El festín de Gucci y Prada

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/ 24 septiembre 2016

Los diseñadores Alessandro Michele y Miuccia Prada llenan de teatralidad la semana de la moda de Milán

“No hay nada tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado”

MADRID.- Aún más difícil que encontrar a un diseñador con un universo propio, es dar con una marca que le permita desarrollarlo en libertad. Ese es el caso, al menos de momento, de Alessandro Michele y Gucci. La crítica y las cifras de negocio respaldan la confianza de la casa italiana en el creador: Desde que fue nombrado director creativo en enero de 2015 sus ventas han crecido un 11, 5%, según recoge la publicación WWD. Quizá por eso, la colección que presentó el miércoles en la semana de la moda de Milán era una continuación de la visto seis meses antes. Los códigos que definen su trabajo —desde la estética de los años setenta hasta los volantes, pasando por la iconografía china- aparecieron de nuevo sobre la pasarela—. Pero lejos de resultar redundante, su propuesta dejaba en el espectador una sensación cada vez menos frecuente: la de querer ver más.

Un traje de tweed con un tigre bordado a la espalda daba paso a un abrigo de pelo naranja decorado con dos jirafas y, a este, le seguía un bata imperial. No había, a simple vista, un hilo conductor más allá de su aproximación historicista a la moda. Cada diseño funcionaba como una narración aislada y aun así el conjunto resultaba coherente. Porque tanto el vestido de niña perdida en el bosque como la chaqueta inspirada en una bata de boxeo rezumaban fantasía y teatralidad. Si existe una tendencia hacia el minimalismo en la moda, Michele se sitúa intencionadamente en el extremo opuesto. Empezando por los complementos: zapatos de plataforma con perlas y tachuelas incrustadas en las suela, gafas enormes con remates en pedrería, calcetines de látex y bolsos con tantos elementos decorativos que parecían cuentos ilustrados. Todo un festín para los sentidos que confirma al diseñador de Gucci como uno de los más influyentes —y plagiados— del momento.

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"Nada pasa más pronto de moda que los intentos de ayer de ser polémico”

Junto a esta estrella en ascenso brilló este jueves en Milán Miuccia Prada, que no es la creadora del momento sino de los últimos lustros. Su hazaña: convertir un discurso tan o más personal que el de Michele en un negocio de largo recorrido. De ella podría decirse que es igual que el Papa: infalible. Prada no solo dicta las tendencias que otros siguen, sino que crea temporada tras temporada prendas y complementos que, aunque el consumidor jure que jamás se pondrá, termina abrazando al cabo de un año. Sucedió con las camisas masculinas tipo años cincuenta y sucederá, a juzgar por lo visto en la pasarela, con los puños y bajos de plumas. Su propuesta para la próxima temporada concentra lo mejor de su estilo: bombers en cuadros escoceses, minifaldas hipotéticas, vestidos con corte a la cintura de organza embellecida, bolsos carpeta y chanclas de piscina, en una propuesta que recuerda a las colegialas de los años setenta que protagonizaban la película Las vírgenes suicidas.

La colección que Max Mara presentó dice inspirarse en el trabajo de la arquitecta italo-brasileña Lina Bo Bardi, autora del Museo de arte de São Paulo. De la misma forma que las construcciones semibrutalistas de esta artista pierden parte de su sentido sin el paisaje selvático que las rodea, los estampados tropicales de Max Mara cobran relevancia al combinarse con tejidos técnicos. De este contraste surgen monos retrofuristas, faldas de neopreno y bustiers deportivos.

Más decimonónico, Karl Lagerfeld toma como punto de partida la figura del ama de llaves para su trabajo al frente de Fendi. El alemán parte de una serie de uniformes de rayas reinterpretados con grandes hombreras. Pronto aparecen los primeros delantales, primero en su versión más literal cubriendo los pantalones y, después, convertidos en vaporosas túnicas abiertas por los laterales y anudadas al costado por un escueto lazo que deja al descubierto la ropa interior. Las prendas iban ganando en romanticismo con aplicaciones de flores que surgen por doquier.

Los ya famosos llaveros de visón con forma de pompón de Fendi —copiados hasta la extenuación en materiales más asequibles— vuelven esta primavera convertidos en piñas y frambuesas.

Como la de Fendi, la propuesta de Alessandro Del Aqua para Nº 21 también fue adquiriendo fuerza paulatinamente. Tras varias piezas construidas mediante superposiciones de encaje, rejilla y borlas, surgían vestidos que se movían entre lo gótico y lo folclórico, y dejaban adivinar el carácter inconformista del exdirector creativo de Rochas a través de una mezcla de retales florales y lentejuelas.

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El otro centro dramático

Si hay un gran teatro en Milán, al menos durante estos días no es el de La Scala, sino el de la semana de la moda. Gucci tapizó una enorme nave industrial con teselas de plástico rosa para simular una decadente discoteca y Max Mara construyó un camino de cemento y césped natural para sus modelos. Pero algunos diseñadores llevaron demasiado lejos su deseo de convertir la pasarela en un espectáculo. Y el mejor ejemplo de ello fue Fausto Puglisi. El italiano organizó una perfomance que robó casi todo el protagonismo a sus prendas. En una sala a oscuras, con música sacra y profusión de incensarios, unos hombres tatuados y ataviados únicamente con pantalones vaqueros esperaban al público tras unos andamios y rodeados de imágenes religiosas, un altar y varias cruces. Los hombres gritaban y miraban retadoramente a los cada vez más impactados editores de moda. Podrían haber sido modelos pero se trataba de actores de la compañía de la Forteza, el grupo teatral de la prisión de Volterra. A su alrededor, comenzaron a circular lánguidas modelos que lucían una colección inspirada, en palabras de Puglisi, “en las devastadoras invasiones” que ha sufrido su Sicilia natal. Pero los recuerdos de la puesta en escena terminaban nublando los de sus camisetas con dibujos de corazones y trajes con estampados de esculturas griegas.

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