El adiós a Silvia Pinal: Diva nada nos debes, Diva estamos en paz
Así se vivió la entrañable despedida en Bellas Artes, no a la Diva, sino a la mujer que fue un exitoso caso de la vida real. Una actriz adelantada a su época que, a pesar de haber nacido en un mundo de hombres, se abrió camino y lo pavimentó para que otras mujeres lo transitaran con más libertad. Vanguardia estuvo presente en éste y otros momentos íntimos de la actriz. Aquí te traemos la crónica completa de cómo fue despedida entre lágrimas, gritos y una ovación de pie
México se quedó huérfano de Diva. La última de ellas, la camaleónica mujer que enamoró con su belleza y talento a un país completo, dejó salir su último suspiro en un hospital ubicado a unos pasos de su emblemática mansión del Pedregal en la Ciudad de México. Pero decir un país completo, es quedarse corto, ese rostro arrancaba suspiros y puso a soñar a varios continentes. Con su partida se cierra el telón, se apaga el proyector en las salas de cine, se pone en negro la pantalla de televisión y decimos adiós, no a una década, ni a una generación, sino a toda una época en la que ella rasguñó casi el siglo de vida. La Pinal fue parte del cuadro de honor de lo mejor del cine, la radio, la televisión, el teatro y el entretenimiento de una nación que la llora como se llora la partida de un ser adorado: A grito tendido.
Pero a una mujer con esas alas enormes no se le da el último adiós en cualquier lugar. Para ella se abrieron, de par en par, las puertas del máximo recinto cultural del país: El Palacio de Bellas Artes, un edificio que fue encargado por Porfirio Díaz en 1904. Y sólo para empezar a aventar nombres de figuras con los que la actriz alternó en esta puesta en escena llamada vida, empezaremos diciendo que en este recinto que la tarde del sábado albergó su féretro con sus restos mortales, ella recibió clases de arte dramático bajo la tutela de Carlos Pellicer, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia cuando contaba con apenas 15 años.
Pero por qué dije que Silvia era un ser entrañable, quise decir amado... pero, a ver, amado sigue siendo poco, estamos ante un fenómeno distinto y no le vamos a regatear adjetivos. Silvia fue despedida con fervor por una grey que desde temprana hora le daba vueltas a Bellas Artes. Cientos de personas desfilaron ante su ataúd y sólo faltó que le exigieran milagros. Al pasar frente a sus restos, se oyeron rezos, llantos en todas sus versiones, porras y agradecimientos, mujeres, hombres y niños persignándose con devoción, depositando flores, fotos, peticiones y mensajes de amor a sus deudos. Hubo quien se hincó ante las quejas de los guardias. Y es que sus fanáticos actuaban como si tuvieran enfrente a una santa, a una virgen. Su descendencia no daba crédito ante esa retahíla de amor en todas sus variantes.
El Palacio de Bellas Artes fue el escenario donde se dio un emotivo último adiós a la primera actriz Silvia Pinal. Como parte de este evento, en el que @SolistasE, el Mariachi del @BalletAmalia, María del Sol y Humberto Craviotto interpretaron canciones como “Las golondrinas”,... pic.twitter.com/AB0fCSJN3B
— Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (@bellasartesinba) December 1, 2024
Es curioso, porque esta mujer que usó su rostro angelical como un arma de doble filo, personificó al diablo en la cinta “Simón del Desierto” y realizó uno de los primeros desnudos de la pantalla grande en esta obra surrealista del genio Luis Buñuel, donde ella daba vida a la tentación y como un enigmático demonio, tuvo el descaro de disfrazarse de Jesús. ¿Cómo no sucumbir ante ese chamuco con negligé? Por poner otro ejemplo, también le dio vida a una mujer que no se deja vender, que lucha por su amor y su independencia en el contexto de la Revolución Mexicana. El filme “Una Cita de Amor” fue dirigida por el coahuilense Emilio el Indio Fernández y fotografiada por el célebre Gabriel Figueroa. Sólo dos películas y Silvia ya es el demonio en persona y una mujer revolucionaria, precursora de aquellas con paliacate morado y el puño arriba.
Y es que, dentro y fuera de la pantalla, la actriz no conocería los límites. Las mujeres a las que daría vida serían, sí, adorables, pero también complejas, valientes y controvertidas. Silvia lo tenía claro, no iba a acatar el guión que este país machista tenía escrito para las féminas. Ella estaba dispuesta a hacer de su vida y su obra lo que se le diera la gana y ese fue siempre su “statement”, su declaración de principios: Ser libre, rebelde y aunque el término aún no era de uso corriente, se convirtió en una mujer empoderada. No por nada, las palabras de Claudia Curiel de Icaza, la Secretaria de Cultura federal, hicieron eco al arrancar el homenaje y terminar su discurso diciendo que Silvia era “una mujer de retos que miró el futuro y lo conquistó”.
En el interior de Bellas artes un retrato en formato gigante no fue suficiente, el recinto cultural estaba tapizado con su imagen a color y en blanco y negro, como si alguien pudiera poner en duda, lo hermosa que era. Flores blancas tapizaron el lobby del lugar, coronas con las firmas de los personajes más influyentes del entretenimiento en el país, entre ellos el cantante Luis Miguel. Todas las cadenas de televisión y medios digitales transmitiendo en vivo el momento que nadie quería que llegara. Y es que La Pinal, como si fuera poca cosa tener ese rostro que aguantaba como nadie los “close ups” de las mentes más brillantes y los mejores directores del mundo, tenía un encanto, luz propia y una simpatía que la hacían, como diría mi abuela, querer comérsela sin tortilla. El mundo la adoraba y el cine fue su trampolín, la pantalla gigante la metió a todos los rincones de una nación que se sacudía el polvo de la revolución y luchaba por un mundo más justo, en donde todos cupieran. Un país que se sacudió las tragedias y aprendió a soñar en grande y adivinen quien era la depositaria de esos sueños guajiros: La Pinal, esa niña que no fue reconocida por su padre y que en venganza metió el apellido de su padrastro, ese que le abrió los brazos y las puertas del corazón, a todos los hogares del habla hispana y también del mundo.
Ella se apropió el Pinal con orgullo y lo convirtió en su sello, es su rúbrica, en el apellido de una dinastía que brilla con luz propia y es sinónimo de talento, tablas escénicas, voces desgarradas, guapura y un grupo de mujeres que han seguido la tradición de la matriarca y han metido el apellido al mundo de la actuación, la música, el modelaje y claro el escándalo, porque sigue siendo difícil, para un México bigotón y bragado, aceptar que estas mujeres no requieren de la compañía masculina para salir a comerse el mundo. “El mío es un matriarcado”, decía siempre orgullosa Doña Silvia.
Y ahí estaban sus descendientes, muertas por dentro, pero de pie como los árboles, haciendo guardia frente a ese traje de madera que llevaba puesto su madre. Todas de luto riguroso, vestidas de diseñador, tomadas de la manos, limpiándose unas a otras las lágrimas que salían en cascada. Es curioso, pero el único hombre de la familia, Luis Enrique, no estuvo presente porque, en la versión de la familia, le ganó la tristeza. En cambio Sylvia Pasquel, Alejandra Guzmán, Giordana Guzmán, hija de Luis Enrique, Stephanie, Michelle y Camila Salas fueron las depositarias del amor de un pueblo que dejó de hacer lo que tenían que hacer, para ir a despedir a su ídola, a la mujer que era más mito que humana.
La primera en tomar la palabra, ante miles de personas que a las afueras serpenteaban el Palacio y cientos de cámaras que en los pisos de arriba inmortalizaron el momento, fue la primogénita Sylvia Pasquel, quien visiblemente afectada, con un nudo en la garganta y envuelta en llanto pronunció las siguientes palabras: “Hace dos años le rendimos pleitesía aquí, haciéndole un homenaje en vida donde la acompañaron todos sus amigos, productores, actores, compañeros de trabajo y todo su público. Hoy también nos juntamos para darle la despedida a la más grande diva que ha dado este país. Para todo el público mexicano es una pérdida, pero para nosotros, su familia, se va nuestra amada madre. Agradezco todas las muestras de cariño, sus palabras en este momento tan doloroso que son un bálsamo. Duele mucho perder no nada más a la más grande diva de este país, dolor que todos los que la admiran y quieren compartimos, hablo de un dolor que parte mi corazón al perder a mi más grande amor, a mi niña, a mi madre amada, con la que compartí desde una concha de dulce hasta la caricia más tierna o la oración más sentida. Adiós a mi hermosa, tierna, simpática, ocurrente y bella madre”.
El homenaje en vida del que habla Sylvia se realizó bajo su tutela el 29 de agosto de 2022. Vanguardia fue el único medio que estuvo presente tras bambalinas y quien esto escribe salió a recibir a la señora Pinal y condujo por momentos su silla de ruedas, esa que ella pidió parar al encontrarse con los trabajadores del recinto para darles un mensaje que seguro nunca olvidarán: “Chamacos, no sé si me conozcan, yo soy Silvia Pinal, hoy me harán un homenaje aquí, están todos cordialmente invitados. Paré para decirles que sepan que es un honor que ustedes trabajen en un lugar como éste. Valorenlo mucho, porque imagínense, están todos muy chiquitos, pero aquí empecé mi carrera, aquí tomé clases con Salvador Novo, con José Revueltas, aquí inicié mi vida en el teatro”.
Esa noche pude sentir algo inédito que no sé cómo explicar, pero que me erizó la piel. Y es que al salir flanqueándola a su palco, una marea de amor, flashes que parecían estrellas fugaces, una retahíla de aplausos de pie, las miradas que acariciaban su presencia, sonrisas de oreja a oreja, gritos y vivas de la plana mayor del espectáculo en México, de sus compañeros de ruta, reverencias y la materialización de ese dicho que reza “en vida, hermano, en vida”, es algo que a este reportero lo hizo vibrar por dentro, llenarse de un orgullo de tener la dicha de estar al lado de la depositaria de ese respeto, de ese amor que esa noche tenía nombre propio y 91 años de humanidad: Doña Silvia Pinal.
Esa noche al escenario subió toda su descendencia, su sangre, su herencia, de la que estaba orgullosa y al tomar el micrófono dejó salir unas palabras que este sábado parecían retumbar aún en esas paredes que alberga y reciben a lo más selecto del arte en México y del mundo: “Ay nanita, estoy tan feliz, tan ilusionada, gracias por tanto cariño”, dijo estremecida y del fondo de un auditorio repleto salió una voz que resumió la noche “Silvia” y ella entre risas respondió con un “qué” que fue respondido con un “te amamos”. Ella con las manos arriba, como una boxeadora que le gana la batalla a la vida, respondió antes de recibir una ovación “yo también los amo”.
Esa noche Alejandra, a quien pude ver en el camerino de su madre, grabó un mensaje para esta casa editorial: “Estoy muy emocionada, es una gran noche para mi madre, es un honor estar con ella, ser parte de su legado, de su familia y celebrar a la última Diva y la más, la más... buena”. Al cortar me dice “quise decir chingona, pero estamos en Bellas Artes, en este lugar se guarda respeto, pero mi mamá es una mujer chingona”, y suelta su estentórea y contagiosa carcajada. Dos años después la tengo enfrente y la veo parar de su lugar en primera fila, toma aire con profundidad para no quebrarse, pero su voz rasposa se llenó de ternura, de llanto, de agradecimiento cuando improvisó unas palabras que le salieron de los más hondo: “Para mí es un honor poder sentir el cariño de todo México y de todo el mundo. Mi madre es grandiosa, estuvimos todos juntos cuando ella trascendió, cuando ella tuvo su último suspiro, se fue en paz. Siempre voy a tenerla en mi corazón, porque ella siempre me enseñó que este matriarcado siempre tenía magia y arte. Y creo que esa es la mejor herencia que pudo dejarnos. Gracias por enseñarme a amar el escenario, gracias por todo lo que compartimos, gracias por ser eterna”.
Las siguientes palabras, igual de sentidas, fueron de Michelle Salas: “Hoy estamos aquí para despedir una mujer que no sólo fue una mujer en nuestras vidas sino un faro de luz para su familia, su gente y su país entero”; Camila Valero: “Lo que más deseo en esta vida es poder llegarle siquiera a los talones a mi bisabuelita. Fue la persona más generosa que he conocido. Nunca le negó a nadie un saludo, un autógrafo, una sonrisa. La luz de mi abuelita siempre será infinita. Será la luz que nos guía en nuestro camino siempre; Stephanie Salas: “Cuando era niña siempre llegaban a pedirle autógrafos a mi abuela o a pedirle una foto. Y yo no entendía, era muy chiquilla. Le decía al público: ‘¡Pero déjenme a mi abuela, está comiendo! ¿Por qué viene la gente?’ No entendía, era muy niña. Con el tiempo comprendí que mi abuela no sólo era mi abuela, sino que era parte de su público. Y fue hermoso entender eso”.
Para ese momento, el llanto en el lobby de Bellas Artes se convirtió en un río que salía de todos los ahí presentes y ese llanto corrió por las calles porque esas imágenes llegaron a todos los rincones del país y la orbe, a través de las pantallas de quienes transmitían en vivo el sentido homenaje. Pero, por qué tanto alboroto, quizá se pregunten algunos jóvenes despistados que han conocido a la leyenda a través de memes en las redes sociales. Habrá que decirles que Silvia nació y se abrió camino en 1931 en un mundo pavimentado sólo para ser transitado por los hombres. Esa mujer, dentro de esa ataúd, pavimento otro carril para que ellas, sus compañeras de lucha, dejaran de andar por la tierra, pisando piedras, sorteando obstáculos.
No es fácil resumir la vida, obra y milagros de este personaje mítico que dijo adiós el pasado viernes del mes de noviembre, en un día (el 28) en que también se despidieron Juan Gabriel, Roberto Gómez Bolaños y José José, con quien compartió la carroza fúnebre que los llevó a ambos y que fue construida un años antes de que naciera la mujer que trasladó por las calles dolientes de la ciudad: 1930.
Sylvia, cuyo padrastro militar se negaba a que se dedicara al mundo de la actuación y le exigió un título universitario, vio la oportunidad de salir de casa, no sin antes hacer carrera comercial, y continuar con su carrera casándose con un actor cuando ella tenía 17 y el 30, el cubano Rafael Banquells. Con una hija de la mano, su primogénita Sylvia Pasquel, pasó de la rígida educación de su padre adoptivo a los celos y restricciones de un marido que vio que su mujer era adorada por la cámara, los escenarios y los micrófonos de la radio donde ella inició en el mundo del espectáculo.
Ella, quien por cierto nació en Guaymas, Sonora y lleva encima la piel correosa de una norteña echada para adelante, hizo lo impensable para la época. Le pidió el divorcio, se llevó a su hija y el resto es historia: Del radio saltó a la publicidad, de la publicidad al cine, del cine al teatro, luego a la televisión y por último a las plataformas digitales. Que sencillo suena, pero de maestros como Novo, Villaurrutia, Pellicer pasó a codearse en la vida y la pantalla grande con Pedro Infante que no dejaba de enamorarla y perseguirla por todos lados, ella ya estaba flechada del que sería el magnate de la televisión Emilio Azcárraga; luego vendría el que que me dijo que le parecía el más guapo y completo de todos: Tin Tan; sería la dama joven del que sería su padrino de bodas, Cantinflas y la lista de personalidades con las que alternó se hace grande: Sara García, Katy Jurado, Gloria Marín, Joaquín Pardavé, Andrés y Julián Soler, Antonio Aguilar, Libertad Lamarque, Marga López, Arturo de Córdova y Mauricio Garcés entre muchas otras leyendas que se rindieron a los pies de una mujer que venía de abajo, pero que nunca dejó de soñar y mirar hacia arriba. Para mediados del siglo pasado, ella ya caminaba entre las nubes, tocaba las estrellas y se sentó, sin perder el piso, en los cuernos de la luna. Desde ahí observaba socarrona, a todos aquellos que le decían que en esa carrera se iba a perder y además a morirse de hambre.
Para ese entonces Diego Rivera, solo para tenerla cerca, la invitó a su estudio de San Ángel para hacerle un retrato como los que ya le había hecho a María Félix, a Frida Kahlo, a Dolores del Río. Ella ya ganaba sus centavos, pero todo lo estaba invirtiendo en su casa en un terreno que compró en la recién inaugurada zona del Pedregal donde pidió que le construyeran, al lado de su sala, una alberca olímpica. El presupuesto se salió de control y la alberca se fue achicando. Entonces ella le pidió pagarle el “cuadro” en abonos y el “pillo” de Diego Rivera que la inundaba con relatos y anécdotas, encantado con su presencia, se lo regaló. Hoy la pintura, para la que mandó construir un muro de piedra volcánica, está aparentemente valuada en 3 millones de dólares y Sylvia dijo en entrevistas que sería patrimonio de la nación.
Era le Época de Oro del cine nacional y la suya, parecía una carrera que ya estaba hecha, pero para una mujer de su madera, lo mejor estaba por venir. Casada con el empresario mueblero Gustavo Alatriste, ella lo convirtió en productor cinematográfico y claro, así ella se convertiría en la actriz principal. Pero para alguien que ya había sido musa de Emilio “El Indio” Fernández, Julián Soler, René Cardona Jr, Arturo Ripstein, Chano Urueta, Tulio Demicheli, Miguel Zacarías, Juan Bustillo Oro, Samuel Fuller y Gilberto Martín Solares, entre otros, ella añoraba un empuje creativo para su carrera y fue a Italia en busca del mundialmente famoso Federico Fellini, su idea era hacer una trilogía con ella como protagonista, pero como Fellini quería de principal a su esposa, Silvia regresó a México a convencer a Luis Buñuel de llevar a cabo semejante empresa. ¿Y qué creen? Lo logró
Así contó Pinal aquel primer encuentro con Buñuel. “No nos tomaba muy en serio. Lo primero que me preguntó enfrente de Gustavo Alatriste fue: ‘¿Quién es este señor?’ Le dije que era mi marido. ‘¿Y por qué quiere hacer cine conmigo?’, me preguntó. ‘Porque me ama, don Luis’. ‘Esa es una muy buena razón’, respondió”. Esa dupla dio como resultado tres películas que escandalizaron no sólo a México, sino a España y el mundo: “Viridiana” (1961), “El ángel exterminador” (1962) y “Simón del desierto” (1965). Pero además de gritos, alaridos y golpes de pecho, el festival más importante del orbe, les dio la Palma de Oro por una película (Viridiana) que el dictador español Francisco Franco mandó destruir por blasfema y anticristiana, pero que en España La Pinal sacó de contrabando escondido en su falda. Y es que su fama y coquetería hizo que en el aeropuerto nadie la inspeccionara. Una hazaña, que gracias a su valentía, la llevó a tener entre sus joyas más preciadas la Palma de Oro que pude conocer en un nicho que tenía en el corazón de su casa. “Yo escogí a Buñuel, no él a mí. Cuando conocí su obra me encantó, me enamoré de su cine, de su humor negro, de su manera de ser y supe que no descansaría hasta ser dirigida por él y lo logré. Jamás me sentí tan gran actriz como él me hizo sentir”, indicó en una entrevista.
La actriz participó en más de 80 filmes y a lo largo de su vida recibió infinidad de premios, reconocimientos y homenajes por su prolífica carrera, como el Ariel de Oro en 2008, además de otras estatuillas conferidas por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas por su actuación en “Locura pasional” y “La dulce enemiga”, así como Mejor Coactuación por “Un rincón cerca del cielo”.
Pero además fue una productora arriesgada, pionera del teatro musical, que además condujo y produjo alrededor de 33 programas televisivos. La actriz se dio tiempo para apostarle al amor y tuvo cuatro matrimonios, entre ellos con el productor Gustavo Alatriste con quien procreó a Viridiana Alatriste, quien falleció en un trágico accidente automovilístico a los 19 años, y luego con uno de los iniciadores del rock en el país, el cantante Enrique Guzmán con quien dio vida a la diva, pero del rock en español, la controvertida y carismática Alejandra Guzmán y también a Luis Enrique.
Aunque Silvia ha dicho que tuvo pocos fracasos profesionales, su vida no fue un lecho de rosas, la violencia siempre estuvo presente en su vida. Su biografía “Esta Soy Yo”, da cuenta de las trabas, el acoso y el desdén por querer dedicarse y ganarse un lugar en el mundo del arte y el entretenimiento. También cuenta cómo fue golpeada, baleada y hasta tomada por la fuerza por uno de sus maridos. No por nada creó, con conocimiento de causa, un programa que fue todo un éxito durante sus 22 años de vida “Mujer, casos de la vida real” a través de Televisa, la gran cadena mexicana, que la catapultó a millones de hogares en América Latina. La palabra sonoridad no había sido creada, pero ella ya recibía miles de cartas de mujeres cuyas historias eran llevadas a los capítulos de este programa que no era otra cosa que denunciar y poner luz sobre lo que ella padeció: La violencia de género que se ejerce sobre las mujeres, en un país, en un contiene, en un mundo feminicida.
Consciente de su trayectoria en una entrevista con Cristina Pacheco, cuando la periodista le preguntó, ¿cómo se define Silvia Pinal? Ella respondió: “Yo creo que he sido muchas cosas, primero fui la jovencita ingenua, después símbolo sexual, luego pasé a ser vedette, luego cantante y bailarina de teatro musical, he hecho teatro clásico, he hecho comedia [...] Me han venido poniendo los títulos o me dan los créditos que corresponden al trabajo que he hecho”, le respondió tratando de resumir una trayectoria que jamás supo de límites. El crítico de cine José Ayala Blanco decía que el mundo de habla inglesa tenía a Marilyn Monroe, pero los de habla hispana teníamos a Silvia Pinal: “Con o sin Viridiana, con o sin Buñuel, con o sin la televisión, Silvia Pinal seguiría siendo una extraordinaria diva (...). La única versión que tenemos de un equivalente del mito de Marilyn Monroe sería Silvia Pinal; uno, es la rubia; dos, es una mujer con un cuerpo formidable y tercero, era una mujer extraordinariamente graciosa, que jugaba entre la ingenuidad y el libertinaje“, argumentó el experto.
Su última aparición pública fue encomendada a quien esto escribe y como parte de la agencia de management comandada por Mel Mendoza: “Me dijeron que tu podrías convocar a todas Las Pinal para hacerle un homenaje a su madre en los Estudios Churubusco”, me soltaron vía telefónica de parte de los estudios cinematográficos más longevos de latinoamérica, los cuales, por primera vez en su existencia querían nombrar un edificio en nombre de una leyenda viva. Para convencerlos comuniqué a su familia que sería un homenaje con invitados del gremio fílmico, prensa cultural y que nadie le robaría reflectores a la homenajeada. Así se llegó el día, el 29 de agosto y Doña Silvia Pinal y su descendencia hicieron acto de aparición y ella, en silla de ruedas, solo pidió una parada ante la foto de su adorado Pedro Infante: “Ahí estas Pedrito, con las mismas patas flacas de siempre”, soltó entre risas, pues nos contó que jamás se dejó filmar sin pantalones porque estaba un poco acomplejado por su piernas.
Esa tarde, ella visitó el edificio de camerinos que llevaría su nombre, además constató que una foto en blanco y negro le daría la bienvenida a las nuevas generaciones, esas por las que luchó tanto y a las que les abrió sendero. Ahí mismo, pero con ella presente, Sylvia Pasquel, Alejandra Guzmán y Stephanie Salas le dedicaron palabras, se acercaron a ella, la tomaron de la mano y besaron sus mejillas. Esas mismas mujeres están hoy abrazadas de su féretro, tomadas de la mano, con sus cabezas sobre la madera, conectando sus corazones y quizá recordando esas últimas palabras que dijo su madre en público en los estudios que vieron nacer una prolífica carrera y que tomó vuelos insospechados: “Me siento muy querida por todos ustedes, me siento apapachada y conmovida. Hoy sólo quiero decirles que el corazón me late muy fuerte, que me han regalado una tarde maravillosa y además no hay que olvidar lo más importante de todo: ¡Que viva México!”.
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Esos aplausos resuenan, hacen eco y se funden con la ovación que el país completo le brindó de pie en un homenaje de cuerpo presente a una estrella que nunca se apagará y que es llorada por su familia, sus amigos, su gremio y sobre todo por un pueblo conmovido que hace que cobre sentido ese título del que ella huía porque decía que ella no era inalcanzable: “La Última Diva de México”. La tarde del viernes trascendió la mujer, esa que se convirtió en un aspiracional y exitoso caso de la vida real. Una actriz que hizo de su oficio una marca registrada. Una compañera de lucha que prefirió pedir perdón, que pedir permiso, no por nada su nombre se volvió sinónimo de acompañamiento y a la vez un árbol frondoso sobre el que otras mujeres se podían sentar a descansar.
La Pinal dedicó su vida entera a sembrar y no fue una casualidad que la tarde del sábado la nación completa le profesara un amor que rayaba en la devoción. Quien esto escribe vio salir su cortejo fúnebre del Palacio de Bellas Artes envuelto en bendiciones, lágrimas que salían en cascada, vítores llenos de enjundia, orgullo y agradecimiento.
Silvia seguro sonreía de oreja a oreja al ver cómo a su paso cientos de manos se agitaban en el aire y conmovidas no se cansaban de decirle “adiós”, de gritarle “gracias” y desearle “buen viaje”. Su carroza era un caballo azabache que, orgulloso de lo que llevaba encima, pasó galopando frente a dos abuelitas vestidas de luto riguroso que, en tono de camaradas, le decían: “Nos vemos allá arriba Silvita, apártanos lugar”. Ahí, a ras del suelo y rodeado de sus fanáticos, entendí que La Pinal no era la diva que nos querían vender, sino una adorable compañera de ruta, un ser entrañable con el que cualquiera quisiera encontrarse después de la muerte. Descanse en paz la mujer que hizo lo que se le dio la gana y bienvenido sea la leyenda llamada Silvia Pinal.
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