Textear al volante
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Todos lo permitimos si no nos oponemos resueltamente. Así que no debimos habernos sorprendido cuando nos enteramos la semana pasada de que por hablar con celular o textear, dos conductoras protagonizaron sendos accidentes donde por desgracia otra mujer perdió la vida.
Mientras no levantemos la voz ante ello con firmeza no tenemos el derecho a asustarnos. Es evidente la falta de educación vial que existe en la ciudad y si no apoyamos medidas para que ello deje de ocurrir seguirán sucediendo este tipo de desgracias.
¿Es en la casa? ¿Es la educación en las escuelas? ¿Es en dónde, para que esta ciudad comprenda la importancia de conducirse con civilidad? Vivimos en una especie de jungla donde el más fuerte, el que mejor automóvil ostente (o crea el conductor o la conductora que lo trae) es el que mejor se “defiende”. La cosa es echar el carro encima al que está enfrente. La mejor opción es acelerar a todo lo que se pueda, cuando el ámbar está por fenecer, y alcanzar con tan heroica maniobra el siguiente semáforo en rojo. De nada valen las osadías: terminan en el siguiente semáforo con el rostro amargado del automovilista. En su inconsciente carrera no se percatan que por inercia y descuido hay otros conductores que los siguen, pensando que avanzan en estado normal y resulta que toman semáforos en rojo gracias a su antecesor, que raudo y veloz, se adelanta con la determinación propia de la Fórmula Uno.
Todos los días, sin excepción, es posible ver automovilistas concentrados en su celular, ya hablando, ya escribiendo en él, “texteando”. Cosa de todos los días, carros estacionados en donde pálidas franjas rojas señalan que está prohibido hacerlo. Desvaídas estas franjas, que debieran tener más firmeza en el color y ser mejor vigiladas por agentes de tránsito. Ahí, en esquinas, lo mismo da: ya enormes camionetas del año que viejos autos, obligan a cuanto conductor se atreva a pasar por ahí a disminuir la velocidad y operar una y mil maniobras.
Cientos de veces repetido: irresponsables padres de familia que se aseguran con el cinturón, pero dejan a sus hijos sin él. Tres o cuatro niños vienen en los carros jugando en la parte trasera del auto sin ningún tipo de protección. ¿Y entienden cuando se presenta un accidente? No, en definitiva. Le ocurrió a otro. No le ocurrirá jamás a él o a sus hijos.
Dos jóvenes de Chihuahua recientemente de visita en nuestra ciudad se sorprendieron por la velocidad con que se conduce en Saltillo. Allá, nos comparten, nace la luz roja del semáforo y pasan algunos segundos para que el conductor arranque, dando así oportunidad a que terminen de pasar los vehículos que vienen en la dirección perpendicular. Aquí, lo sabemos cada uno de los que vivimos en esta ciudad, un segundo implica ganarse una serie interminable de claxonazos que vendrán acompañados de miradas iracundas del conductor que nos sigue. Falta absoluta de respeto y de civilidad. Es la imagen que ofrece Saltillo. (Hay un chiste sobre esto. “¿Cuánto dura un nanosegundo?”. Respuesta:
“Es el tiempo que transcurre entre el encendido del verde y que el tipo de atrás toque el claxon”).
Indispensable hacer conciencia del desorden vehicular de la ciudad que corre el riesgo de convertirse en escenario de tragedia cotidiana. Una indispensable capacidad de convocar fuerzas y esfuerzos en pro de una dirección que lleve a conciliar un verdadero interés, una verdadera preocupación, por nuestra ciudad. ¿Es el automóvil el amo y señor de nuestra ciudad?
Adiós al Cine Palacio
El Cine Palacio desapareció, dejando tras de sí brillantes y conmovedoras imágenes, evocadores sonidos e imborrables recuerdos que se quedarán para siempre grabados en la memoria y los corazones de los saltillenses; su lugar ha sido reemplazado por comercios que eligieron entre los colores de su fachada unos grises y azules desleídos que resultarían muy apropiados para una funeraria.