La princesa Leia contraataca

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/ 27 noviembre 2015

A sus casi 60 años, Carrie Fisher vuelve a reencarnar el papel de ‘Star Wars’ que la encumbró y encasilló. La actriz logró superar sus adicciones rebuscando en sus memorias

"Soy Carrie Fisher, y soy alcohólica". Así comenzaba la actriz de La Guerra de las Galaxias su monólogo teatral Wishful Drinking. Una obra autobiográfica que trasladó al papel con mucho éxito (Mi vida en esta galaxia) y que bien podría haberse titulado Cómo decir la verdad sobre mi oscuro pasado en Hollywood y sobrevivir. Carrie Fisher (Beverly Hills, 1956) no saltó a la fama en 1977 con su interpretación de Leia en la primera película de Star Wars, como se suele decir. Ya era una celebridad antes de nacer cuando se anunció que su madre, la actriz Debbie Reynolds, estaba embarazada del cantante Eddie Fisher (quien luego las abandonó por Elizabeth Taylor). Desde entonces su estrella ha titilado a diferentes intensidades, pero ella nunca ha permitido que se apagara. Ahora, con casi 60 años, ha vuelto a reencarnar al personaje que le dio y quitó todo (según sus palabras) en el séptimo episodio de la saga galáctica, El despertar de la fuerza, que se estrena en España el 18 de diciembre.

Fisher, cuatro décadas después de su primera gran aparición en la pantalla, sigue hablando de forma descarada y con mucho humor sobre su pasado de drogas y alcohol, su trastorno bipolar y su perenne depresión. Y sí, sobre la carga y la fortuna que fue convertirse en una jovencísima princesa Leia. Con su personaje comparte varios aspectos: son rebeldes, hacen lo que quieren pese a las imposiciones, son independientes desde muy jóvenes y ambas tienen padres famosos. Pero la vida de Fisher, adicciones aparte, tiene además un fondo trágico, anárquico y, porque ella así lo ha querido, de mucho humor negro. "El hecho de que sepas que todo eso es gracioso es lo que te va a salvar la vida", dice en su biografía.

Con cualquier otra estrella de Hollywood, todas las complicaciones que ha afrontado la intérprete en su vida serían tabú, hubiesen estado ocultas por representantes o desmentidas por estudios y productores. Pero Fisher ha aprendido no solo a afrontarlas, sino a vivir de ello. Lo cual no quiere decir que lo cuente todo o que no reconozca que se avergüenza de cosas que ha hecho o dicho en el pasado. La trilogía de La guerra de las galaxias (1977-1983) supuso su encasillamiento como actriz. Nunca tuvo otro papel protagonista como aquel, aunque sí apareció en clásicos modernos como The Blues Brothers (1980), Hannah y sus hermanas (1986) o Cuando Harry encontró a Sally (1989).

Tras rodar la primera película de Star Wars con 17 años hasta finales de los años ochenta, Fisher pasó sus peores momentos de adicciones a drogas y medicamentos. Una de las frases de presentación de sus espectáculos lo dice todo: “¿Conocéis ese dicho que sostiene que la religión es el opio de las masas? Bueno, pues yo tomé masas de opio religiosamente”. Aquellos también fueron sus turbulentos años de relación y matrimonio con el músico Paul Simon tras un amago de boda con el cómico Dan Aykroyd. “Me casé con un hombre que era músico, bajito y judío. ¿Les suena? Sí, una copia exacta de mi padre”, admite siempre públicamente con sorna.

La escritura le salvó su carrera en Hollywood tras una sobredosis y un proceso de desintoxicación. En 1987 publicó Postales desde el filo, una novela con grandes porciones autobiográficas en la que hablaba de una actriz que trata de rehacer su vida después de casi morir una noche por un abuso excesivo de drogas. El libro se convirtió en película en 1990, con guion de la propia Fisher, en el que potenció la relación de la protagonista con su madre. El filme, dirigido por Mike Nichols y protagonizado por Meryl Streep y Shirley MacLaine, le abrió las puertas como guionista en Hollywood. Gustaron sus ácidos diálogos y su capacidad para montar escenas. La actriz se convirtió en lo que en la meca del cine se conoce como script doctors, guionistas que no aparecen en los créditos y que desde la sombra arreglan textos de otros, ya sean escenas, diálogos o el libreto entero. Por su bisturí han pasado historias como Hook, Sister Act, Estallido e incluso, se dice, George Lucas le pidió que metiera mano en los guiones de la segunda trilogía de La guerra de las galaxias.

Y entre guion y guion, Fisher ha ido desgranando partes de su vida que han llegado a los escenarios, a las librerías e, incluso, al plató de Oprah Winfrey. En una entrevista memorable, la actriz defendió la terapia de electrochoque cada seis meses para mitigar su depresión crónica. Y hoy, a través de sus perfiles en Twitter y Facebook -con miles de seguidores-, es posible saber en qué anda metida (eso sí, que nadie busque pistas sobre la nueva película, ahí secretismo absoluto). En sus cuentas aprovecha para recordar la gran relación que tiene con su octogenaria vecina (su madre) y relatar cada detalle de la vida de su gran amor, Gary, un bulldog francés que lleva a todas partes. Un perro que no es un mero animal de compañía, sino que adoptó como parte de su terapia para afrontar el trastorno bipolar que le diagnosticaron a los 29 años.

En la Red también aprovecha para mostrarse irreverente pero elegante. Es habitual ver fotos subidas por ella en las que aparece levantando su dedo corazón hacia la cámara, en ocasiones junto a otras celebridades. Pero sobre todo es muy activa para apoyar la carrera de su hija, una de las protagonistas de la serie Scream Queens. Billie Lourd es fruto de su relación con el agente Bryan Lourd en los años noventa. El abandono, casi tanto como el humor, ha marcado su vida. Si primero Fisher fue abandonada por su padre (aunque ambos mantuvieron siempre una buena relación), Lourd dejó a la actriz para irse con un hombre. Otra muesca más en la convulsa vida de Fisher que justifica una de sus consignas: "Cuando eres una superviviente, te tienes que meter en líos a menudo para demostrar tu talento".

Por Álvaro P. Ruiz De Elvira / El País

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