Carta a Saramago
COMPARTIR
TEMAS
Luces escasas salvan de la penumbra la entrada por donde ingresan las ambulancias. Un jardín de olores nauseabundos aroma la entrada de Urgencias en el hospital público número siete de Monclova. El bote de basura rebosa hasta acumular en el piso, envoltorios y vasos de unicel. Adentró, un enjambre humano se expresa en forma de gritos, llanto y rostros hartos de esperar sobre sillas de ruedas o bien, con parches momentáneos. El sanitario colectivo es por decir lo menos, una fuente de infección que no es tratada.
Saramago: ¿para un ciego sería menos dantesca esta experiencia? ¿O peor si es que debido a esta condición, se ahonda con preferencia en los aromas?
A un costado, se vislumbra una puerta de cristal neja que, al atravesarse, entrega una atmósfera caliente. Un deficiente sistema de aire acondicionado cuyas entradas se encuentran sucias, intenta aminorar la temperatura de este aire espeso.
Agotado, un hombre enfermo se sostiene del tubo metálico de suero que conecta con su brazo. Está sentado en una silla plástica. A su lado, una hilera de sillones mullidos y viejos reciben otros cuerpos que descansan en espera de ser atendidos. Más sillas con pacientes, una de ellas con un hombre y su niño enfermo en brazos.
Camillas en hilera se colocan sobre los pasillos que debieran ser para circular libremente, y en los cubículos divididos por cortinas, camillas tienen al fondo paredes con manchas de grasa y otros fluidos corporales. Afuera de la sala de urgencias, en dos pasillos que llevan a otras zonas del hospital, también hay camillas. Hay números colocados sobre la pared para saber quién yace allí. Los familiares -algunos con sillas, otros sin ellas- se mantienen vigilantes.
Urgencias fue una zona diseñada inicialmente par albergar 10 camas. Aquí hay más de 50 cuerpos que son atendidos en condiciones precarias. Los médicos y los enfermeros, como pueden, intentan resolver las contingencias. No hay camas en el hospital para que algunos de los pacientes sean transferidos a otros pisos. Incluso en esta zona las camillas son insuficientes.
La comida que se entrega a quienes pueden comer, se conforma por escasos trozos papas y salchichas que nadan en un pequeño caldo; una fruta. El plato extendido y ovalado parece mucho más grande ante esta escasez.
El reglamento indica que está prohibido llevar faldas o pantalones cortos debido al estrecho espacio que hay entre camillas, por lo que esta medida busca proteger al cuerpo de los acompañantes de posibles heridas en sus traslados en esta zona que es, altamente infecciosa.
Son las enfermeras y enfermeros la cara cálida de esta desmesura; ni los practicantes tienen ánimo o sensibilidad y atienden a los cuerpos yacientes, con frías miradas, con cierto desprecio.
¿Cuántos trabajadores hay en México? ¿Cuánto paga cada “patrón” al seguro social en cuotas por quincena? Multipliquemos por habitantes productivos. Son montañas de recursos que aquí no se reflejan. Alguien dice: “tanto hemos pagado al IMSS que hasta nuestro entierro debería de salir gratis”. Y ahora resulta que los trabajadores son una carga.
Sí, son una “carga” que resuelve la maquinaria y los procedimientos necesarios para que este país funcione como lo hace y para que unos pocos vivan bien, mientras los cuerpos de esta “carga” tratados como indignamente.
En Urgencias, el enjambre humano doliente, todos los días reproduce sus colores, sus olores y sus carencias.
claudiadesierto@gmail.com