Rohingyas, tragedia de una minoría perseguida
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Cientos de miles de rohingya esperan con incertidumbre y abandono, en campos de refugiados saturados de gente y con la amenaza de epidemias y enfermedades.
Cuando el 25 de agosto el Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA), un pequeño grupo insurgente de reciente creación, lanzó un ataque contra casetas militares y policiales en el estado Rakhine, en el occidente de Birmania, el mundo se derrumbó para los miembros de esta comunidad musulmana, a la que el Gobierno birmano no le reconoce ciudadanía ni derechos.
La operación militar que comenzó entonces en Rakhine, donde se calcula que había un millón de refugiados, hizo llegar a militares y más militares que incendiaron decenas de pueblos de rohinyás y tirotearon a la población en su huída, una narración que se repite casi palabra por palabra en la boca de cada refugiado.
Con 300,000 rohinyás en su territorio ya antes de esta crisis y 400,000 más ahora, demás de los que aún puedan llegar, el gran grueso de la población rohinyá en el oeste de Birmania ha terminado llegando a Bangladesh, una situación que, para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, representa un "caso de libro de limpieza étnica".
Abandonados ahora en Bangladesh, que durante años les ha ignorado como refugiados, un estatus que apenas tienen alrededor de 30,000 rohingyas, el futuro de esta comunidad sólo se perfila en tonos oscuros a la espera de una ayuda internacional que llega con cuentagotas.
Bangladesh se pregunta qué hacer tras una oleada que, en poco más de dos semanas, llevó a 400,000 rohinyás a su territorio, más que todos los refugiados que cruzaron el Mediterráneo el año pasado y casi la mitad de los que lo hicieron en todo el año 2015.
UN PUEBLO REPUDIADO POR UNOS E IGNORADO POR OTROS
La historia de los rohingya es a menudo difícil de contrastar y trazar una línea histórica inequívoca sobre su presencia en Birmania es objeto de controversia. Hay ensayos que afirman que este grupo humano, de ascendencia bengalí, ya se encontraba en Burma y en el antiguo reino de Arakán (Rakhine) desde el siglo VIII, pero su verdadero arraigo no es algo exento de discrepancias.
Las migraciones más recientes de rohingyas a Birmania datan de finales del siglo XIX y principios del XX, como parte del proceso de colonización británica de ese país. Sin embargo, de acuerdo con una normativa de principios de los años 80, el Gobierno birmano solo reconoce como etnia autóctona a aquellas con presencia en el país antes de la primera guerra entre británicos y birmanos, en 1824.
Hasta la propia denominación de etnia es controvertida para designar a un grupo que tiene como elemento distintivo su condición de musulmanes en un país ampliamente budista.
A pesar de que Birmania tiene más 130 grupos étnicos reconocidos, las autoridades birmanas se muestran inflexibles a la hora de hacer un hueco a este grupo en su caleidoscopio humano nacional, y desde hace décadas solo dificulta las condiciones de vida con la pretensión de que regresen a Bangladesh.
Este país, por su parte, considera a los rohinyás ciudadanos birmanos y, pese a recibir a lo largo de los años a decenas de miles de ellos, tampoco consolidó su condición de refugiados en territorio bengalí, donde sólo hay dos campos con esa condición y administración del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en los que vivían antes de esta crisis alrededor de 34,000 personas.
Otras 300,000 han vivido durante años en "campos improvisados", o campos de refugiados sin ser reconocidos como tales por las autoridades.
Bangladesh ya repatrió entre 1992 y 1997 a decenas de miles de rohinyás en base a un acuerdo bilateral con Birmania, que quedó suspendido en 2005, pero muchos han terminado regresando a tierras de Bengala oriental, donde continúan en un limbo jurídico del que parece que nadie tiene intención de sacarles.
LA HUIDA
Cansados tras viajes largos y dolorosos, cientos de miles de rohinyás malviven en chamizos sobre el barro con la angustia sobre su futuro en Bangladesh, pero la idea de volver a Birmania, donde dan por sentado que les espera el cementerio, no entra en sus cabezas.
"Me lo dijeron muy claramente, o se van o les matamos", explicó a Efe Abby Sallam, rodeado por nietos y la familia que no se quedó atrás en su pueblo de Fakira Bazar, en el estado occidental birmano de Rakhine.
El granjero, de pelo canoso y barba corta, decidió hace una semana resignarse y aceptar el ultimátum que le había dado el Ejército birmano. Dejó su granja, su casa, la vida que conocía y salió hacia Bangladesh.
Sin embargo, los militares no cumplieron su parte y le robaron las vidas de dos de sus hijos.
El hombre lo narra sin emoción y, como quien enuncia una fórmula física, afirma: "si volvemos morimos".
Prácticamente todos relatan las mismas escenas de terror: militares llegando a un pueblo, disparando indiscriminadamente contra civiles sin importar si son menores o mayores e incendiando casas y pueblos enteros.
Incontables familias han quedado rotas en huidas repentinas hacia la frontera de Bangladesh.
Nur Ahmed, de 45 años, narró a Efe cómo los militares llegaron a Mandama We, un pueblo de unos 150 habitantes, y prendieron fuego a cada vivienda.
"Todos salimos de la casa. Ellos (los militares) le dispararon a mi hijo y lo mataron, solo tenía doce años", dijo.
Ahmed no pudo siquiera recuperar el cuerpo de su hijo porque era demasiado arriesgado.
Tras el tiroteo, la suya y otras dos familias, doce personas en total, se refugiaron en una mezquita y, después, fueron saltando de pueblo en pueblo en su huida del Ejército, hasta llegar a Bangladesh.
"Hoy tenemos un lugar donde poner nuestra tienda", dice Ahmed, aliviado.
Con una herida de bala en la pierna, Jahir Ahmed, de 35 años, recuerda a Efe cómo fue alcanzado por un disparo de un grupo de militares cuando huía de su pueblo en Khamir Dhil.
Su hermano le arrastró hasta un hospital, pero cuando escuchó que los militares podían atacar incluso el centro de salud salió huyendo aún sin sanar.
"Escapé y caminé durante tres días con la pierna herida. Llegué el sábado y los médicos en un campo me curaron la herida", afirma.
Una vez cuidado del problema físico, el dolor del alma crece día a día porque no sabe dónde está su familia.
Para algunos como Abul Kashem, de 58 años, esta no es la primera vez que han tenido que salir huyendo. En 1991 se refugió en Bangladesh por otra acción militar en Rakhine.
"Pero las atrocidades del Ejército son mucho más grandes ahora (...) Están quemando las casas de manera aleatoria", asegura.
UNA CRISIS INFANTIL
Niñas con recién nacidos en brazos, mujeres a las que el niqab no impide mostrar su estado de gestación y niños corriendo entre el lodo, dan un rostro infantil a la crisis de los refugiados rohinyás en Bangladesh, un éxodo en el que dos de cada tres son menores de 18 años.
Alrededor de un cuarto de millón de niños han sido contados en campos de refugiados estables y asentamientos improvisados o en las chabolas que han florecido de manera caótica y espontanea en el distrito de Cox's Bazar, en el sureste de Bangladesh.
“Son el 60% del total de la población de refugiados, un porcentaje que se hace más dramático si se tiene en cuenta que un 23% de ellos son menores de cinco años”, según indicó a Efe la jefa del trabajo de campo de Unicef en Bangladesh, Sara Bordas.
"En una catástrofe natural lo primero que mueren son los niños y las madres. En una crisis como esta, las madres y los niños son lo primero que hay que atender", explicó Bordas, que estuvo en el terremoto de Haití de 2010 y en el tsunámi de 2004.
En el campamento de Kutupalong, a pocos kilómetros de la frontera entre Bangladesh y Birmania (Myanmar), los niños aprovechan el lodazal que hace impracticables los caminos para resbalar y divertirse, no tienen mejor cosa que hacer y el tiempo en un campo de refugiados es infinito.
"Lo que hay en estos momentos aquí es un caos total, estamos tratando de corregir nuestras intervenciones para que los pocos servicios que había lleguen al máximo de personas posible", indicó Bordas.
Pese al incremento de la dotación de las agencias de Naciones Unidas ante la emergencia, dar respuesta a una oleada tan grande de personas requiere tiempo.
Más aún si se tiene en cuenta la propia situación en que Bangladesh ha tenido durante años a los refugiados.
Dacca (capital de Bangladesh) los considera extranjeros y, con la pretensión siempre de hacer su estancia únicamente algo temporal, nunca tuvo como prioridad mejorar sus condiciones, por lo que los emplazamientos improvisados que durante años se han ido formando con los refugiados que llegaban al país, aún hoy distan mucho de contar con la infraestructura necesaria.
Hace menos de un año se permitió la apertura de "centros de enseñanza" con un tipo de programa educativo similar al oficial pero sin reconocimiento institucional y, de repente, se produjo la oleada de octubre, que llevó a más de 80,000 rohinyás a Bangladesh.
Hoy Unicef apenas tiene 166 de estas escuelas y 41 centros de protección, donde se brinda asistencia psicológica a los pequeños, en los campamentos improvisados de Kutupalong, Leda, Shamlapur y Bhalukali, campos tolerados por el Gobierno y que fueron abriendo tras diferentes oleadas de refugiados.
UN FUTURO SIN OPCIONES
"¿Volver?"; Rokki Mullah mira a su alrededor como quien no ha entendido lo que acaba de escuchar y trata de que alguien se lo repita.
"¿A qué?", replica tratando de comprender una pregunta demasiado absurda en su cabeza.
"¡No volveré nunca!", zanja este hombre menudo de 30 años delante de su mujer y de dos de sus tres hijos, con los que se ha pasado viajando 14 días por montes y ríos desde su natal Tum Bazar, huyendo de los militares, hasta llegar a Bangladesh.
"Me dijeron, si no dejas este lugar te mataremos", dijo.
Afirma que ya no le queda nada en Birmania y asegura que su única preocupación ahora es conseguir arroz y agua fresca para su familia, que desde hace días vive bajo una lona de plástico negro, en una tienda improvisada a la que apenas se puede acceder gateando sobre el barro.
Bangladesh ha exigido a Birmania que acepte el regreso de sus nacionales y que garantice su seguridad y condiciones de vida, ya que la comunidad rohinyá supone una "gran carga" difícil de absorber para un país en condiciones económicas ya precarias.
Las autoridades de Naypyidaw (capital de Birmania), sin embargo, no han aceptado estas condiciones y han prometido repatriación sólo para aquellos que puedan demostrar residencia en el país, algo prácticamente imposible para miles de personas que viven en zonas agrícolas sin acceso a la administración pública.
Más allá de lo que suceda con ellos, las organizaciones humanitarias y la ONU advierten de que es necesaria ayuda para atender las necesidades de 1.2 millones de personas, ante el riesgo de que surjan epidemias y enfermedades por la insalubridad en que viven estos refugiados.
DESTACADOS:
+++ La crisis de refugiados rohingyas ha hecho llegar en poco más de dos semanas a más de 400,000 personas a Bangladesh, más que todos los refugiados que cruzaron el Mediterráneo el año pasado y casi la mitad de los que lo hicieron en todo el año 2015.
+++ Prácticamente todos relatan las mismas escenas de terror: militares llegando a un pueblo, disparando indiscriminadamente contra civiles sin importar si son menores o mayores e incendiando casas y pueblos enteros.
+++ A pesar de que Birmania tiene más 130 grupos étnicos reconocidos, las autoridades de este país se muestran inflexibles a la hora de hacer un hueco a esta comunidad en su caleidoscopio humano nacional, y desde hace décadas solo dificulta las condiciones de vida con la pretensión de que regresen a Bangladesh.
Por José Luis Paniagua EFE/Reportajes