Los viejos también me mintieron a mí

Coahuila
/ 30 enero 2023

En esta segunda parte se completa el texto-relato que da cuenta de un fenómeno añejo, el enfrentamiento entre dos visiones distintas: la que ve el paraíso en el pasado y la que lo ve en el futuro

Me acuerdo que a los veintisabecuántos yo quería la revolución y tumbar a los tiranos y gritarle al mundo que así es como se hacían las cosas, que no hacía falta mucho conocimiento de casi nada, que no hacía falta esperar, que no hacen falta excusas. Y me salía a la calle en sandalias, sin peinar, con la camisa abierta mostrando un pecho lampiño, los pantalones rotos, dejaba en casa los lentes graduados que me había comprado mamá porque me daba vergüenza que me vieran con lentes. Sabe por qué. Y andaba del tingo al tango, por toda la de Victoria.

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El centro de operaciones rebeldes era una estatua de Benito Juárez que está en la Alameda. Por la mañana ahí se juntaban los morros de la Narva. Y nosotros, ya más rucones, llegábamos por la tarde. Y decíamos que Benito sí había sido chingón porque se robó la silla presidencial y la trajo por todos lados con tal de no vender al país a una bola de corruptos. Y decíamos que eso había que hacer en Coahuila, porque ya desde entonces, sería 2005 o 2007 más o menos, ya se oía con más miedo que humor, de familias politicomafiosonas.

Bueno. Siempre se ha dicho eso. Pero cuando uno de morro lo oye por primera vez se le enciende un coraje raro de justicia absurda. Y son los viejos, los que años antes nos decían que siguiéramos nuestros sueños, los que nos decían que podíamos ser lo que quisiéramos, los que nos decían que no dejáramos que nadie nos robara la chispa, son ellos los que nos pedían mantenernos auténticos y nunca conformistas, los que nos pedían comernos el mundo a todo momento, ellos son los que brincan y se asustan. Y te dicen sí, que eso es cierto, pero que primero había que trabajar, que primero hay que ser buen ciudadano, que primero hay que cumplir la ley, que hay que dar los buenos días, servirle a la sociedad, y que al principio hay que agachar la cabeza, porque primero hay que encajar y luego ya, en tu tiempo libre, si es que tienes algo de tiempo libre, hacer una cosita o dos para no aburrirte y que es ahí donde puedes ser todo lo libre que quieras. Lo que quieren decir pero no te dicen es que te dejes de tanta mamada. Mi jefita en esos años me cachó que tenía escondido un manifiesto comunista. Lo tenía abajo de la cama. Lo halló y me dijo cuanta cosa. Me agarró de las greñas. Prendió la estufa y me obligó a mirar cómo se quemaba el librito de bolsillo aquel.

Este mugrero que lees es el que te llena la cabeza de pura tontería, César. Ya no eres un niño, ¿no te da vergüenza andar todo así en la calle nomás mírate? Y le llovían los ojos a mi jefita. Que porque qué iba a decir la gente, que si no tenía para comprar zapatos, que si estaba loquito, que si todo.

Ahí sí que me acordé de ‘buelo Nacho. Decían lo mismo, pero la voz de mi jefita sí estaba emperradísima. Me obligó a irme a la macabra con mi tío Rodolfo. Y se aventó una verdad que me pareció mentira y ahorita no sé qué es: Quieres andar defendiendo al proletariado y esas cosas, vete a ganar el pan como un obrero de verdad. A ver si te gusta y todavía tienes ganas de andar de ridículo todo guandajo en la calle cuando llegues de trabajar. Ahí te quiero ver. A ver si es cierto. Esa misma mujer me había dicho tiempo atrás que no dejara que nadie, ni ella, me dijera cómo tenía que vivir mi vida. Pero ya ven. Los viejos somos todos unos mentirosos y ponemos pretextos para todo. Los adultos creemos que estamos ocupados todo el tiempo y que siempre tenemos algo que hacer que es más importante que lo que realmente quisiéramos hacer. Porque nos creemos eso de que habrá tiempo. En verdad lo creemos y nos decimos que viviremos nuestra verdadera vida después de dormir un poco más, después del trabajo, después de que pasen las tristezas, después de que crezcan los hijos. No sé en qué momento uno se convierte en lo que juró destruir. Y así te pasas la vida encerrado entre paredes sin ventanas, en trabajos deplorables, en situaciones infelices que te hacen creer que escuchar el canto de los pájaros es un milagro inaudito y la luz del sol algo que se puede sacrificar.

Envejecer... Le pasó al abuelo Simpson. Se lo dice a Homero. Aunque quién sabe si los Simpson sigan siendo algo cool...

EXPERIENCIA ALECCIONADORA

La primera semana en la obra me dejó claro que no quería otra vez volver a pararme a trabajar en ninguna construcción. No es que tenga relación, pero luego entré a la escuela de música. Y un semestre antes de terminar conocí a Cristina. Ella estudiaba leyes. Era cinco años menor que yo y era tremendamente guapa. Y bueno, cuando uno es joven y se enamora todo el mundo se pone patas arriba. Le escribí muchas canciones, le recité poemas, le escribí cartas. Me llenaba los dedos con tinta china y le ponía palabras de amor en hojas de máquina. Y a Cristina le gustaba mucho que yo hiciera eso. Le decía cosas como:

Decir tu nombre es otra forma de nombrar la luz o no quiero que haya ningún secreto. Simplemente tengo la enfermedad de la torpeza, la falta de elocuencia, la cobardía y la imprudencia o todo en ti, Cristina, cae en el lugar correcto. El tiempo, los años, la lluvia, mis ojos. No es un elogio gratuito, pasajero o superficial. Tampoco lo digo en espera de recibir algo a cambio. Ni sentimientos, ni palabras, ni consideraciones. Es algo real. Mucho de ti, cuando no todo, es una luz rarísima, dulcísima, hermosísima; como pólvora que siempre se está quemando, pero no explota. ¿Escuchas eso?

Una voz me dice que de tanto amarte se me van a acabar las palabras, que el lenguaje no es suficiente para amarte. ¿Qué voy a hacer entonces? No sé. Pero en tu nombre griego, en tu naturaleza ungida de Dios, tengo la certeza que podré caminar por los indómitos caminos hacia el futuro y decirte, cuando tengamos una hija, y un hijo, y vivamos en una granja alejados de todo, llenos de plantas y perros y gatos, cuando te vea interpretando las cartas, te diré que éramos inevitables. Y sonreiremos al saber que en esta y en todas las vidas, nos pertenecemos.

Le escribía sobre lo mucho que me gustaban sus estornudos. Sobre sus rodillas con cicatrices. Sobre lo encantadores que son sus pómulos. Sobre que podría abrazar todas las estaciones de su vida en mis brazos. También le escribía sobre magia caos, y sobre algunos pensamientos extraños, y sobre la hermosura terrible de sus nalgas. Y Cristina se reía conmigo. Y yo con ella. Es la única época de mi vida en que me sentí inmortal. Ella y yo teníamos todas las edades al mismo tiempo. Incluso éramos viejos al llegar a los treinta y pasábamos a una niñez chiflada al momento siguiente.

Pero un día, después de mucho ya casados, ella enfermó. Ella fue incendio que se consumió con una pulmonía inusual. Y su risa que antes era una lluvia de verano me quemó la piel. Cuando Cristina no estuvo más conmigo, el mundo se volvió inmenso y aterrador y un lugar nauseabundo. Envejecí de pronto. Todo me dio miedo. Sentí que me iba a morir. Y de varias maneras me morí.

A los viejos nos encanta mentirles a los jóvenes y pisotear sus corazones.

LOS MALES FÍSICOS

Me duelen las piernas al caminar. No me puedo enderezar completamente. Y si no me tomo las pastillas el corazón se me acelera. Me veo al espejo y yo no soy ese de ahí. Nomás me quedo viendo. En silencio. Incómodo. Casi nunca digo nada porque no tengo mucho que decir. Pero hoy, viéndome la cara arrugada, recordando a ‘buelo Nacho y prendido con el recuerdo de Cristina puedo gritar: ve y quema las iglesias ahora. Ten todo los dioses que quieras. Sube al techo de tu casa y grita que estás harto de todo y que sí es posible cambiar el mundo. Viaja. Todavía puedes moverte. Viaja. Gasta tu dinero en conocer otros países. Piérdete. Pasea en barco. Anda por una carretera y da vuelta hacia un destino inesperado. Corre bajo la lluvia y lucha por amores imposibles. Enamórate otra vez. Incluso de quién no debes. Sufre por ello. Reconoce tus errores. Escribe cartas. Cumple tus promesas. Después querrás quedarte en casa y mirar televisión y comer algo recién horneado y pensarás que hubieras hecho al menos una cosa que verdaderamente quisieras hacer en vez de malgastar tus días amargado y arrepentido. Come palomitas en el cine. Lee un libro que te haga reír. Toma a alguien de la mano. Haz el amor. Siente lo que se siente ser acariciado. Pregúntate quién eres y ten miedo de no encontrar una respuesta. Ve a esos partidos de béisbol. Aprende a decirle no a los miedos. Aprovecha esa pólvora en tus jodidas venas y dale al mundo una sacudida. No te conviertas en un viejo que les gusta mentirle a los jóvenes y pisotear sus corazones al no reconocer que les tienes envidia.

Debo detenerme. Tengo la garganta seca y una tempestad en el pecho.

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