August Fischer: El sacerdote que traicionó imperios y fue párroco de Parras, Coahuila

Saltillo
/ 22 febrero 2025
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Es esta la historia de un hombre entre la fe y la intriga política

En los pliegues de la historia, donde la ambición se entrelaza con la tragedia, emerge la figura de August Fischer, un personaje cuya vida osciló entre la fe y la intriga, entre la devoción y la ambición. Este sacerdote alemán transitó por caminos insospechados, participando en algunos de los momentos más críticos de la historia de México, desde la Guerra de Reforma hasta el Segundo Imperio Mexicano.

Dotado de una inteligencia aguda, su inagotable ambición lo llevó a escalar posiciones tanto en la esfera eclesiástica como en la política. Como sacerdote, consejero y estratega, supo moverse con destreza en los círculos del poder, aunque sus acciones lo convirtieron en una figura tan influyente como polémica.

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$!Agustín Fischer, aún como cura, tuvo varios hijos.

Podríamos colmarlo de calificativos negativos, pues no son pocos quienes lo señalan como uno de los principales responsables de la ejecución de Maximiliano. Sin embargo, más allá de los juicios morales, su historia habla por sí misma: un hombre que con astucia y determinación, dejó una huella imborrable en el destino de este país.

INFANCIA Y JUVENTUD

August Gottlieb Ludwig Fischer nació en 1822 en Ludwigsburg, Alemania, hijo de Karl Fischer y Friederike Maurer. Desde niño, Fischer mostró talento para varias cosas, llegó a dominar varios idiomas, empero, su rebeldía y carácter difícil fueron obstáculos para educarlo.

En 1837, sus padres lo enviaron a un instituto de rescate infantil en Lichtenstern, de donde fue expulsado por su mal comportamiento. Posteriormente, aprendió el oficio de herrero y en 1840, tras un grave altercado en el que hirió con una herramienta a un compañero de trabajo, su padre lo condujo a Francia, evitándole así, un proceso judicial que pudo haber sellado su destino.

HUIDA A AMÉRICA

En Estrasburgo, Fischer se unió a su tía y primos en un intento por escapar de la justicia y así emigrar a Estados Unidos de América. Sin embargo, el barco donde viajaba naufragó poco antes de tocar puerto. El desastre causó la muerte de varios pasajeros, incluidos sus familiares. Fischer fue rescatado y así logró establecerse en Estados Unidos.

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De una habilidad nata para desenvolverse en cualquier ambiente, no tardó en encontrar trabajo como ayudante de carnicero, un oficio que conocía por el negocio de su padre. Más tarde, viajó con colonos en 1845 y se estableció en San Antonio, Texas, donde trabajó como escribano en una oficina de notaría. Permaneció allí tres años. Durante la fiebre del oro, en 1848 se trasladó a Sacramento, California en busca del preciado metal. No se sabe si tuvo éxito en esta empresa, posteriormente trabajó nuevamente como escribano en San Francisco, California.

CONVERSIÓN RELIGIOSA

Durante su estancia en California, misioneros jesuitas notaron su presencia. Fischer se convirtió al catolicismo y fue formado como clérigo. No está claro si llegó a unirse formalmente a la Compañía de Jesús, ya que su nombre no figura en los registros del Vaticano. A pesar de su vida religiosa, vivió algunos años con una mujer con la que tuvo dos hijos. Posteriormente los abandonó y se trasladó a México.

$!El padre Agustín Fischer fue párroco en Parras, Coahuila, luego asesor y confesor de Maximiliano I de México

En 1852 en Durango, Fischer fue ordenado sacerdote por el obispo José Antonio Laureano López de Zbiria y Escalante. Fungió como curador de la Casa del Sacramento en la Catedral y permaneció cerca del obispo de Durango, de quien no tardó en ganarse su confianza y poco tiempo después lo nombró su secretario. No obstante, fue destituido al descubrirse una relación amorosa con una sirvienta y tener un hijo con ella. Fischer dejó Durango junto con la joven, aunque esta también lo abandonó al poco tiempo.

Durante la Guerra de Reforma, Fischer aparece como párroco en Parras, donde se unió a círculos conservadores influyentes, entre ellos: Carlos Sánchez Navarro, los generales Leonardo Márquez y Miguel Miramón, y clérigos como el padre Francisco Javier Miranda. Tras la intervención militar y la victoria en Puebla por el ejército de Napoleón III, Fischer ascendió en las filas conservadoras. Fue enviado a Roma para influir en la designación de un nuevo obispo para Durango, buscar apoyo del Vaticano contra el mando francés y solicitar la devolución de propiedades eclesiásticas confiscadas por Juárez. En Roma, estableció contactos cercanos con el Papa Pío IX y destacados cardenales, además de relacionarse en círculos literarios y mantener una residencia ostentosa.

EL CONFESOR DEL EMPERADOR

El 10 de abril de 1864, Maximiliano de Habsburgo aceptó la corona del Segundo Imperio Mexicano. Su llegada al trono no solo marcó el inicio de una nueva etapa en la historia del país, sino también la consolidación de una serie de influencias que definirían su gobierno y su destino.

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Desde el primer encuentro con Maximiliano, Fischer supo ganarse la confianza del emperador. Astuto y persuasivo, su misión no era fortuita. Los conservadores mexicanos lo habían colocado cerca de Maximiliano con el propósito de influir en sus decisiones políticas. Con el tiempo, su papel se hizo cada vez más relevante, participando en delicadas negociaciones, entre ellas las del concordato con la Iglesia, que terminarían en fracaso. No obstante, su cercanía con el monarca se fortaleció y, en 1866, fue nombrado capellán de la corte y secretario del gabinete, convirtiéndose en su confesor y consejero más cercano.

La situación del tambaleante imperio jugaba en su contra. La retirada de las tropas francesas, ordenada por Napoleón III, dejó a Maximiliano en una posición crítica. Ante la recomendación del monarca francés de abdicar y abandonar México, Fischer intervino con una convicción férrea. Convenció al emperador de permanecer en el país, asegurándole que aún era posible resistir. Sin saberlo, con esa decisión sellaba el trágico destino de Maximiliano, quien poco después se vería sitiado en Querétaro, rumbo a su inexorable final.

$!Maximilano I de México confió a ciegas al nombrar como asesor y confesor al padre Fischer.

LA CAÍDA DEL IMPERIO

El destino del Segundo Imperio Mexicano quedó sellado en Querétaro. Tras meses de asedio, las tropas imperiales finalmente capitularon, y el 19 de junio de 1867, el emperador Maximiliano fue fusilado en el Cerro de las Campanas. Con su muerte, el sueño de un imperio europeo en tierras americanas se desmoronó definitivamente.

Mientras Querétaro caía, Fischer permanecía en la Ciudad de México, donde fue capturado poco después. Condenado a muerte por su cercanía con Maximiliano y su papel dentro del régimen, el clérigo aguardó su destino, pero la intervención de las nuevas autoridades le otorgó un indulto con una condición insólita: debía escribir unas memorias favorables a Benito Juárez. Aceptó la oferta, pero su redención política no le garantizó un lugar en la nueva nación. Exiliado, abandonó México con la certeza de que nunca volvería a pisar la corte de un emperador.

De regreso en Europa, Fischer intentó sin éxito obtener una posición en las cortes de París y Viena. En 1868 erró de ciudad en ciudad, pasando por Stuttgart, Tubinga y Ulm. Adquirió el castillo de Giessen, cerca de Tettnang, con la esperanza de establecerse, pero lo vendió poco después y terminó refugiándose en París. En la capital francesa, aunque se rodeó de círculos eclesiásticos, llevó un estilo de vida que contrastaba con su pasado como consejero imperial: lujos, comodidades y la nostalgia de un poder perdido.

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El perdón de la historia tardó en llegar. En 1871, con la amnistía general decretada en México, Fischer regresó al país que alguna vez había servido desde las sombras del poder. Sin el esplendor de la corte imperial ni la influencia de antaño, halló su último refugio en la parroquia de San Cosme. Allí, lejos de las intrigas y el peso de sus antiguas decisiones, se dedicó a la enseñanza y al servicio religioso.

El 18 de diciembre de 1887, la muerte lo sorprendió de forma tan repentina como los giros de su propia historia. Con él se extinguió el último vestigio de aquella lejana ambición imperial, dejando tras de sí un nombre envuelto en la bruma de la historia, entre la lealtad y la traición.

LAS FECHORÍAS DEL PADRE FISCHER

Antes de su partida a Europa hurtó el Acta de Independencia de México. Documento que oficializaba la separación de España. Se hicieron dos ejemplares originales: uno fue destruido en el incendio de la Cámara de Diputados en 1909; el otro siguió un destino incierto.

En 1830, esta segunda copia fue robada por un empleado de Palacio Nacional y vendida a un turista francés. Décadas después, Maximiliano de Habsburgo la recuperó en Francia al saber que venía como emperador a México, pero tras su fusilamiento en 1867, su confesor, Agustín Fischer, la sacó del país con el propósito de venderla. En Europa, pasó por varias manos hasta que el anticuario español Gabriel Sánchez la vendió al historiador Joaquín García Icazbalceta, quien la heredó a su hijo Luis García Pimentel. Este último la vendió a Florencio Gavito, quien dejó estipulado en su testamento que el documento fuera entregado al presidente Adolfo López Mateos.

Finalmente, el 21 de noviembre de 1961, Florencio Gavito Jáuregui, hijo del fallecido Gavito, entregó el acta al gobierno de México, cerrando así el ciclo de casi 130 años en el exilio de uno de los documentos más importantes de la historia nacional.

LA PINTURA DEL EMPERADOR

Poco antes de regresar a México, Fischer tuvo un inesperado encuentro con el arte. Jean-Paul Laurens, célebre pintor francés de escenas históricas, buscaba capturar en un lienzo los últimos momentos del emperador Maximiliano. Para ello, necesitaba un modelo que encarnara el dolor y la resignación de un confesor ante la inminente ejecución de su soberano.

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Fischer posó para el artista. En la figura del religioso que cubre su rostro con pesar, se reconoce su silueta. Sin embargo, irónicamente, Fischer nunca estuvo en Querétaro durante aquellos días fatídicos de 1867.

La obra, titulada Últimos momentos de Maximiliano, se convirtió en una de las más representativas sobre la caída del Segundo Imperio. A través de la pintura, Fischer quedó inmortalizado junto a aquel monarca al que había servido, en una escena que nunca vivió, pero que la historia y el arte terminaron por unir para siempre.

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