Tom Hanks, el héroe bonachón

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/ 6 noviembre 2016

El denominado como ‘papá de América’ repite protagonismo en la cartelera gracias a ‘Inferno’ y ‘Sully’, dos filmes con los que intentará poner fin a una racha de 16 años sin ser nominado a los Oscar

MADRID.- En la recta final del metraje de “Inferno”, la última adaptación de la franquicia superventas de Dan Brown, tiene lugar un diálogo revelador. Repetido en cada una de las tres películas de la saga, pero sintomático. Esta vez en boca de Felicity Jones, la nueva compañera de nuestro protagonista (después de Audrey Tautou y Ayelet Zurer), cumpliendo con la tradición en la que ellos pueden envejecer y engordar pero a ellas hay que sustituirlas por clones rejuvenecidos. El caso es que cuando intuimos que la yincana por las calles de Florencia no ha servido de nada, que todo está perdido, la doctora Sienna Brooks se gira, mira emocionada a Robert Langdon y sentencia: “Todavía podemos salvar al mundo”. Solemnes palabras que actúan como viagra en la moral del profesor para que, por supuesto, nos termine salvando. Y no, esta afirmación no es un spoiler. Si algo sabemos de antemano antes de entrar al cine a ver una película protagonizada por Tom Hanks es que esa será su misión. Otra cosa es que (todavía) queramos que Hollywood nos salve. A juzgar por la respuesta en la taquilla de “Inferno” en su fin de semana de estreno en Estados Unidos, la respuesta se inclina hacia el ‘no’. En una época en la que predominan los antihéroes, personajes llenos de ambigüedad moral, nos preguntamos si sigue habiendo hueco para el bueno de Tom Hanks, encarnación del héroe americano vecinal y una de las estrellas más queridas sobre el globo. Un actor ignorado en las últimas dos décadas por la Academia, a la que intentará volver a conquistar en “Sully”, lo nuevo de Clint Eastwood. ¿Su papel? El del piloto de un avión que aterriza de emergencia en el río Hudson. Salvando a sus pasajeros, por supuesto.

“Tom Hanks encarna al hombre corriente mejor que nadie”, dice Paul Greengrass, director de Capitán Phillips, una de sus últimas películas (también socorre a su tripulación, esta vez de los piratas somalíes). Hanks interpreta a un hombre blanco y heterosexual, atractivo pero no guapísimo, con esposa e hijos, sencillo, responsable y bonachón, que se ve atrapado en unas circunstancias que lo superan. Igual que en Sully, Esperando al rey, El puente de los espías, la saga de El código Da Vinci, La terminal, Atrápame si puedes, Camino a la perdición, La milla verde, Salvar al soldado Ryan o Apolo 13. El actor ha hecho de su aspecto y actitud cercana un género en sí mismo, refrendado por un comportamiento fuera de pantalla lejano a las excentricidades de otras estrellas. Es un multimillonario que viaja en metro y está dispuesto a colarse en bodas ajenas en pleno Central Park. Por eso no es de extrañar que a principios de año una encuesta norteamericana lo nombrara el actor favorito del país, repitiendo por quinta vez en este siglo. Una popularidad entre el público que contrasta con el desdén de la crítica y la Academia, que ignora su trabajo en los Oscar desde Naufrago. Hanks fue durante la década de los noventa la más brillante realidad del cine norteamericano, con hasta cuatro nominaciones en siete años y dos estatuillas consecutivas (Philadelphia y Forrest Gump). Hoy en día, varios de sus compañeros de generación le han adelantado por la derecha.

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George Clooney, Denzel Washington y hasta Michael Keaton han conseguido más reconocimiento que Hanks en las últimas ediciones. Todos ellos, dejando a un lado el buenismo para convertirse en antihéroes de moralidad turbia, como el veterano agente de Clooney en Syriana, el piloto adicto de Washington en El vuelo o el decadente actor de Birdman interpretado por Keaton. A otros como Brad Pitt, se les sigue resistiendo la estatuilla como actor pero, mientras tanto, ha producido filmes premiadísimos como La gran apuesta y 12 años de esclavitud, y ha actuado para Fincher, Malick, Tarantino o los hermanos Coen. Por no hablar de la madurez artística de Leonardo DiCaprio, Matthew McConaughey o Matt Damon, que a principios de siglo relevaron a Hanks como novios de América.

El dos veces ganador del Oscar parece haber interiorizado en demasía el papel de héroe corriente y la clásica comparación con James Stewart, materializada en ese remake de El bazar de las sorpresas llamado Tienes un e-mail. Pero hasta la estrella de ¡Qué bello es vivir! renegó del halo de protagonista admirable para dar vida a las oscuras obsesiones sexuales de Alfred Hitchcock en La ventana indiscreta y Vértigo. Un movimiento que haría bien en intentar repetir Hanks si desea volver a contar con la predilección que tuvo en su día. En una cultura audiovisual dominada por apellidos como los Lannister, White o Soprano; no parece haber cabida para la pureza de los roles estereotipados del actor, cuya última película Inferno, ha debutado en la taquilla USA con 15 millones de dólares, cinco veces menos que El código Da Vinci. Con Esperando al rey, estrenada esta primavera, cosechó la peor recaudación de su carrera.

Puede que Hanks ya no sea un factor infalible en la cartelera (¿alguien lo es todavía?), pero si de algo ha dejado constancia en las omnipresentes campañas de promoción es de sus aptitudes como estrella de la mercadotecnia. Varias de sus intervenciones en late shows nocturnos se han convertido en virales, como el repaso a toda su filmografía junto a James Corden o el homenaje a Big con la máquina Zoltar en el programa de Stephen Colbert. También fue alabada su participación en Saturday Night Live, considerada la mejor de la temporada hasta ahora y dejando para la posteridad un personaje hilarante, David S. Pumpkins, con motivo de la celebración de Halloween. En el mismo programa, Hanks hace suyo el apodo de “papá de América”, dando una charla aleccionadora y optimista a su país antes de llegar las elecciones. Pero estos sketches se sostienen sobre la nostalgia que despierta la figura de Hanks, refutando nuestra teoría de la necesidad de volver a interpretar papeles relevantes para que las nuevas generaciones no lo perciban como un recuerdo, sino como un icono propio de su tiempo.

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Podría decirse que a ningún gran actor debería atraerle la idea de que le tildasen de progenitor, porque no es un gran piropo. Los padres están bien, los queremos y demás, pero no molan. Todos tenemos suficiente con uno. Mejor o peor, nadie parece requerir otro. Con la hipoteca pagada, el cariño del mundo cinéfilo y el suficiente talento como para salir airoso, Hanks podría inmiscuirse en proyectos más arriesgados y dejar la campechanía para su vida diaria. No volverá a ser el novio de América (ahora le toca a Chris Pratt), ni tiene porqué convertirse en su padre. Ser su embajador más carismático en todo el mundo, parece bastante. Con Sully, que se estrena en España este viernes y que crítica y público han alabado en su mayoría, empieza la campaña para devolverlo al Dolby Theatre el próximo 26 de febrero. Nunca podremos agradecerle lo suficiente todas las veces que nos ha salvado de los malos pero, ahora que DiCaprio ya no nos necesita, es hora de que nosotros le ayudemos a él a salvar su carrera.  

EL DATO

> Tom Hanks representa al héroe americano vecinal y una de las estrellas más queridas sobre el globo.
> Sin embargo, la Academia lo ha ignorado las últimas dos décadas.
> ‘Sully’ e ‘Inferno’ podrían llevarlo al Oscar luego de 16 años sin nominaciones.

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