Albañilería, oficio que deja de ser exclusivo para los hombres
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La fatigosa labor es mayor cuando el sol aparece, cubren sus cabezas con las mismas prendas de vestir, con pañuelos y eso hace a veces imposible distinguir a una mujer en el equipo
La dura faena dejó de ser exclusiva para hombres.
Como todos los integrantes del mismo contratista, se levanta a las 06:00 de la mañana, prepara su lonche y se reúne con el resto en el punto de partida, la jornada iniciará antes que salga el sol.
Está convertida en cabeza de hogar y de su trabajo depende ya su familia, en la más dura de las faenas, la construcción, esa que celebran religiosamente los albañiles cada 3 de mayo, eso que ellos llaman el día de la Santa Cruz.
Ese mismo ramo, el que ahora ya no distingue en su rudeza la calidad de mano de obra, si ésta es de varón o de mujer, Saraí Pintor, es botón de muestra que hasta la más dura de las jornadas dejó de ser exclusiva para el mal llamado sexo fuerte.
Sus manos están ajenas a esa vanidad femenina, de lucir uñas multicolores, o una sortija en un dedo, una pulsera; su único accesorio a veces es un guante de carnaza y empuña fuerte la pala, en ocasiones la cuchara y a otras veces pasa con delicadeza el nivel.
Está consciente de la rudeza que demanda esta actividad, se ha acostumbrado a ella, pero también el buen gusto femenino se ve hasta en la más duro de los trabajos, del que ha aprendido los secretos de “echar niveles”, de hacer la mezcla y las banquetas; la construcción es para Saraí como una herencia de familia, según explica.
Desconoce el término equidad de género, aunque sabedora de todas las labores en que ahora incursiona la mujer, (policía, trabajadoras del volante, despachadoras de gasolina), en aquellas que tradicionalmente eran labores exclusivas de hombres, ahora está la mano femenina.
“Las cenicientas ya no existen, la realidad está aquí, para ganar dinero cualquier trabajo es digno, no importa que sea para hombres; las mujeres también sabemos usar el talache, y cuando se tiene necesidad de llevar dinero a casa, nada asusta, el único temor es llegar con las manos vacías”, dice orgullosa.
Explica esto al mostrar sus manos que han perdido tal vez ese toque femenino, se han endurecido, el cemento, ha borrado esa delicadeza femenina, pero con satisfacción asegura: “Con callos y duras, pero estas manos llevan comida a casa, y además, puedo acariciar a mi familia”.
La fatigosa labor es mayor cuando el sol aparece, cubren sus cabezas con las mismas prendas de vestir, con pañuelos y eso hace a veces imposible distinguir a una mujer en el equipo, pero a Saraí le ha delatado su rostro femenino, y el color verde de sus ojos.
¿Estas llorando…, por qué se han enrojecido, te da vergüenza que te vean trabajando en la obra, te incomodan las preguntas? “No, nada de eso, sólo tengo polvo en los ojos”, responde.
Saraí está convencida de que cualquier trabajo, por rudo que sea, no denigra a la mujer