Los pedigüeños de la carretera 57: familias de ejidos de Nuevo León piden Navidad a orillas del peligro
Es la necesidad, de veras, no, no es por gusto, de veras, que doña Rosa María Silva, 61 años, se plante cada año, por estas fechas, la víspera de la Navidad, a la orilla de esta canija carretera pa que los viajeros que pasan, a madres, por acá le den su Navidad.
Pero, hombre, parece que hoy, domingo a mediodía, un domingo lluvioso, domingo muy navideño, a doña Rosa María no le ha ido tan chévere, dice mientras pone la palma de su mano prieta y rugosa con los tres o cuatro chiles y las pocas monedas que ha juntado hasta ahora.La verdad, la verdad, es que Rosa ya llegó tarde, como amaneció frío y lluvioso, es natural, es Navidad, Rosa llegó tarde, casi a mediodía y ha juntado bien poco.
Aunque a veces junta más, no faltan las buenas almas, almas de Dios, que pasan por acá, y doña Rosa se ha llevado hasta 600 pesos en tres días.Una fortona, un capital para ella.
Hoy doña Rosa vino con tres de sus nietos, dos nenas, un nene, su hija, su nuera, a la federal 57, ejido La Laguna, municipio de Doctor Arroyo, Nuevo León, pa pedir la Navidad.
Agarraron su paraguas, unos botes de plástico, de esos de 20 litros, pa sentarse y sus gorras, las gorras con las que llaman a los automovilistas agitándolas con la mano y ellos, que conocen bien la clave, pitan, se paran y lanzan monedas al aire, otros nomás pasan, indiferentes, como bólidos.
Es mediodía y a esta hora el tráfico de la carretera está a todo lo que da, trailers doble remolque, las trocas de lujo de los pochos y carros de todas las marcas y modelos.
Doña Rosa dice que “sí señor”, que es peligroso estar aquí, en la orilla de esta autovía que es una serpiente desenroscada y empapada del chipi chipi que a ratos amaina y a ratos acribilla.
“Estamos con miedo, pidiendo la ayuda de Dios y encomendando a todos a la ayuda de Dios, su volante en el camino, que Dios los cuide, van en el peligro, tanto ellos como nosotros”, dice Rosa.
Y qué le va a hacer si su esposo es discapacitado, se picó el ojo con una rama, se le puso todo blanco y no ve con ese ojo, a parte tiene desgaste en su columna y con este tiempo que hace le dan dolores en los huesos.
Como si algo le faltara a Rosa, su hijo no puede trabajar porque tiene malas las piernas desde aquel accidente de carretera, cuando se atravesó al paso de los carros y se lo llevó un carro, así es que doña Rosa tiene que salir a pedir en esta época.
No, no es por gusto, es por necesidad, en el rancho no hay de dónde sacar plata, los hombres se dedican a la talla de lechuguilla, a la talla de pulla, “y es de lo que vivemos”, ¿uste cree?, y como en cualquier ejido de este ingrato semidesierto se cosecha cuando llueve y cuando no llueve pos no.
Y este diantre de gobierno que los tiene tan olvidados.”Queremos que vengan a visitarnos, a traerle algo a los niños”.
Y así es que hay que salirle a la carretera, no hay de otra, a pedir la Navidad.- ¿Y sí han sacado?- Más o menos, orita nos han dao bien poquito...- ¿Qué les dieron?- Dos doler, unos chicles, unos juguitos pa los niños... Les agradezco mucho que les toca Dios su corazón y nos bendicen a nosotros...A ver si sale, de perdido, pa unos tamalitos, un molito pa la cena de Navidad.
En el rancho, dice Rosa, no todos piden, a algunos les da pena pedir y no piden, doña Rosa y su familia sí. Doña Rosa no es la única, a largo de 30 kilómetros de esta carretera nomás se ven los montoncitos de gente, de familias completas, agitando sus cachuchas de colores chillones, frente a los coches y trailers de carga que circulan a toda velocidad entre Galeana y Doctor Arroyo, Nuevo León.
Son niños, muchos niños, y sus madres, que pegan la carrera apenas un coche detiene y asoman sus rostros quemados por el sol a través de la ventanilla para pedir su Navidad.
Hace ya rato que doña Luisa Delgado, nacida en el ejido El Refugio de los Ibarra, municipio de Galeana, se ataja la lluvia debajo de un árbol mechudo a la vera de la pista.
Vino con toda su familia, unas 10 gentes, entre hijos, hermanos, sobrinos, cuñadas, nietos, su padre, y hasta un bebé de carriola, a pedir la Navidad.”Por eso estamos todos aquí en la carretera eh, eh”, dice.
Su historia es la misma que la de doña Rosa, pura pobreza, lo único que hay, cuando la gente del rancho se aliviana, es la temporada de la cosecha de la papa, pero ese jale dura poco y ya se acabó y a veces las Navidades pasan por acá con más pena que gloria.
“Andamos de oquis, aquí el trabajo no vale nada, pagan bien poco el trabajo, uno jala por 50 o 100 pesos”, platica don Mateo Álvarez, 60 años, el patriarca de la familia. Entonces Luisa y su clan tienen que venir a la carretera para pedir a los viajeros, muchos de ellos paisanos, les avientan algo, una morrallita, unas golosinas, lo que sea es bueno.
A veces la gente condolida para y les da ropa o cobijas o juguetes, despensa, pero a veces.”Ahorita no nos han dado nada... No se han parado”, dice Luisa.- ¿Y se paran?- Uno que otro, pero sí se paran... Estarán aquí un rato más, porque al rato enfría y hay que irse a dormir.
Más allá, en otro punto, de esta carretera que es puro ruido ensordecedor de motores y llantas y fierros, doña Pancha Rodríguez, madre sola, trabajadora de un restorán, cuenta que hay días que “nos vamos así como nos venemos, a veces no nos dan nada”.- ¿Quién les dio a ustedes la idea de plantarse acá?- La necesidad, pa empezar no hay trabajo en qué trabaje la gente.
Parece que este domingo es uno de esos días malos, no han agarrado nada.No siempre la carretera es dadivosa, hay veces que no está de modo y... nada les da.
No hace mucho que pasó por acá una troca y de sus ventanillas cayó una lluvia de dulces, cuenta Pancha mientras chupa que chupa una paleta de caramelo.
Hoy vinieron acompañando a Pancha sus hermanas, unas sobrinas y su hijo.
Pancha dice que no le tiene miedo a las cámaras ni al grabador, “¿qué me puede hacer?”, ella no se anda robando nada, ni está secuestrando a nadie ni está haciéndole un mal a nadie, “¿cuál es el problema?”, ella no tiene nada que ocultar ni qué esconder.
“Si quieren que me den y si no que no me den”, dice Pancha, pero no está enojada, aclara, “no se preocupe, no pasa nada”.
Y relata que este movimiento, que es como una tradición navideña, comenzó hace 10 años, las familias de ejidos de Galeana y Doctor Arroyo, a los largo de 30 kilómetros, salen desde el 11 de diciembre y hasta pasada la Navidad a pedir Navidad.
Qué le van a hacer, el invierno es duro, seco, no hay dinero ni cosecha de nada.
Aracely Guadalupe Garay Lugo, y su familia, oriundos del ejido El Canelo, municipio de Doctor Arroyo, Nuevo León, dicen que lo más que han sacado en un día, de venir a pedir a la orilla de la carretera, son 200 pesos, muy buenos, de eso a nada.
Ellos piden, dice, porque no tienen pa comprar zapatos, pa comprarse ropa, algo pa estrenar en Navidad.
En el rancho, la gente vive muy pobre, se les gotean los cuartos y aquí el alcalde no les ayuda en nada.
“Nadie nos da ni una ayuda, nada”.
Sólo que para sacar algo de dinero en la carretera hay que estar casi 12 horas, de 7:00 de la mañana a 7:00 de la tarde, parados en la orilla de la pista, aguantado el picoso sol invernal o a veces el frío filoso y la lluvia puntillosa, como hoy,”Ya nos quitamos hasta en la noche”, dice.
Aracely es chaparrita, llenita, y tiene la piel tostada por el sol, la piel de esas mujeres campesinas que acompañan a sus hombres a la labor para la cosecha del maíz, de la papa, de la zanahoria, el repollo, el chile, el tomate, cuando hay cosecha.
Son casi 1:00 de la tarde y doña Aracely dice que ya ha hecho 100 pesos y confía en que la carretera se ablande y le dé más.
“A toda la gente, gracias y que Dios los bendiga”.Rumbo al kilómetro 100 de la Federal 57, ejido San Vicente de González, municipio de Doctor Arroyo, Nuevo León, Yahaira Godina, 32 años, y un paravada de chiquillos ondean, agitan, sus cachuchas al viento para llamar la atención de los troqueros y traileros que circulan por la autovía.
En la ventanilla, las caras de los críos puteada por el frío y la lluvia monótona y pertinaz de la Navidad.
Todos, dice Yaharia son de escuela, señor, son los hijos, sobrinos, una hermana y el espso de Yahaira, que se dedica a hacer adobes, sembrar maíz, calabaza, chícharos, cuando se puede, porque en el ejido no hay más.
Llegaron desde la mañana y apenas han sacado dos bolsitas de ropa, narra uno de los chiquillos.Nomás se paran aquí en la carretera con una gorra o con una botella pidiendo y ya los conductores, que saben la contraseña, se paran y les dan.
La de Yahaira es otra familia de olvidados que cada diciembre, desde hace una década, decidieron echarse a la carretera para pedir su Navidad.”Ya es costumbre de la gente que viene a pedir”, dice.
Pero pos hoy, el día está flojo, la carretera amaneció enojada, la lluvia se puso sus moños y el frío les jodió la mañana.- ¿Cuánto sacan en un día bueno?- Depende de la gente que te avienta... como ayer nosotros recogimos como 20 pesos... Total, dice Yahaira que aquí van a estar hasta bien entrada la Navidad y el año nuevo, quien quite y agarren algo que les alegre sus días nublados por la pobreza y la vida se les alumbre un poco.
Mientras hay que estar en la orilla de esta infame carretera y sus bestias de acero, a ver si y se llevan, siquiera, una moneda, lo que caiga es bueno, de algo y nada...”¿Me da mi Navidad?”.