La lengua de una mariposa
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Hace ocho días una mariposa monarca comparte mi recámara. La alimento con gotas de agua, frutas maceradas o sus jugos, y sal marina mezclada con azúcar morena. A veces bebe las gotas de mis dedos y puedo sentir cómo se desliza su larga lengua.
No puedo evitar recordar la película española La lengua de las mariposas, basada en el cuento de Manuel Rivas. La película se sitúa en la antesala de la guerra civil española, allá por el año 1936. En esta película es posible ver la complejidad de tener ideología de izquierda, o por ser profesor laico: asesinatos y sufrimiento.
Pero en este caso, el acto violento lo ejercí yo. Le falta una ala baja y esta fue la historia: 80 kilómetros por hora en una amplia curva del bulevar, cielo claro y abierto. De pronto ella se impacta contra el cristal del auto. Sus alas se movían con el viento. Desaceleré. Pensé en la muerte que la había provocado. A los pocos metros bajé del auto para ir a la entrevista de radio programada.
Este año la migración se adelantó -debió ocurrir por marzo-, ¿será el calentamiento global? Así que sola, no la vi venir (recomiendan 40 kilómetros por hora cuando uno ve una nube de mariposas). Tomé el cadáver pensando en guardar lo que quedara de ella. Pero entre mis dedos la mariposa se movía. Le cercené una ala baja que tampoco estaba ya en el parabrisas. Pero el resto de ella estaba bien.
He intentado buscar un ala de alguna monarca muerta para pegarla y no la he encontrado. Así que ambas hemos convivido estos días. Seguramente es la quinta generación de mariposas que nació en el sur de su ruta migratoria. Ella tendría qué haber atravesado 4,500 kilómetros desde la reserva hasta Canadá, pero me atravesé yo en su vuelo, un vuelo que alcanza velocidades de 120 kilómetros por hora.
La primera mañana que pasó en casa no quiso descender al jardín. Se aferraba a mi dedo, así que la llevé adentro y la empecé a alimentar. La dejé descansar en la única planta que tengo en maceta, una especie originaria de África (Portulacaria afra) que hace más de medio año me regaló la parte paterna de la familia.
Las mariposas duermen en grupo para defenderse de los depredadores. Así que permaneció cerca porque no tuvo otra opción. Me toca despertarla para alimentarla antes de salir.
Una mañana decidió quedarse afuera, sobre el plúmbago en flor del jardín. Asíl o entendí porque le ofrecí la mano y se aferró a las flores. Entonces salí al museo. Fue un día de muchas actividades, así que no regresé hasta después de las 7 de la noche. Intentaba no pensar en los pájaros, ni en los gatos. Al llegar, en el jardín oscuro no la vi. No encontré mi linterna así que alumbré con un encendedor en esa noche que se hacía cada vez más fría. Al final, rodenado el enorme plúmbago, estaba allí, en la parte baja. Sentí alivio. No imagino qué sienta o visualice, el caso es que voluntariamente subió a mi mano.
Hace dos días ya prefirió volar a la ventana donde tengo una persiana de madera ; allí se quedó colgando de una hilo horizontal cubierto por las cortinas.
He aprendido cosas con ella: como que también necesita frutas descompuestas, sales minerales y nutrientes que obtiene del suelo o de las rocas. Así que hoy le he pedido a Anallely (quien se ha quedado cuidándola pues he emprendido un viaje), que la saque al jardín y busque un pedacito de tierra y piedras. Antes de salir, conté los minutos que estuvo alimentándose, fueron tres. Yo pienso que fue la adición de un poco de azúcar morena a la mezcla que le doy dos veces al día.
Qué cosas. Nunca había observado con tanto detenimiento a una mariposa. Sí había leído sobre su vuelo, sobre su translúcida fortaleza, pero jamás un ser tan delicado había estado tan cerca de este cuerpo que le ha de parecer un gigante. No te atrevo a ponerle nombre.
Es espléndada aún así, sin un ala; es hermosa. Me gusta cuando desenvuelve su lengua y cuanto la retrae al acabar de comer. Me gusta su cuerpo ataviado de negro con luces blancas. Y sobre todo sentir sus patas cuando sube por mi nariz o se queda descansando sobre mi pecho mientras leo, recostada. No tengo idea de cómo terminará esta historia. Solo sé que ya permanece en el jardín, entre la lavanda, cuando no hay vientos fuertes que la derriben.