¡Felices 441 años, Saltillo! Qué piensan los creadores saltillenses de su ciudad
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En el aniversario de la ciudad, buscamos opiniones de protagonistas de la escena cultural que no son originarios de ésta pero que la han adoptado como suya, ellos delinean a los saltillenses desde su óptica foránea pero ya sarapera
Con información de Mauro Marines y Susana Zepeda
En el 2002, Armando Fuentes Aguirre, “Catón” dijo en una conferencia “Me voy a dar un lujo de un vaticinio, nuestra ciudad será más bella, más próspera y más grande, aumentarán sus problemas, sí, pero crecerán también sus esperanzas y quienes vienen serán mejores que nosotros”.
Y sin duda así ha sido, hoy Saltillo es el resultado del esfuerzo colectivo de la gente que le da vida.
Los saltillenses son dramáticos por naturaleza
Efrén Estrada, Directo de Teatro, integrante del Colectivo Calaverita de Azúcar
Mi primera impresión de los saltillenses no fue muy buena. Cuando yo llegué a Saltillo era 1986, acababa de pasar el temblor, había muy mala relación entre el norte y el centro -del país- cuando empecé la Normal se acabaron las burlas por ser chilango. La primera vez que me llamaron chilango yo ni sabía lo que significaba, pero sabía que era una grosería y me sentí ofendido. Pero a partir de los 90's la cantidad de gente de fuera empezó a incrementar y entonces se dieron cuenta que no éramos así. Ya llevo más de 30 años aquí y ya me dicen, 'ya eres de aquí', pero los saltillenses son muy apasionados, muy ruidosos (risas), su doble moral es legendaria, pero hay mucho artista, hay un refrán que dice "en Saltillo el que no es poeta, hace cajeta". Hay un gran rasgo cultural, por eso fue "La Atenas de México", existen muchos artistas que valen la pena en la ciudad, más allá de la moral. Desde mi trinchera que es el teatro, puedo decir que los saltillenses son dramáticos por naturaleza, tienen una gran voz, saben lo que es la pasión, en escena se entregan, hay una raíz teatral saltillense, hay una resistencia teatral saltillense. Creo que son muy novedosos, tal vez con el tiempo se abran más a la cultura, por más que se haga, hay mucha gente que todavía ignora lo que se hace en este ámbito. A mi me gusta mucho vivir en Saltillo, con el tiempo la gente te abre su casa y entonces ya eres parte de su familia y eso se agradece.
Dos hogares y una casa
Claudia Luna Fuentes, Poeta y columnista de VANGUARDIA
Habitaciones de techos altos y jardín inmenso, pleno de nogales. La mesa del comedor era para 14 personas. Cada vez que llegaba me servían como si fuera de la familia. No olvidaré al matrimonio de esa casa: ella sentada en las piernas de su marido a ratos, sonriente, mientras comíamos. Nadaban limones naturales partidos en una tarja con agua limpia para lavar los trastes. Pasé algunas tardes tirada en el jardín, conversando con mi amiga -afortunada hija de esa pareja-, sobre la vida, el amor y los viajes. Ella tenía el espíritu más libre y avanzado que llegué a conocer en mi juventud.
Mi casera era ahorrativa. En las mañanas nos daba licuado con un plátano pasado, casi negro. Lo acompañaba de dos rebanadas de pan blanco con margarina al que desesperadamente, en silencio, le colocábamos azúcar en abundancia para que estuviera más grueso; era mi desayuno universitario. En una ocasión habló con mi madre por teléfono: como tenía una semana de llegar a la casa de asistencia a las 11 de la noche, andaba en malos pasos. No importó si fui a grabar un video con mis compañeros de equipo, ni que, a falta de auto, caminara sola por la ciudad, de regreso.
En su casa llegamos a meditar más de 15 personas. Siempre tenía infusión de jengibre y pan con vegetales para todos. Es un hombre pulcro, me ha parecido siempre sacado de otra época. Durante la hora de meditación, se escuchaban suaves pisadas de quienes que se sumaban al llegar más tarde. Ese espacio era una isla de agua cristalina, pero sin el agua, y mágicamente, con la clara sensación de estar adentro de ella.
Reservados, pero no cerrados
Olga Margarita Dávila, Directora del Museo de Artes Gráficas
Llegué a Saltillo porque mi abuelo era de acá. Mi abuelo era un hombre increíble, reservado, un caballero trabajador y me enseñó algo que he ido recordando; que Saltillo es un lugar entrañable y que los saltillenses son personas bondadosas que capa a capa van mostrando sus cualidades.
No son de una capa, son gente receptiva, con muy claras ideas acerca de las tradiciones, difíciles de aceptar las propuestas novedosas, porque son reservados y guardan su distancia, pero no son cerrados. Finalmente si esa propuesta es importante o suficientemente valiosa la aceptan.
Es gente trabajadora, orgullosa de su ciudad y que quieren crecer aunque con reservas, poco a poco, a su tiempo, a su proceso. Son cariñosos, son leales y ya que creaste un vínculo con ellos se mantiene por el resto de la vida, o al menos eso es lo que hasta ahorita me han dado.
Yo estoy muy contenta de poder trabajar para ellos a pesar de que de esos 441 años pues nada más seis he podido estar al servicio de esta ciudad y del estado.
La vigencia del abolengo
Javier Treviño, Escritor y columnista de VANGUARDIA
Me parece que el saltillense vive entre un provincianismo que se desmorona lentamente y un ansia de cosmopolitismo cuyo modelo es… Monterrey.
¿Saltillo es una ciudad de grupúsculos cerrados? Creo que sí, pero menos herméticos de lo que parece. No obstante, hay algo en los saltillenses que sigue siendo nuclear y virtualmente impenetrable: la idea de un “abolengo” cuyo origen se remonta apenas al siglo 19.
Por mi doble condición de advenedizo y diferente, he tenido que enfrentarme a dos grandes enigmas: 1) los saltillenses son desconfiados y esquivos ante “el nuevo” y 2) los saltillenses son generosos cuando descubren que “el otro” no pretende dañarlos ni obtener algo de ellos.
Tengo un enigma 3) hay saltillenses que se mantienen impenetrables y desconfiados para siempre. En el barrio en que vivo me ha costado años el saludo de –sólo- algunos vecinos; ante otros, ya perdí toda esperanza. Y hablo de 25 años de vida en ese barrio.
Cuento con grandes y verdaderos amigos saltillenses. Pero esa escasez no es culpa de la identidad y la manera de ser de los oriundos de esta ciudad: la amistad, en cualquier parte del mundo, suele ser exigua.
Las nuevas generaciones suman otro “abolengo”, el de la tecnología digital, que por desgracia suelen subutilizar. Estas nuevas generaciones, creo, cambiarán en gran medida la perenne metamorfosis de la identidad saltillense.