La universidad del rock nacional: la barranca

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/ 15 octubre 2022

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La Barranca cumple 27 años.

Los viernes de quincena nadie duerme.

En pocas horas se evapora el pago. Domicilia los recibos. Al supermercado para llenar la exigua alacena. Otro día rojo. 13 ejecutados en Nuevo León. La cuenta rompe récords. Aun quedan dos meses y 15 días. Samuel se esconde. Colosio ni se asoma.

El rock solo nos redime. Olvidar la ovulación de sangre inútil. Entre las pandillas del crimen organizado. Ni el ejercito ha podido detener el desgaste. La fuerza civil y las policías municipales detienen ebrios, inventan leyes a su antojo, detienen a transeúntes. Violan la constitución federal, la estatal y los derechos humanos. Incluso fotografían a los transmutados. Lo se. Lo vi. Lo viví. Los reprendí.

Toda la calle Diego de Montemayor al sur, en el barrio antiguo, esta reventada. Aguas negras de los drenajes. Cristales quebrados de los autos. Cables de luz en vivo, sin la menor señalización.

Caminar por las banquetas es mortal. Por debajo, en la calle, a merced de los conductores alcoholizados, los repartidores de comida en moto y los franeleros coludidos con quienes roban en el área.

Viva el barrio antiguo. Nunca cambies Monterrey.

Al Café Iguana llegan cuatro generaciones. Los de las mesas. Los del patio central. Los del escenario. Los de la terraza.

Los convocados a sus seguidores. La Barranca cumple 27 años. José Manuel Aguilera y tres acompañantes. Sus letras oscuras resaltan de la simplicidad de los rockanroleros del estado de México. Tampoco se aproximan a lo fumado de Zoé.

Son un paso intermedio entre los Jaguares, donde Aguilera completó el cuadro titular con Saul Hernández y Alfonso André, y los Caifanes, donde Yann Zaragoza, ex tecladista de Mano Negra y socio de Aguilera, es habitual en la Barranca.

Aproximados a las 23 horas, después de tibiar la tarima Los Círculos de Nada, Aguilera se apoltrona a la vista de todos.

Luce cansado. Las ojeras hunden la mirada. El cabello escasea y viene desaliñado. Su chamarra negra para una noche aún tibia.

Sueltan las imágenes de la primera melodía. Las luces estrambóticas hieren a quienes les prestamos atención. Imposible seguirles atentos. Aguilera desgañita. Le cuelgan las mejillas. La barba a medio rasurar.

Aquí pausados están sus incondicionales. Los poetas, los músicos, los diletantes de la prosa inteligente e intrincada.

Una por una se van acumulando las vivencias. A nadie se le ocurre lanzar el muñeco del doctor Simi. La Barranca de Aguilera es una banda de culto. Por ahí han pasado una docena de integrantes.

Aguilera le llama La Barranca extendida. No son guapos para salir en teve o para firmar autógrafos en revistas del corazón. Son músicos complejos. Hoy hacen clic. Mañana quien sabe.

Aguilera es un juez muy duro, directo y preciso. La Barranca es la academia mexicana del rock. Hay graduados con honores y hay desertores, con baja sin derecho a recuperación.

27 años. Un compositor cansado. Una carrera interminable. Un solo sonido: ecléctico. La Barranca jamás estará en las listas de popularidad ni tocará en la plancha del Zócalo de la cdmx.

La Barranca es como la cocina de autor. Un platillo exquisito. Solo para conocedores.

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Morelense de cepa Regiomontana. LCC con especialidad periodismo (UANL). Doctor en Artes y Humanidades (I.C.A.H.M.). Tránsfuga de la mesa de redacción en diferentes periódicos como El Diario de Monterrey, Tribuna de Monterrey, y del grupo Reforma en el matutino Metro y vespertino El Sol. Escort de rockeros, cumbiamberos, vallenatos y aprendices al mundo de la farándula. Asiste o asistía regularmente a conciertos, salas de baile, lupanares, premieres, partidos de fútbol y hasta al culto dominical. Le teme al cosmos, al SAT, a la vejez y a la escasez de bebidas etílicas. Practica con regularidad el ghosting. Autor de varios libros de crónica como Hemisferio de las Estaciones, Crónicas Perdidas, Montehell, Turista del Apocalipsis, Monterrey Pop, Prêt-à-porter: crónicas a la medida y Perros ladrando a la luna en Monterrey

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