¿Tu hijo hace berrinches?... ¡puede ser tu culpa!
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Es importante señalar que ser un buen padre no significa no salirse nunca de control. Todos somos humanos y en algún punto esta cosa de la paternidad se arruina
Mientras mi hija de 3 años estaba teniendo un berrinche épico, noté que se me cruzaba por la mente un pensamiento: “¿Qué le pasa?”
Era tan fácil culparla a ella. Yo había tenido un largo día en el trabajo, estaba cansada, y ahí estaba ella, complicando aún más un día agotador. Más fácil todavía era enojarme y levantarle la voz. Honestamente, me sentía un poco víctima. Mi diálogo interior era más o menos así: “¡Yo trabajando muchísimo y dando el máximo y esta chica no aprecia mis esfuerzos!”
Entonces me di cuenta: “¡Claro, es una niña!” Esto me hizo reflexionar y pude apartarme un momento de la situación. Mirando a la distancia, veo dónde la embarré. El hecho es que ella trataba de pedirme algo. Yo estaba desdeñosa y distante, abrumada por las exigencias de la vida y no estaba consciente y atenta al momento. Ella no satisfacía su necesidad de atención de mi parte y reaccionaba en la única forma que conocía. En ese momento, reconocí que yo era una gran contribuyente al Gran Berretín 2016.
He visto a montones de chicos (en su mayoría adolescentes) en mi consultorio, con toda una serie de problemas, desde la resistencia hasta problemas de conducta pasando por el consumo de drogas y la adicción, la depresión, la ansiedad y el daño auto-infligido. Más allá del problema, hay un tema común: los padres tienen miedo. Se sienten impotentes y perdidos. Quieren ayudar a su hijo pero no pueden. Cuando vienen a verme, me dicen que han probado todo para ayudar a su hijo. Les creo. Sé que están asustados y preocupados y han agotado todos los recursos conocidos para ayudar a que su hijo mejore. Pero no lo han intentado todo.
Para comprender plenamente cómo impactamos en la conducta de nuestros hijos, primero debemos entender la teoría Polivagal que nos llega de Stephen Porges. En esencia, es lo siguiente: tenemos tres niveles de excitación: la híper-excitación (respuesta del sistema nervioso simpático) cuando nos sentimos amenazados/ansiosos/con miedo, etc., hipo-excitación (respuesta del sistema nervioso parasimpático vagal dorsal) cuando nos cerramos y nos bloqueamos, y la zona óptima de excitación (respuesta del sistema nervioso parasimpático vagal ventral) cuando podemos sentir una serie de emociones pero podemos mantenernos firmes y en control de nuestro comportamiento.
Los cerebros no alcanzan su maduración total hasta los 22 a 25 años. Esto significa que los individuos operan con cerebros que técnicamente no están plenamente maduros y funcionando a toda potencia hasta que salen de la universidad. No sorprende que un chico arroje una piña, quiera adoptar conductas que son ridículas o riesgosas o quiera traspasar y poner a prueba los límites.
Es nuestra tarea como padres ayudar a cuidarlos y enseñarles mientras sus cerebros se desarrollan. Es posible que salgan frecuentemente de sus zonas de excitación óptimas cuando deben tolerar la emoción. El principal problema surge cuando el padre o la madre también salen de su zona óptima y lo castigan o reaccionan duramente estando en situación de híper-excitación o cuando tratan de desconectarse e ignoran la conducta adoptando la respuesta de hipo-excitación: el comportamiento tiende a empeorar o el niño se cierra.
Daniel Seigel, renombrado psiquiatra y experto en el cerebro, afirma que los niños y adolescentes ansían la aventura, la exploración y naturalmente empujan los límites. Además, los niños de todas las edades quieren y necesitan ser escuchados y validados. Inclusive los adolescentes y los adultos jóvenes ansían la conexión y el afecto de quienes los cuidan. Cuando las situaciones entre padres e hijos adquieren frecuentemente un sesgo negativo, probablemente existe un ciclo perpetuo en que ambos, padres e hijos, abandonan su zona de excitación óptima una y otra vez, lo que resulta en dolor, incomunicación, frustración y un sentimiento compartido de impotencia.
Cuando los padres pueden mantenerse en la zona de excitación óptima y practican la escucha y la validación de su hijo, los resultados son mejores. He visto ocurrir cosas fantásticas cuando un chico hace un berrinche y el padre o la madre se dan cuenta de que no están ayudando en la situación por estar reaccionando excesivamente y actuando punitivamente o cerrándose. Cuando el padre o la madre pueden detenerse, respirar hondo para regular su sistema y escuchar, todo cambia.
Entiéndase bien, por favor, que escuchar y validar a un niño no significa darle lo que quiera. No significa que no debemos responsabilizar a nuestros hijos por sus acciones. Lo que significa es que podemos hacerlos responsables dando un buen ejemplo al hacernos responsables nosotros de nuestra conducta primero. Significa poder mantener la relación con nuestros hijos pudiendo a la vez fijar límites y fronteras. Los límites y las fronteras que se fijan mientras el padre o la madre están emocionalmente regulados tienen más probabilidades de ser razonables, lo cual hace que a los padres les resulte más fácil seguir adelante.
Si yo hubiera estado en mi zona óptima de excitación en el ejemplo del comienzo de este artículo, no habría cedido necesariamente a lo que quería, sino que habría podido responderle de una manera que la ayudara a superar sus emociones y sentirse querida al mismo tiempo. Era una oportunidad para enseñarle una importante lección de vida. Quizá se habría enojado, pero yo habría podido validar sus sentimientos y ayudarla a manejar su emoción.
Es importante señalar que ser un buen padre no significa no salirse nunca de la zona óptima de excitación. Todos somos humanos y en algún punto esta cosa de la paternidad se arruina. Enseñe a su hijo a pedir disculpas y asuma usted su responsabilidad cuando hace las cosas mal. Es sorprendente lo dispuestos que están a perdonar cuando un padre o una madre están bien predispuestos a asumir la responsabilidad por sus errores. Esto no lo hará perder el respeto de su hijo. Al contrario, aumentará su respeto hacia usted al ver un ejemplo de la conducta apropiada.