El Muro y La Grieta/1968: dos autores ante el abuso del Estado

Vida
/ 4 noviembre 2018

La seudo renuncia del poeta Octavio Paz a la embajada mexicana en la India --una investigación posterior de Jacinto Rodríguez Munguía reveló que nunca dejó de cobrar, y que la renuncia fue un “permiso”-- no fue el único gesto de dignidad de los intelectuales mexicanos ante los hechos del 2 de octubre

El silencio
Ante la casi generalizada cobardía, silencio o adhesión del medio artístico, hubo creadores que ante el abuso de fuerza por parte del Estado, antepusieron un dique moral. Dentro de ese marco de degradación, mordaza y oscuridad, algunos pocos enfrentaron la barbarie con la sola fuerza de su autoridad moral y una profunda convicción cívica.

 

El caso García Ponce 
Monsiváis cuenta en uno de sus libros como Juan García Ponce, quien usaba silla de ruedas al igual que un líder estudiantil  -el recién fallecido Marcelino Perelló- fue interceptado por agentes al tratar de entregar  en Excélsior un desplegado de apoyo al movimiento. Iba acompañado de la dramaturga coahuilense Nancy Cárdenas. De ahí fue llevado a una delegación para ser interrogado. Este hecho, que sin duda pudo haber sido traumático para el autor de Tajimara, se convirtió en material literario para dos de sus libros: la novelas La invitación y la monumental Crónica de la intervención, influida fuertemente por el nouveau roman francés. En ella, los visos de lo trágico y la agitación pública se diluyen con lo privado, con lo erótico:

“Esteban reparó en la manera en que la forma de sus rodillas se señalaba en sus largas piernas. Mariana no terminaba de revelarse nunca y siempre podía volverse a empezar a descubrir rasgos y peculiaridades de ella. Su presencia era única y tenía una capacidad totalizadora que lo conmovía sin poder hacer otra cosa que dejarse arrastrar por esa disolución de sí mismo en ella. Pero el cuerpo de Mariana lo abarcaba todo. Era su verdadera unidad.”

Según Monsiváis, el desplegado que pretendía publicar y por el que fue apresado García Ponce (4 de octubre) era la primera protesta del medio intelectual por la masacre.

En los separos, el también crítico de arte se regodeó en demostrar desprecio por sus captores: ante las preguntas por su identidad, les gritó que podrían conocerlo yendo a sus libros. Que si se esforzaban, les tomaría tiempo y un gran esfuerzo, pero finalmente conocerían su pensamiento.

Al final, se dieron cuenta de su error: no se trataba de un líder estudiantil, sino de un escritor, por lo que lo liberaron.

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El caso Revueltas
El caso de José Revueltas es paradigmático: acusado como ideólogo detrás del movimiento y encarcelado, su cautiverio se alargó más de 30 meses. A pesar de haber sido galardonado con el Premio Xavier Villaurrutia apenas el año anterior por su obra completa, el autor del El luto humano estaba en la clandestinidad desde el mes de septiembre. Su orden de aprehensión lo acusaba de diez delitos: entre los que se contaban invitación a la rebelión, asociación delictuosa, sedición, robo, despojo, acopio de armas, homicidio y lesiones. Personajes como Pablo Neruda y Octavio Paz, quien lo describió como “uno de los hombres más puros de México” hicieron peticiones públicas por su libertad. Gran parte de su experiencia carcelaria quedaría registrada en El apando, que posteriormente llevaría al cine Felipe Cazals, con adaptación del propio autor y un joven José Agustín.

En sus diarios de la cárcel, Revueltas, quien murió 5 años después de su liberación, resumió su resistencia y visión de aquel tiempo:
“Del día 2 en adelante sobrevienen días absurdos, increíbles. Informes cada vez más espantosos sobre la matanza. Ahora, 28, no recuerdo cuántas veces hemos cambiado de refugio y recorrido la ciudad de un coche a otro. Lo único cierto es nuestra estupefacción.

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Uno hubiera querido amar, sollozar bailar, en otro tiempo y otro planeta. Pero todo está prohibido. No quieren que seamos habitantes.

Somos sospechosos de ser intrusos en el planeta. Nos persiguen por eso; por ir, por amar, por desplazarnos sin órdenes ni cadenas. Quieren capturar nuestras voces, que no quede nada de nuestras manos, de los besos, de todo aquello que nuestro cuerpo ama. Está prohibido que nos vean. Ellos persiguen toda dicha. Ellos están muertos y nos matan. 

Nos matan los muertos. Por eso viviremos.”

alejandroperezcervantes@hotmail.com

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