dice Jay lo que la inició fue probablemente mi comprensión de que, en cualquier momento, esas personas podrían desaparecer.

Exactamente lo mismo se ve al caminar por Nueva York. Una ciudad sostenida por mexicanos.

La última serie de Jay, por cierto, también es impresionante y hermosa: ha retratado su transición a un cuerpo femenino que se corresponde con lo que ella siente.

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