Trump y la libertad de prensa
COMPARTIR
TEMAS
Digámoslo pronto y claro: la libertad de expresión o, más bien, la obligación de los estados democráticos de respetar, proteger y garantizar el ejercicio de este derecho, es la kriptonita de los déspotas. Y lo es porque, aún cuando se han beneficiado de las reglas de la democracia para acceder al poder, no son demócratas.
La ecuación es simple: un demócrata –uno auténtico, desde luego– entiende claramente el valor de un derecho fundamental, como el de la libertad de expresión, en la tarea de consolidar y profundizar los valores de la democracia como reglas de convivencia social.
Un auténtico demócrata entiende la relevancia social implícita en la existencia de un “mercado libre de ideas”, es decir, en la posibilidad de contar con una abierta y vigorosa circulación de todo tipo de ideas de las cuales se nutre la discusión pública produciendo resultados benéficos para todos.
En la acera opuesta, los déspotas verán siempre con desagrado la libertad de los individuos para opinar, para difundir ideas, para buscar información. Y la verán con desagrado porque la libertad individual les impide concretar el más caro de sus afanes: imponer su visión del mundo a los demás.
Los déspotas no saben, no pueden y no quieren discutir con nadie: se asumen poseedores de la verdad y, en consecuencia, los demás se encuentran condenados irremisiblemente a aceptarla, abrazarla y convertirla, de ahí en adelante, en su credo.
El gran ejemplo de nuestros días en este terreno es, a no dudarlo, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Poseedor de un ego incapaz de ser contenido por cualquier estructura construida por el hombre, el magnate neoyorkino se ha revelado como el gran enemigo de la libertad de expresión y, en particular, de la libertad de prensa.
Enfrentado desde su campaña con los medios de comunicación –aquellos reacios a convertirse en sus aplaudidores acríticos, desde luego– Trump ha convertido a la declaración estigmatizante en la herramienta privilegiada de su estilo personal de gobernar, Daniel Cosío Villegas dixit.
La actitud contumaz del mandatario más poderoso del mundo tiene rasgos puntuales y recurrentes: calificar de difusores de “fake news” a los medios críticos; etiquetar a los periodistas como “enemigos del pueblo”; censurar a reporteros concretos impidiéndoles el acceso a los actos públicos de su gobierno…
La reiteración de su conducta ha ido conformando claramente el diagnóstico respecto de su personalidad y carácter como gobernante. Y a estas alturas resulta ya imposible no incluirlo en el catálogo de los déspotas a quienes los valores de la democracia se les atragantan.
Arrancaba el mes de agosto y los relatores especiales para la libertad de expresión de Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, David Kaye y Edison Lanza, emitían un comunicado conjunto condenando la actitud de Trump y advirtiendo de los peligros inherentes:
“Cada vez que el Presidente se refiere a los medios de comunicación como ‘enemigos del pueblo’ o no permite preguntas de periodistas de medios que no tienen su beneplácito… hace pensar que esto puede deberse a motivaciones o intereses espurios. Pero no ha demostrado ni una sola vez que noticias concretas respondieran a motivaciones maliciosas”, señalaron sin ambigüedades los responsables de vigilar las obligaciones internacionales de las naciones democráticas en la materia.
Hace apenas dos días, más de 300 periódicos de los Estados Unidos actuaron coordinadamente, a iniciativa de The Boston Globe, y publicaron editoriales de condena a la conducta del presidente Trump contra la prensa de su país.
“Hoy en día en Estados Unidos tenemos un presidente que ha creado un mantra en el que los miembros de los medios que no apoyan las políticas de la actual Administración son el ‘enemigo del pueblo’”, denunció este diario en un texto elaborado por su consejo editorial.
La amenaza es real, por supuesto. Y las instituciones internacionales no tienen duda, ni de la naturaleza de la conducta ni de sus intenciones: “sus ataques son estratégicos y tienen por objeto socavar la confianza en la labor periodística y sembrar dudas sobre hechos constatables”, han dicho Kaye y Lanza en su comunicado conjunto.
En un país donde la Primera Enmienda de su Constitución constituye uno de los más robustos pilares sobre los cuales descansa la democracia, la posición de Trump constituye, sin duda, una amenaza imposible de ignorar.
ARISTAS
Entre las “fake news” de Trump y la “prensa fifí” de López Obrador no existe diferencia alguna. En ambos casos estamos hablando de declaraciones estigmatizantes vedadas en el lenguaje de los demócratas… de los auténticos demócratas.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3