Matlachines pequeños, con enorme corazón

Vida
/ 22 agosto 2017

La Danza Infantil Guadalupana de Jesús de Nazareth es producto del esfuerzo de la familia Ávalos, quienes durante 8 años han acudido a matlachinadas, peregrinaciones y fiestas patronales.

Llegué al domicilio de don Martín Ávalos momentos antes de que partieran a la Cuarta Matlachinada Estatal, buscando a la Danza Infantil Guadalupana de Jesús de Nazareth, no estaba muy seguro de lo que encontraría. Me dijeron que la componen solo niños, desde el capitán, el tamborero y el viejo de la danza; y que uno de ellos está por cumplir dos años de edad.

La calle y la casa estaban envueltas en el bullicio. Nos recibió don Martín con mucha  amabilidad, y de pronto nos vimos rodeados por poco más de 10 chiquillos que entraban y salían de la casa ubicada en la colonia Satélite Norte, alistándose para la danza.

Compuesta por 14 niños, cuyas edades van desde el año y 10 meses hasta los 13, seis de ellos pertenecientes a la familia Ávalos, esta danza infantil fue formada por él y su esposa ocho años atrás. Empezaron de cero, sin más que un tambor, regalo de la Danza Jesús de Nazareth y a sus propios hijos y nietos como danzantes, a quienes se fueron añadiendo más participantes con el tiempo.

“Ahorita que llegaste tú, se nos acaba de ir un niño”, me dijo el señor, “vinieron por él porque como mañana entran a clases y él se va a estudiar la secundaria a Monterrey, pues se lo tuvieron que llevar y él es uno de los que empezó la danza”.
Allí, en medio de la sala donde nos recibieron, se colocaron las nahuillas, los chalecos y huaraches y, aunque era más bien incómodo portarlo dentro de la casa, algunos de ellos posaron para la cámara con el penacho puesto.

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La indumentaria tradicional es cara. Uno de estos trajes puede superar los 5 mil pesos y vestir a todos los niños, aunque es oneroso, resulta aligerado gracias a las manos de las mujeres de la casa, quienes se han encargado de confeccionar todos los chalecos, nahuillas, camisas y pantalones, además del estandarte guadalupano que portan con orgullo  y fe en cada festividad que se presenta.

Ataviado ya con su diminuto trajecito, el inquieto Ian, el más pequeño de todos, comenzó a danzar junto a nosotros. “Míralo, míralo”, llamó mi atención don Martín hacia el bebé, quien demostraba saber lo que hacía, pues a pesar de que sus movimientos son propios de un infante  que apenas sabe caminar, se le veía consciente del ritmo de sus pies. Eso, la sonrisa en su rostro y la energía que compartía fue una imagen común durante toda la matlachinada, y atrajo la mirada y las cámaras de los espectadores.

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Mientras se vestían, un detalle llamó mi atención: una máscara tradicional de viejo de la danza. Este es un elemento que se ha ido degenerando; en otras agrupaciones vemos al viejo usar máscaras de halloween o incluso de personalidades del espectáculo o la política. El pedazo de cuero, con cejas y barba de algodón es un homenaje a la original que actualmente casi no se usa.

Casi para terminar de vestirse quedamos de vernos allá, en la calle de Hidalgo, en el espacio marcado para ellos con el número 17, lugar que ocuparían dentro de la procesión. El jefe de la familia me contó también que en otros eventos similares han tenido la oportunidad de  ir en primer lugar, de liderar toda la marcha.

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Al llegar, saludaron a la imagen de su estandarte en la manera tradicional, danzando y presentándose a la virgen, en parejas, ciclando sus posiciones hasta volver al principio. Los sones que a continuación exhibieron son muchos de la autoría de los mismos niños, específicamente de Brandon, de 12 años, viejo de la danza y tamborero; y de Ángel, de 11, uno de los capitanes; nieto e hijo de don Martín respectivamente.

Para cuando los matlachines avanzaron, ellos al igual que los demás grupos, ya llevaban buen rato danzando y al huarache de Ángel se le rompió una de las correas de cuero, pero él continuó bailando: un pie con la calceta amarilla sobre el pavimento se alzaba con energía, mientras el otro, calzado con la sandalia de madera y lámina, permancía instantes para renovar la danza.

Algunos de sus compañeros también perdieron sus huaraches ante el desgaste natural. Los padres de familia que los acompañaron se encargaron de hacer las reparaciones necesarias sin que la danza se detuviera.

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La pendiente de la calle se volvió más pronunciada conforme se acercaron al Museo de las Aves y muchos de ellos comenzaron a resbalar, pues la delgada placa de metal no provee agarre en el pavimento. Sin embargo, continuaron.

Y rodeados de gente, algunos espectadores silenciosos, otros animosos y festivos, les tomaron fotografías al pasar. 

Llegaron a la Plaza de Armas rebosante de público y de danzantes, donde las autoridades que organizaron la matlachinada los recibieron con un inesperado reconocimiento por su labor en la conservación de esta tradición.

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Tradición

> La familia Ávalos organizó un grupo de danza compuesto solo por niños.

> Uno de los niños más grandes que la integran tiene 13 años y el más pequeño un año y 10 meses.

> Aunque se trata de una indumentaria costosa, las mismas madres de familia se encargan de confeccionar y elaborar cada uno de los trajes de los niños.

> Los sones son compuestos por los mismos pequeños.

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