¿Puedes llevarte las técnicas de felicidad de Finlandia a casa?

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Había venido a Finlandia para ver si podía llevarme la felicidad conmigo a Estados Unidos.
Por: Britta Lokting
La agencia de turismo del país, utiliza la clasificación de la felicidad para atraer a los viajeros, pero también da lecciones sencillas de cómo llevar la experiencia a casa.
El trayecto en ferry desde el centro de Helsinki hasta la isla de Pihlajasaari dura solo 10 minutos y deja a los visitantes en un patio de recreo de playas, senderos y bajíos rocosos excelentes para tomar el sol. Pero yo tenía una misión distinta: hablar con un árbol.
Se trataba de un ejercicio terapéutico, impulsado por la bióloga finlandesa Adela Pajunen. Los finlandeses, me había dicho, a veces comparten sus preocupaciones en voz alta con los árboles o los pájaros. Incluso, pueden cantarles en ocasiones.
En la orilla, seguí un camino de grava en busca del árbol perfecto. Descarté varios pinos antes de divisar un aliso negro y corto. Me subí a una roca y empecé a contarle mis penas: me había involucrado sentimentalmente con alguien que acababa de decirme que no estaba preparado para una relación. Aun así, le dije al aliso, tenía esperanzas de que las cosas pudieran funcionar. Él y yo habíamos mantenido el contacto, enviándonos mensajes de voz. Las hojas del aliso crujieron en respuesta, una señal que interpreté como simpatía.
Había venido a Finlandia para ver si podía llevarme la felicidad conmigo a Estados Unidos. Finlandia ha encabezado el Informe Mundial sobre la Felicidad durante los últimos ocho años, mérito atribuido en gran medida al estado de bienestar nórdico, a la confianza en el gobierno y a políticas públicas como la educación gratuita y la asistencia sanitaria universal. Según estos criterios, vivir en Estados Unidos (número 24 de la lista) es prácticamente una receta para la miseria. Pero los finlandeses también encuentran la satisfacción de formas más asequibles, como su estrecha relación con la naturaleza (el 74 por ciento del país está cubierto de bosques) y la visita diaria al un sauna (hay tres millones de saunas para una población de 5,5 millones).
Visit Finland, la agencia de turismo del país, utiliza la clasificación de la felicidad para atraer a los viajeros. Y parece que funciona. El turismo ha aumentado a casi cinco millones de visitantes en 2024, frente a unos dos millones en 2022. El pasado mes de junio, organizó su segunda clase magistral “Encuentra a tu finlandés interior”, premiando a los ganadores elegidos en un concurso en las redes sociales con un viaje gratuito a Helsinki para aprender de cinco lugareños conocidos como “hackers de la felicidad”, entre ellos Pajunen y DJ Orkidea, uno de los mejores intérpretes de música electrónica nórdica.
No participé en el concurso, pero me gustó la idea. Como muchos otros estadounidenses, he luchado contra la infelicidad desde que estalló la pandemia, experimentando a veces sueños angustiosos, sentimientos de pavor y una soledad aplastante. Así que pedí consejo a los hackers de la felicidad y planeé un viaje a Helsinki el pasado junio para ponerlo todo a prueba.
Los hackers me proporcionaron varias soluciones, tanto para el viaje como para utilizarlas a mi regreso a Estados Unidos. Luka Balac, copropietario del restaurante de residuos cero Nolla, me dio una lista de platillos locales (entre ellos helado de regaliz y sabrosas tartas carelias con costra de centeno) que me devolverían a la naturaleza. Lena Salmi, una vibrante mujer de 71 años que practica skateboarding y natación, me habló de su intensa concentración en el trampolín. Y Tero Kuitunen, ceramista, sugirió hacer algo, cualquier cosa, a mano: leer, recoger bayas, pescar, tejer. Y varios me dijeron que visitara los saunas.
Todas estas actividades tenían objetivos similares: estar presente y luchar por un estilo de vida comunitario y minimalista que se apoye en la tierra. Frank Martela, experto en felicidad y profesor adjunto de la Universidad de Aalto, a las afueras de Helsinki, explicó que los finlandeses suelen presumir cuando sus cabañas de verano no están equipadas con lavavajillas, ni siquiera con agua corriente.
“Eso se consideraría casi hacer trampa”, dijo.
Una educación nórdica
Poco después de aterrizar en Helsinki, dejé las maletas en el Hotel Fabian y me dirigí al sauna junto al agua y al restaurante Loyly (que significa “vapor”). Esperaba que el lugar fuera tranquilo y apacible, con música tintineante; en cambio, me encontré con un ruidoso grupo de hombres finlandeses bebiendo cerveza en traje de baño.
Como es costumbre, alterné breves estancias en el sauna de leña y en las aguas del Báltico, gélidas incluso en junio, a las que se accede por una escalera desde la terraza. La investigación ha demostrado que las zambullidas frías tienen beneficios físicos, pero los finlandeses también consideran la actividad como un ejercicio mental, una forma de mantenerse presentes. Me fijé un objetivo de 30 segundos. El agua me hincaba tanto que en lo único que podía pensar era en contar hasta treinta. ¿Eso contaba como estar presente? Di zarpazos contra la corriente, intentando no ahogarme.
Cuando salí, me invadió una sensación de logro. Repetí el circuito dos veces y, al salir, sentí una sensación de éxtasis mientras mi piel parecía brillar y mi mente se despejaba.
Sin embargo, la felicidad llegó en oleadas y bajadas durante los días siguientes. Recibí una dosis de endorfinas en un sauna distinto y más tranquilo, Lonna, y me relajé comiendo una sopa de salmón recomendada por Balac. Luego me encontré llorando en la habitación del hotel después de estropearme los zapatos bajo la lluvia, abrumada por la esquiva promesa de felicidad en este país lejano donde no conocía a nadie. ¿Había caído presa de una estrategia de publicidad?
En mi última mañana, tomé un ferry de 20 minutos a la escarpada isla de Vallisaari, con la intención de dar un último y relajante paseo por el bosque a lo largo de un sendero de casi tres kilómetros. Pero mientras el barco se alejaba, empecé a tener un ataque de pánico. “Hoy es el día perfecto para ser feliz”, rezaba un cartel de madera pintada, pero la soledad y el aislamiento me habían seguido al otro lado del mundo.
Aquella noche había planeado ir a un karaoke para probar uno de los consejos de la felicidad del DJ Orkidea, el baile en grupo, después de cenar en el restaurante sostenible Gron, galardonado con una estrella Michelin. Pero en lugar de eso me metí en la cama. Como escribí en mi diario: “A veces la felicidad es una bata de hotel y acurrucarse bajo las cobijas”.
Aun así, era optimista y pensaba que podría recrear los momentos más felices de este viaje de vuelta a casa, en Nueva York, aunque tuviera que ponerme creativa: por ejemplo, un paseo por el bosque de Central Park.
¿Tan difícil podría ser?
La realidad estadounidense
Resulta que la felicidad es un lujo en Estados Unidos, incluso un privilegio. Me consternó descubrir que la mayoría de los pases de sauna en Nueva York cuestan más de 60 dólares. Como periodista independiente, no podía permitirme vaporizarme como los finlandeses, muchos de los cuales tienen acceso a saunas en sus casas o edificios de departamentos.
Pero al final encontré un lugar en Brooklyn que ofrecía un precio razonable y los viernes por la noche empecé a visitar su sauna de barril en el patio trasero, su bañera de hidromasaje y su zambullida fría para una sola persona. No era Helsinki, pero el espacio estaba lo bastante escondido como para dar un aura de serenidad.
Como no estaba dispuesta a buscar mi propia comida en la naturaleza como los finlandeses, intenté lo siguiente mejor: comprar en el mercado de agricultores. También compré una maceta con plantas de albahaca, tomillo, cebollino y salvia con la intención de convertirme en jardinera. Anna Nyman, una buscadora de alimentos que vive a unos 30 minutos del centro de Helsinki, me dijo que ella cultivaba productos y hierbas en su balcón y que, por tanto, otros habitantes de la ciudad también podían hacerlo. “Incluso cultivé una sandía”, dijo.
Mi cocina no recibe mucha luz solar, así que todas las mañanas llevaba mi pequeño huerto a la azotea. Algunas noches salía a beber y me olvidaba de él. Las tormentas de verano empaparon la tierra. Una noche corté el tallo de la albahaca demasiado bajo y me quedé con un nudo estéril. Al final todo murió, y alguien tiró la maceta.
Con todo, las cosas iban bastante bien. Incluso tuve un gran avance una tarde, cuando atravesaba Central Park después de una sesión de terapia emocional y me fijé en un grupo de gente que miraba al suelo. Desvié la mirada hacia el asfalto. ¡Un cardenal! Me detuve a admirar el plumaje rojo del pájaro antes de que se alejara aleteando. Esto era una victoria, decidí, por permanecer presente.
Un ‘simple’ descubrimiento
A finales de julio, el hombre con el que había mantenido una relación me envió un mensaje para decirme que había empezado a salir con alguien. Pronto supe que en realidad se había casado.
Intenté canalizar el “sisu”, una palabra finlandesa que significa perseverancia, pero mi estado de ánimo fluctuó durante semanas. A veces bastaba con dar un paseo enérgico por la naturaleza para que la dopamina hiciera efecto. Otras veces comía muy poco o lloraba sin motivo, una vez mientras cortaba un tomate de granja que había comprado para este experimento. Pronto, ni siquiera la sauna me levantó el ánimo.
Una tarde estaba sentada en la playa, preguntándome por qué la naturaleza no me hacía sentir mejor, cuando recibí la respuesta: me estaba esforzando demasiado por vivir exactamente como los finlandeses. Había estado tan atascada intentando encontrar tiempo y dinero para los consejos de la felicidad que no había entendido lo que decían todos los consejeros: acallar la mente y encontrar placer en pequeños actos y observaciones, como un cardenal alzando el vuelo o hablando con los árboles. “Cosas sencillas”, había dicho Pajunen. “Esto es lo esencial de lo que los finlandeses tienen que ofrecer al resto del mundo”.
Un sábado, me obligué a vestirme y pasear a mi perro por Central Park. Saludé a los tilos europeos y a los robles rojos del norte mientras paseábamos cerca del zoológico. Inmediatamente me sentí mejor. Pero antes de seguir adelante, llevé a cabo un pequeño, pero reconfortante ritual que había desarrollado. Di las gracias a los árboles por escucharme.