El escenario en los países más pobres: Un cataclismo de hambre, enfermedades y analfabetismo

COVID-19
/ 13 enero 2021

No sólo una crisis de salud se está generando, también la pobreza está incrementándose en algunas economías

Pensamos que el COVID-19 mata principalmente a los ancianos en todo el mundo, pero en los países pobres es más catastrófico que eso.

Está matando a los niños a través de la desnutrición. Está provocando que más gente muera de tuberculosis, malaria y sida. Está forzando a las niñas a abandonar la escuela y a casarse. Está causando que las mujeres mueran durante el parto. Está haciendo retroceder los esfuerzos para erradicar la polio, combatir la malaria y reducir la mutilación genital femenina. Está provocando fallas en la distribución de la vitamina A, lo cual causará que más niños sufran ceguera y mueran. 

El Fondo de Población de las Naciones Unidas advierte que el COVID-19 podría dar lugar a trece millones de matrimonios infantiles adicionales en todo el mundo y a que casi 47 millones de mujeres no puedan tener acceso a métodos anticonceptivos modernos. 

En resumen, una pandemia de enfermedades, analfabetismo y extrema pobreza viene detrás de esta pandemia de coronavirus, y afectará más a los niños. 

Es posible que el mayor impacto del COVID-19 no sea para quienes contraen el virus de manera directa, sino para quienes se ven afectados por el colapso de las economías y los sistemas de salud y educación de los países en vías de desarrollo.

Muchas escuelas y clínicas están cerradas, a veces no se dispone de medicamentos para el sida y otras enfermedades, y a menudo se suspenden las campañas contra el paludismo y la mutilación genital. 

“El impacto indirecto del COVID-19 en el Sur Global será incluso mayor que el impacto directo”, me dijo Muhammad Musa, director ejecutivo de BRAC International, una organización sin fines de lucro con sede en Bangladés. “El impacto directo, por trágico que sea, afecta solo a los infectados y a sus familias. El impacto indirecto tiene consecuencias económicas y sociales para un número mucho mayor de personas: pérdidas de empleos, familias hambrientas, aumento de la violencia doméstica, un mayor número de niños que abandonan la escuela y costos que afectarán a generaciones”.

En este sentido, muchos de los que mueren a causa del COVID-19 nunca contraen la enfermedad en realidad. Las víctimas, en realidad, son los niños que mueren de sarampión porque no pudieron ser vacunados en una época de peste: hasta 80 millones de niños podrían no ser vacunados. O los que mueren de desnutrición porque sus padres perdieron sus trabajos como conductores de bicitaxis o sus madres no pudieron vender verduras en el mercado.

Como suele ocurrir durante las crisis económicas, la carga recae sobre todo en las niñas. Cada vez son más las que se casan aun siendo niñas para que la familia del nuevo marido las alimente, o son enviadas a la ciudad para trabajar como criadas a cambio de alimento e ingresos insignificantes, mientras se enfrentan al fin de su educación y a un riesgo considerable de sufrir abusos.

“El principal reto al que se enfrentan los estudiantes es el hambre”, dijo Angeline Murimirwa, directora ejecutiva para África de Camfed International, que apoya la educación de las niñas en países en vías de desarrollo. Más del 60 por ciento de las estudiantes de
Camfed en Malaui informan que sufren de falta de alimentos. 

Antes de esta crisis, el cuatro por ciento de las niñas de Zimbabue se casaban antes de los 14 años. Esa cifra ahora podría empeorar. Hace años, escuché una pregunta desgarradora que me hizo una brillante y ambiciosa chica keniana: ¿debería abandonar la escuela y renunciar a sus sueños, o debería aceptar una relación sexual con un hombre que luego pagaría su educación, pero quien ella temía que tuviera VIH? Más niñas ahora se enfrentarán a estas decisiones imposibles.

La crisis se debe a los cierres y al colapso económico, junto con la caída en picada de las remesas desde el extranjero. BRAC International descubrió que más de dos tercios de las personas con las que trabaja en Liberia, Nepal, Filipinas y Sierra Leona dijeron que sus ingresos se habían reducido mucho o habían desaparecido.

“Si eres un jornalero y un día te dicen que no puedes salir de tu choza, al día siguiente no tienes ingresos para comprar comida”, señaló Mark Lowcock, director humanitario de las Naciones Unidas. “Apostaría mi casa a que habrá un aumento en el número de pobres, un aumento en la mortalidad infantil, un aumento en la mortalidad materna”.

Bill Gates y otros están pidiéndole al Congreso que incluya 4000 millones de dólares en el próximo paquete de estímulo estadounidense para ayudar a asegurar que todos en el mundo puedan ser vacunados contra el coronavirus. No lo consideremos caridad, sino una inversión
en la seguridad de la salud mundial, y también necesitamos inversiones de emergencia para la educación, la poliomielitis y la nutrición. 

Sin embargo, hasta ahora, los países ricos han sido en su mayoría egoístas y de mentalidad estrecha, sin considerar que un brote lejano puede volver a cruzar sus propias fronteras. Un llamado de las Naciones Unidas para recaudar 10.000 millones de dólares para la respuesta al COVID-19 ha recolectado tan solo una cuarta parte de la cantidad, aproximadamente.

Uno de los triunfos de la humanidad en la era moderna ha sido una tendencia histórica casi desde la década de 1990 en la que la pobreza extrema (definida como alguien que vive con menos de 2 dólares al día, ajustados a la inflación) ha disminuido aproximadamente en dos
tercios. Es trágico que ahora la situación se ha invertido. 

El número de personas que viven en pobreza extrema en todo el mundo ha aumentado 37 millones desde la crisis del COVID-19, y aumentará otros 25 millones el año próximo, según los cálculos del Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud.

Últimamente, al final de cada año, he escrito una columna argumentando que el año anterior fue el mejor en la historia de la humanidad, con base en mediciones como el riesgo de que un niño muera o siga siendo analfabeto. No podré escribir una columna así este invierno, y quizás tampoco pueda hacerlo en los próximos años. Le pregunté a Lowcock si el COVID-19 es un revés para esa era de progreso, o un final. 

“Como mínimo, esto va a ser un gran revés”, dijo. “Si no tenemos cuidado, va a ser peor que eso. Podría acabar con las décadas de progreso que hemos logrado”. 

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