Vasili Vereschaguin, el retratista del horror en las guerras de la Rusia zarista
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La Galería Tretiakov de Moscú, una de las pinacotecas de arte ruso más importantes del país, ha reunido 180 cuadros y 120 dibujos del pintor en la mayor exposición de su obra en casi 130 años, inaugurada esta semana.
Para unos fue el cronista de las guerras que libró la Rusia de los zares a mediados del siglo XIX, para otros, un pionero que amplió las fronteras del realismo, pero todos coinciden en que Vasili Vereschaguin retrató como nadie en su época el horror y la muerte en el campo de batalla.
La Galería Tretiakov de Moscú, una de las pinacotecas de arte ruso más importantes del país, ha reunido 180 cuadros y 120 dibujos del pintor en la mayor exposición de su obra en casi 130 años, inaugurada esta semana.
"Vereschaguin grita a través de su obra que la guerra es el mal. Transmite como nadie este mensaje en "La apoteosis de la guerra", su cuadro más famoso. Cualquiera que vea tan sólo una vez ese lienzo o su reproducción, no podrá olvidarlo jamás", dijo a Efe Zelfira Tregúlova, directora del museo moscovita.
La pirámide de calaveras sobrevolada por cuervos, la árida estepa asiática y los árboles arrasados por el fuego, y al fondo una ciudad destruida: pese a su crudeza, es para muchos el mayor manifiesto pacifista en toda la historia de la pintura universal.
"Dedicado a todos los grandes conquistadores: pasados, presentes y futuros", escribió Vereschaguin en el marco de "La Apoteosis", una pieza básica dentro del ciclo que pintó tras pasar dos años en el Turquestán ruso, en plena conquista de los reinos musulmanes que se extendían sobre las actuales Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán.
Aunque se formó desde muy niño como oficial de la Armada y sirvió unos años en el Ejército imperial, fue en la brutal campaña del Turquestán donde vio con sus propios ojos la muerte, la victoria y la derrota en su dimensión trágica.
Desde entonces siempre se vio empujado a volver a la guerra para plasmar su sinsentido, alcanzando la cumbre de su talento al retratar el sangriento conflicto que enfrentó en los Balcanes a los imperios Ruso y Otomano entre 1877 y 1878.
Pintó su otra obra maestra, "Los vencidos. Réquiem", tras presenciar cientos de cuerpos de soldados rusos esparcidos en el campo, desnudos y desfigurados por los vencedores.
Según dijo después, optó por usar "tonos mucho más suaves" de los que recordaba haber visto, pero pese a todo, siempre fue objeto de duras críticas por sus contemporáneos, que le echaron en cara una sinceridad que muchos vieron obscena.
"Pese a su fuerte personalidad, era también, como muchos genios, muy vulnerable. Cuando los lienzos de ciclo de Turquestán fueron vapuleados por la crítica tras su primera exposición en Rusia, en 1874, destruyó buena parte de esa exposición en una sola noche", dijo Tregúlova.
Antes de Vereschaguin, la guerra en la pintura rusa era siempre la expresión de la victoria, los rostros de los héroes, la épica de las batallas, pero a partir de su obra, que rompe con los establecido y va mucho más allá del realismo, la muestra como desolación, destrucción y lágrimas.
"Su obra no se parece a la de ningún otro pintor de su época, porque él era muy diferente a todos ellos. Reunía las cualidades clásicas de un romántico, pero su independencia, su fuerza de voluntad y su deseo de hacer sólo lo que quería le convirtieron en un adelantado", explica la directora de la Tretakov.
Generalmente se le enmarca dentro del realismo, pero a través de los años su estilo cambia, evoluciona a la saga del propio creador, y adopta rasgos simbolistas, incluso postimpresionistas.
"En realidad, es todo eso a la vez. A veces se deja llevar por la belleza de lo que ve delante y lo transmite tal cual lo ve. Y otras veces se eleva al nivel filosófico, como en la 'Apoteosis de la guerra' o en 'Réquiem'", apunta Tregúlova.
Censurado a menudo por el Gobierno imperial de los zares, tuvo en vida un éxito tan grande como muy pocos de sus colegas.
Nada menos que 200,000 personas visitaron una de sus exposiciones en San Petersburgo en 1880, una cifra extraordinaria para la época.
Cronista de batallas, literato e historiador, viajero y etnógrafo, "como ningún otro pintor ruso, Vereschaguin se veía con derecho a retratar la guerra y paz en los países en los que pasó la mayor parte de su vida", concluye Svetlana Kapírina, responsable de la exposición.