El curador, el artista, la simbiosis
COMPARTIR
TEMAS
En una entrevista para Diario Cultura publicada en diciembre del 2016 Jorge Contreras, ex-curador del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, hizo tres declaraciones, entre otras, que quiero destacar.
Primero expresó que “el curador es el autor intelectual de una exposición. Independientemente que el artista produce y hace su obra, como curador tú ofreces esa obra para producir un efecto, o para transmitir una idea.”, luego que “también se ha entendido de la curaduría, que es simplemente la selección de la obra. Y a veces se piensa que el curador está por encima del artista y que es el curador una especie de juez que dice cuáles son las mejores obras y cuáles no son tan buenas” y por último que existe “la otra postura, un curador como mediador, entre el trabajo del artista y los espectadores, también así se ha entendido (…) haz de cuenta como un curador explicando la obra de los artistas”.
La figura del curador ha estado presente en colecciones y museos a lo largo de siglos, como un encargado del cuidado, selección e investigación en torno a las piezas, pero su rol dentro del arte no tiene más que unas décadas y las diferentes posturas que muchos dentro de este medio tienen sobre ellos pueden resumirse con estas tres citas.
La segunda —que presenta a este individuo como alguien cuyas decisiones son finales y superiores a las del artista—, se trata de una opinión que aparentemente está en decadencia, pero la primera y la última continúan en disputa.
El curador como “autor intelectual” de la narrativa de una exposición y el curador como “facilitador” de la comunicación entre la obra y el espectador son los principales roles que estos profesionales suelen adoptar.
Sin embargo, aunque la primera postura podría considerarse adecuada en el contexto de una colectiva con decenas de participantes —en la que el también llamado comisario es quien decide de qué forma los diversos discursos, aproximaciones y técnicas de los artistas serán utilizados para un objetivo en común, lo que lo convierte, efectivamente, en el autor de esa específica propuesta, la exposición— mientras menor sea el número de involucrados mayor debe ser la relación, intimidad creativa y colaboración que debe existir con los artistas.
Porque declarar la autoría intelectual sobre una exposición individual de tal o cual creador —o de un par de ellos— despoja virtualmente a la obra de las intenciones que quien las realizó tenía sobre ellas y convierte al artista en no más que mera mano de obra.
Por el contrario, tampoco podría hablarse sólo del curador como simple facilitador, que si bien funge tal propósito no es su único mérito.
¿Cuál es, entonces, su verdadero lugar? Asegurarlo sería equivalente a determinar una sola definición de “arte” pero proponer un punto medio entre ambos extremos podría ser un buen camino a seguir.
El pasado jueves 28 de marzo en Casa República se inauguró la muestra “Thetys, Conexiones de Memoria, Territorio y Paisaje”, propuesta que Blanco Galería hizo a través del diálogo entre el trabajo pictórico de Karla Rangel y el fotográfico de Alfredo Esparza con el apoyo de la curadora Olga Dávila.
La colaboración entre artistas, galeristas y curadora fue, de acuerdo con lo que declararon en entrevistas, cercana, horizontal y enriquecedora, y se puede observar en los resultados, que estarán en exhibición durante dos meses.
La exposición conserva con fidelidad los motivos y discursos de cada artista —con una selección adecuada de obra y producción en los casos que fue necesario hacer nuevas piezas— y propone un discurso extra, no invasivo, sino complementario, a lo que ellos ya hacen; todo esto afín a los objetivos de la galería.
Y aunque una parte de la obra de Esparza se encuentra en otra parte de la casa —y por lo tanto se presenta fragmentada del resto del discurso— es también parte del interés de Blanco Galería por convertir a toda Casa República en un espacio para el arte, por lo que habrá que seguir al pendiente de cómo se apropiarán del inmueble.