Nuestros desaparecidos
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He estado preparando un artículo sobre los desaparecidos en Coahuila, pero lo guardaba para publicarlo cuando lo considerara muy claro y con nuevos datos sobre este gravísimo cúmulo de crímenes que atentan contra la dignidad humana.
Hace 15 días participé en una más de las reuniones que tienen los familiares de las víctimas. Tanto el fiscal como el procurador parecen ser sumamente atentos, comprensivos, reconocen el problema y el dolor de quienes perdieron hijos, esposos, incluso niños. Escucharlos es una especie de bálsamo. Están dispuestos a arreglar entuertos sin discusión, reconociendo errores y descuidos. Escuchan las exigencias de las mujeres y aun toman notas de su dolor ¿Usted cree a los encargados de hacer justicia?
El jueves las familias estuvieron manifestándose frente a Palacio de Gobierno de manera pacífica, pero demasiado firme. Los gritos “¡vivos se los llevaron; vivos los queremos!” estuvieron entre muchas otras reclamaciones. Se leyó un listado de familiares de víctimas que murieron prácticamente de dolor: fulana de tal tras perder a su hijo desarrolló diabetes y murió pronto; otra tuvo un cáncer imprevisto que la llevó a la tumba, y así alrededor de 25. Esa manifestación tuvo un curioso marco: cerraron las puertas de Palacio y ahí se apostaron policías del Estado con metralletas. ¡Qué increíble!, unas mujeres, muchas de ellas mayores de edad intimidaban al poder… ¡no frieguen!
Ayer sábado apareció en VANGUARDIA un artículo de Carlos Arredondo en el que elogiaba a Blanca Martínez, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos Fray Juan de Larios (de la Diócesis de Saltillo). Carlos destacó la importancia de esta ONG y de quien la preside. En efecto, Blanca es una mujer excepcional, con una experiencia de años en el famoso centro Fray Bartolomé de las Casas (en San Cristóbal de las Casas) que ha defendido los derechos vejados de los indígenas de Chiapas durante decenas de años contra la opresión directa de las autoridades gubernamentales de los tres niveles y la absoluta impunidad de los delincuentes.
También ayer apareció en VANGUARDIA un reportaje de Armando Ríos en el que el fiscal especializado en la búsqueda de desaparecidos anunciaba con toda desfachatez que muchas de las denuncias y exigencias de los familiares no son más que acusaciones falsas. Declaró el fiscal (al menos sus declaraciones aparecen entrecomilladas) que de alrededor de 5 mil denuncias de personas desaparecidas “se logró ubicar a más de 3 mil 200 personas; no estaban desaparecidas, estaban ausentes o había una ausencia voluntaria en su domicilio por parte de ellos”.
No puedo creerlo, esto es algo que está fuera de toda lógica, cordura, seriedad, responsabilidad. Griselda, una joven mujer de Torreón que perdió a su joven marido, un carpintero, en la reunión que mencioné dijo que estaba cansada de escuchar siempre lo mismo. Preguntó por qué el gobernador Miguel Riquelme no obligaba a sus colegas a cumplir con su deber, ¿será que no tiene autoridad?
Lo que declaró ese señor fiscal podemos traducirlo así: las personas a quienes se nombra víctimas en realidad andan por ahí divirtiéndose; se fueron de casa porque no soportaban a la señora; son novios que buscaron alejarse de los padres; encontraron un hogar mejor… Esto es indignante. Explíquenselo a quien el jueves dijo que perdió a su hijo, a su esposo, a dos cuñados y un amigo el mismo día.
Algo que me sorprendió fue que una de las mujeres (esas heroicas damas que en Coahuila están siguiendo el camino emprendido por las Madres de la Plaza de Mayo, de Buenos Aires), fue que manifestó su desacuerdo tácito tanto al “perdón” que les pide López Obrador, como a su declaración de que los militares seguirán en las calles. Ella dijo que muchos de los desaparecidos fueron víctimas de policías y soldados. ¡Muy fuerte su grito!
Amplifique lo anterior con las acciones del grupo VIDA de Torreón, que han reunido en sus constantes salidas al desierto (San Pedro, Chávez, Matamoros, Viesca, el lecho del río Nazas…) más de 100 mil vestigios de sus desaparecidos: dientes, pedazos de huesos, carteras, rosarios, cintas de zapatos, hebillas. Esas orgullosas mujeres están muy delante de los aparatos de justicia. ¿Hacia dónde vamos?