La La Land y su pobreza argumental: nuestra reseña del filme más nominado a los Oscar
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Es como si hubiera sucedido El Rapto bíblico y todo el mundo hubiera ascendido al Cielo… menos yo
Calificación: 5.5 de diez
La comunidad cinéfila está trinando de entusiasmo por esta película, pero yo no me siento contagiado de dicho júbilo.
Me ha pasado con otros “clásicos” contemporáneos, multi premiados y mundialmente aclamados, elogiados tanto por la crítica como por la taquilla (“Intensamente” y “Mad Max Fury Warrior”).
Le pido un voto de credibilidad. Estoy muy lejos de posturas fingidas para desmarcarme de lo “trendy”. Vi estas películas con excelente disposición, humor y verdaderas ganas de que me gustaran, pero simplemente no pude establecer ese vínculo emocional-intelectual que nos debe producir cualquier obra artística.
Fue el caso de “La La Land”, a la que entré sin el consabido prejuicio del género musical, en contra del cual, aclaro, no tengo absolutamente nada. Al menos creo entender sin gran problema las reglas de un universo en el que el estado emocional de los personajes se expresa en canciones y números coreográficos.
Pero mi principal objeción hacia “La La Land” es su pobreza argumental. La anécdota no podía ser más elemental y cliché. Un músico bohemio, idealista y fiel a sus principios (Ryan Gosling) y una camarera en busca del estrellato (Emma Stone) viven un romance mientras persiguen sus sueños que -oh calamidad- parecen ser muy difíciles de alcanzar aunque curiosamente, se realizan a un precio relativamente barato.
Las “adversidades” que se les presentan en realidad son las mínimas que se esperarían, ya no digamos del sueño de una vida, sino de cualquier empresa de mediana envergadura.
En su viaje, los personajes tampoco sufren alguna transformación notable. Aun así, su amor no resiste el hecho de que el éxito no les llegue con rapidez, pero la historia es tan gratuita que irremediablemente les llega. Un buen día a ella le llaman para el papel que la lanza al estrellato. Ok, puede ser que ello ocurra. La vida puede ser así de azarosa. Pero para cuestiones dramáticas no funciona, porque lo que cambió fue la circunstancia, no el personaje.
Creo honestamente que sufrió más por conseguir sus primeros aplausos en su biopic el personaje de Gloria Trevi, que la pareja de “La La Land” en realizarse como estrellas en sus respectivos campos.
El guion trivializa de tal manera el espinoso sendero hacia el éxito (¡el éxito en términos hollywoodenses, ni más ni menos!) que casi, casi la vuelve una cinta irresponsable.
Bueno, el que quiera creer que el camino hacia la fama es así de terso y rosa (un par de lagrimitas y enseguida está el estrellato), adelante, yo no me opongo. Pero el hecho de que se trate de un musical no es excusa para la superficialidad, ni en su trama ni en sus personajes.
En sus aspectos formales también encuentro a “La La Land” sumamente sobrevalorada. Y aquí, me disculpará, resulta inevitable, obligatoria la comparación con otras cintas relevantes del género.
“La La Land” está muy lejos de aportarnos el puñado de canciones perdurables que uno espera llevarse a su colección personal después de ver una ópera fílmica. Y los números coreográficos tampoco son como para perder el sueño, al menos no para nadie que haya visto cuatro o cinco piezas fundamentales del cine musical. Si a trabajos contemporáneos nos remitimos, fue mucho más demandante lo que hizo Jean Dujardin para “The Artist” (2011), o Channing Tatum para “Hail Caesar” (2016).
Quizás lo más disfrutable para los sentidos de “La La Land” sea su sección de jazz (que su director Damien Chazelle explota magistralmente en su impecable “Whiplash” de 2014), pero aquí está cosida al resto de la película con suturas demasiado visibles.
Es insuficiente la excusa de “se trata de un homenaje a las clásicas del género”, o el peor lugar común “es una carta de amor a la ciudad de Los Angeles”, como si ello fuera pretexto para no estar a la altura de lo que fallidamente se pretende emular o pagar tributo. Como también encuentro insuficiente la belleza de sus protagonistas, misma que se nos quiere hacer pasar por profundidad de los personajes.
Encuentro finalmente muy penoso que en un periodo particular de la historia en el cual hay tantas cosas importantes qué decir, la dichosa Academia rompa récord de nominaciones con una película discursivamente tan pobre, dejando atrás (o en el completo anonimato) a varias películas que intentaron hablarnos de temas vitales al día de hoy. Un día, no muy lejano, nos reprocharemos el estar hablando hoy de “La La Land” y no de una cinta valiente y trascendental como “The Birth of a Nation” (Nate Parker 2016), cinta que fue la mayor promesa del año pasado pero que por razones políticas fue sepultada en el olvido.
Pero, recuerde: Nos quieren lo menos pensantes posible y de preferencia totalmente acríticos.