Inteligencia y enfermedad

Artes
/ 3 noviembre 2020

El hecho de que la palabra intelectual cause recelo o encono nos habla de la clase de comunidad en la que vivimos. Tal pereciera que el intelectual resulta aquí una especie de mal formación o de obstáculo al sentido común. Y no obstante este absurdo prejuicio, todos los seres humanos son intelectuales en alguna medida, aunque sólo algunos se dediquen a pensar más profundamente sobre ciertos aspectos de la vida y a escribir libros profesionalmente. Ojalá hubiera más de ellos y gozaran de una larga vida o de una mayor consideración. Como es natural, existen intelectuales de toda clase, pero yo quisiera llamar la atención acerca del concepto o la noción de inteligencia. A menudo escucho llamar inteligentes a ciertos individuos y no dejo de sentir tristeza por la confusión a la que nos ha llevado el lenguaje cercenado, humillado (al reducirlo desde el siglo XVIII sólo a una capacidad de ofrecer ilustración) y al hecho de que lleguen a cargos políticos esta clase de personas. La inteligencia humana tiene más que ver con la especulación; con la comprensión del mundo en que se vive; con la invención de escenarios, horizontes o mundos alternativos a los impuestos; y con el papel que uno se arroga desde la auto conciencia como participante de un mundo común que sólo puede ser observado, sopesado, descubierto desde nuestra posición de individuos o sujetos. La inteligencia es siempre intento de comprensión del todo, capacidad innata que se desarrolla en cuanto contempla y advierte la complejidad del entorno que rodea al ser que piensa. Hay otra inteligencia (que es más bien un empobrecimiento del concepto) y que se halla relacionada con habilidades lógicas, nemotécnicas, con la erudición o la eficacia para resolver problemas determinados. Yo no llamaría inteligencia a tales características humanas, sino habilidad. Esta última noción de inteligencia es muy considerada en estos tiempos y de allí el aplauso propio de circo que ensombrece a las sociedades. Que la inteligencia se considere asociada al rendimiento y se conciba como un instrumento que funciona si resulta eficaz para resolver determinado problema es (como lo piensa H-G Gadamer) bastante limitado y dudoso. La inteligencia no es un instrumento, sino una capacidad que se entromete en todo lo que concierne al individuo humano. Escribe Gadamer: "La actuación del médico encierra en sí misma el peligro de poder perturbar el equilibrio del paciente a través de la ayuda que le ofrece, no sólo porque puede alterar otras condiciones de equilibrio, sino debido a la ubicación que tiene el enfermo dentro de un campo social inabarcable de tensiones psíquicas y sociales". En consecuencia, el hecho de que el paciente se enfrente a la autoridad del médico y disienta de sus observaciones puede significar una señal de inteligencia, pues aquel intenta no entregarse completamente a una observación ajena y necesariamente limitada con tal de mantener la importancia o gravedad de su propia experiencia. Ahora imaginemos que un gobierno intenta administrar una enfermedad (en este caso la pandemia) como si se tratara de una cosa homogénea que incluye un comportamiento también unificado de los pacientes o ciudadanos. Al hacerlo actúa a partir de una inteligencia disminuida, instrumental, autoritaria y riesgosa ya que pone en peligro al resto de las actividades o condiciones en las que el ser humano se encuentra involucrado, ya sean estas humanas, mentales, económicas, civiles, familiares, etc... Por decirlo de una manera sencilla: al intentar sofocar un incendio provoca una devastación del entorno y trastorna otros aspectos importantes de la vida de las personas, tal como sucede en la actualidad donde los remedios están provocando estragos inimaginables.

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