Abril tiene nombre de muchacha

Opinión
/ 3 abril 2025

Escribí en su cuaderno: ‘Para Abril, de Diciembre’. Vio ella lo que escribí y se rio. Mostró el autógrafo a sus compañeros, y rieron también

Estamos en abril. Relataré por eso algo que me sucedió.

Fui una vez más a Guadalajara. Participé en un encuentro juvenil llamado Valores y Liderazgo, organizado por una universidad. Fui presentado como analista político, lo cual me puso muy nervioso. Me siento más tranquilo cuando me anuncian nomás como humorista.

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Esa universidad jalisciense tiene un hermoso campus, lleno de árboles en crecimiento y de muchachas y muchachos en el mismo trance. El rector me invitó a conocer todo el campus y sus edificios. Debería yo cobrar extra por esos recorridos. Hace unos años, en Toluca, di una conferencia a los trabajadores de una fábrica de Vitro en la cual se hacen botellas de vidrio. Me echaron encima una especie de capote de asbesto que pesaba 10 ó 12 kilos; me hicieron ponerme unas botas con las cuales apenas podía dar paso, y luego me encasquetaron un enorme casco de bombero. Con eso, unos lentes de aviador de la Segunda Guerra y unos tapones en las orejas me llevaron a conocer la planta. Para empezar tuve que trepar por una escalera como las que hay en los teatros para llegar a la tramoya, que suben verticalmente por la pared. ¡Yo, que sufro de terror a las alturas! Ciertamente mi acrofobia no es tan fuerte como la de un amigo mío que dice que le da vértigo hasta cuando está encima de su señora, pero de cualquier modo la altura me da miedo.

El caso es que subí por aquella escalera hasta llegar a un elevado pasadizo cuyo barandal me daba apenas un poco más arriba de las rodillas, y además con piso resbaloso. Por ahí me hicieron caminar hasta un grueso tubo junto al cual me pusieron, y me pidieron a señas que apretara un botón. Hice tal cosa −había perdido la capacidad de razonar−; se produjo un horrísono fragor como el de mil cañones que dispararan al mismo tiempo, y salió del tal tubo un gran chorro de vidrio fundido, rojo como lava y ardiente como vaho del demonio. La catarata de encendido vidrio me pasó a dos milímetros del rostro. Estoy exagerando, lo confieso: fue a tres centímetros.

Casi caí por el susto. No tenía de dónde agarrarme más que del chorro, y eso de nada habría servido. Ahí me tuvieron, como en el infierno, varios minutos que me parecieron una eternidad. Llovía sobre mí un diluvio de chispas que me habrían dejado pelón de no ser por el casco. Me acordé de mi mamá, cuando me hacía menear la cajeta de membrillo, y me acordé también de las mamás de quienes ahí me habían llevado, aunque, la verdad, esas señoras jamás me hicieron menear cajeta.

Terminó por fin ese suplicio. Como Dios me dio a entender bajé por aquella espantosa escalera que aún veo en mis pesadillas de vez en cuando. Más muerto que vivo llegué a la oficina del gerente.

-Bueno, licenciado −me preguntó− ¿cuánto le debemos?

-Mire −le respondí atufado−. De la conferencia es tanto. Y tanto –20 veces más− por la visita a la planta.

Pero iba a hablar de otro recorrido, el que hice por el campus de aquella universidad tapatía. Se me acercó un grupo de chicas y chicos que querían mi autógrafo. Eso de que me pidan autógrafos siempre me sorprende, y me aturrulla siempre.

-¿Cómo te llamas? −le pregunté a una de las chicas que pedían mi firma. Me respondió:

-Abril.

Escribí en su cuaderno: “Para Abril, de Diciembre”.

Vio ella lo que escribí y se rio. Mostró el autógrafo a sus compañeros, y rieron también.

Me pregunto por qué reirían.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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