Cultura y Pop: Vámonos de viaje

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/ 5 agosto 2025

Mis amigos holandeses me cuentan cómo de niños iban de vacaciones todos los años en coche al mismo cámping en Francia o Italia

Charleroi es una ciudad belga, 46 kilómetros al sur de Bruselas. Como en tantos otros rincones de Europa, en los ochenta sus industrias minera y carbonera cerraron, y encima de ser fea, se convirtió en una ciudad en crisis, llena de gente sin empleo.

Mientras esto ocurría, Ryanair, una pequeña y obscura aerolínea irlandesa, ideaba un modelo de negocio del que otras aerolíneas se rieron: vuelos directos a aeropuertos secundarios para reducir costos; el mismo tipo de avión siempre, con tantos lugares como sea posible; asientos sin asignar, cargo extra por maletas, y comida a bordo, pero no gratuita.

Lo que por entonces era un anatema, revolucionó la industria. Hoy en día, prácticamente todas las aerolíneas han implementado varias de estas ideas.

Ryanair salió a la bolsa en 1997, y con el dinero recaudado se expandió. Ese mismo año llegó a Charleroi, que pasó de tener 773 mil pasajeros en 2001, a diez millones y medio en 2024, y planea duplicar su tamaño en los próximos ocho años.

La primera vez que pasé por ahí fue hace veinte años, cuando aún no era tan grande. La experiencia fue tan diferente a lo que hasta entonces había tenido en un aeropuerto, que me fascinó y horrorizó a partes iguales. El edificio parecía de oficinas de gobierno. No había carritos para mover maletas. La oferta de comida y bebida era limitada y provincial. Para subir al avión había que bajar al asfalto del aeropuerto.

Después de un par de visitas similares, me prometí que haría todo lo posible por evitar este aeropuerto.

Pero uno propone, las finanzas del hogar disponen, y la semana pasada volví. Lamento reportar que la experiencia para el viajero no ha mejorado. Al llegar vi con horror que la fila para cruzar seguridad salía del aeropuerto; me llevó dos horas, en medio de gente tensa y sudorosa y niños llorando, cumplir con el trámite.

El tormento siguió tras pasar seguridad. Todo estaba abarrotado, no había donde sentarse, al lugar le hacía falta una buena limpieza, y para subir al avión había que comportarse como ganado.

”La gente piensa que volar es lujoso,” dijo hace unos años el polémico y pintoresco CEO de Ryanair, Michael O’Leary. “Error. Un avión es un pinche autobús con alas.”

Charleroi lo sintetiza.

Mis amigos holandeses me cuentan cómo de niños iban de vacaciones todos los años en coche al mismo cámping en Francia o Italia. Ir a una capital histórica, una playa famosa, o un lugar exótico era un lujo.

Ya no lo es. Pero definitivamente, la experiencia no es para todos. (La próxima semana hablaré de Budapest.)

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Doctor en Literatura por la Universidad de Salamanca. Vive en Europa desde el 2000, donde ha viajado extensamente. Ha sido guionista y locutor de radio, y escritor de libros, museos, arte, viajes, conciertos, y películas. Actualmente es profesor en la Universidad de Ciencias Aplicadas Zuyd en Maastricht (Países Bajos), donde imparte clases de Lengua y Cultura Española, Comunicación Intercultural, Presentation Skills y Storytelling. En sus noches libres cocina para rockeros y poperos en la sala de conciertos Muziekgieterij.

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