Desde las botas de un policía: el Trenazo de Puente Moreno, a 50 años de los hechos
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El 5 de octubre se conmemoran 50 años del Trenazo en Puente Moreno, un ex agente del Servicio de Investigación Municipal (SIM) contó a VANGUARDIA cómo se vivió desde la vista de los rescatistas al atender el llamado.
Oscar Martínez es un agente retirado del SIM, quien vivió en carne propia las operaciones de rescate que se brindaron a las víctimas del accidente. Aseguró que vivió de cerca desde los aseguramientos hasta el trágico desenlace de los chivos expiatorios, que supuestamente pidieron el entonces gobernador Eulalio Gutierrez Treviño y el alcalde Arturo Berrueto.
Como cada año, cuenta, los transportes que salían desde Real de Catorce se llenaban de pasajes —algunos yendo a más del límite permitido— autobuses, vehículos familiares, vagonetas e, incluso, los “polleros” y trenes no fueron la excepción.
Martínez contó que, como cada año, la unidad ferroviaria que transportaba pasajeros iba repleta, más de los que éste tenía la capacidad de soportar, pero el 4 de octubre de 1972 toda la cadena de mando ferroviaria se arrepentió de “haber cometido ese error”.
Los agentes en servicio fueron sacados de sus funciones para atender al llamado de emergencia, hoy hace 50 años miles de personas padecían ante una tragedia que los coahuilenses siempre guardarán en su memoria, un evento tan trascendental que las generaciones aún tienen presente al llegar el día de San Francisco.
La fatídica noche del 72, ambulancias saltillenses y regiomontanas fueron transportadas al lugar, elementos del ejército fueron solicitados desde sus cuarteles y las corporaciones policiacas sacadas de las calles para atender a la emergencia, absolutamente todo el personal fue solicitado, los que estaban en turno movilizados y los francos obligados a reportarse, se necesitaban todas las manos que fueran posibles.
Los agentes de la SIM y departamentos de investigación dejaron atrás los zapatos de calle para ajustarse las cintas de sus botas y acudir al auxilio de los heridos y el transporte de los muertos, el gobernador Eulalio Gutierrez Treviño hizo que la policía estatal cambiara las pistolas por palas y las calentaditas por cadenas de ayuda.
El páramo se llenó de uniformes, el azul de las policías, el verde del ejército, las chaquetas oscuras de las agencias de investigación y las casacas rojiblancas de los paramédicos, se escuchaban las botas crujir sobre las piedras, ramas y lamentablemente el tormentoso sonar de los huesos.
La tierra que los rescatistas pisaban dejaba de serlo al acercarse al lugar, los suelos se llenaron de cadáveres, heridos además de metal caliente y calcinado repartido por la zona, el oxígeno se fue dando lugar a la ceniza y al tormentoso olor a carne quemada.
El silencio tan característico de la cordillera lo abandonó porque una sinfonía de llanto, gemidos y sobre todo gritos de dolor y sufrimiento llenaron los oídos de los presentes, no había lugar seguro ni tranquilidad en la zona, solo personas sufriendo y rescatistas ayudando.
Personas que por el shock se arrastraban en la inconsciencia de que les faltan extremidades, los espacios blancos en los ojos de las víctmas se habían pintado de negro porque la ceniza los había invadido, en una escena traumática se veían a los afectados llorando sangre o escupiendola.
Personas que ayer estaban completas se volvieron mitades, los auxiliares reconocían las piernas de unos u otros por el color del pantalón, víctimas que para salvar su vida tuvieron que sacrificar extremidades y lamentablemente muchas hicieron el sacrificio en vano.
Los hospitales llenos de heridos y los patios y banquetas llenas de cuerpos apilados para que ocuparan menos espacio, todos en espera de que Javier Robledo en representación del Ministerio Público les asigna un camión para ser transportados y enterrados en una fosa común.
Los que habían conservado su rostro habían podido ser identificados y entregados en un emplaye a las familias para darles su digna sepultura, los que habían perdido su rostro y en casos la cabeza completa se subían y apilaban en un camión que los transportaba a un pozo dónde nadie iba a poder sacarlos, familias se quedaron sin la oportunidad de sepultar a sus muertos porque no pudieron dar con ellos.
El alcalde Arturo Berrueto convino con los departamentos de taxis para transportar gente a los hospitales sin pagar un solo peso, el tráfico se llenaba a las puertas del Hospital Saltillo que hoy conocemos como Hospital Universitario.
Cientos de familias se amontonaban en las puertas de los centros médicos en búsqueda de sus heridos para ser llevados a casa, unos sacaron a sus familiares, no todos corrieron con la misma suerte.
Una vez que el estado buscó responsables, los agentes de la SIM aún embotados se dirigieron a poner ante el MP a todos aquellos maquinistas, para que el sistema judicial se encargara de masticarlos y escupirlos en una prisión.
Hombres que por el cumplimiento de su oficio fueron difamados, los tacharon de llevar prostitutas en la cabina o de ir ebrios, todo esto desmentido por el Dr. Luis Morales Benavides quién aseguró frente a los agentes que nada de eso era verdad y abogó para que los maquinistas fueran puestos en libertad, pero el estado necesitaba señalar culpables.
Alrededor de 40 años se les impuso a los hombre que vivieran en la prisión, Gutierrez Treviño necesitaba lavarse las manos y no le importaría hombres inocentes cargaran con el peso de una tragedia en sus hombros, omitiendo todos los procesos y aplastando sus derechos, hizo encerrar a cuatro hombres que solo pidieron lo que Ferrocarriles Nacionales les pidió, que movieran la mayor cantidad de personas en la menor cantidad de viajes
Todo ésto contado por las palabras de Oscar Martínez, un ex funcionario y rescatista que pisó por bota propia la desgracia del 4 de Octubre, viviendo de cerca desde los rescates hasta el trágico desenlace de los chivos expiatorios que pidieron Gutierrez y Berrueto.