La inclusión en Saltillo no es un adorno: Lengua de Señas Mexicana, la deuda pendiente
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Saltillo tiene más de 7 mil personas sordas; pese al auge de la Lengua de Señas, persisten barreras en accesibilidad y atención a la comunidad
De lunes a viernes, Daniela Espinoza es médica; los sábados se transforma en docente de la Academia Silenters, en el Centro de Saltillo. Esa transición entre bata blanca y salón de clases resume lo que ella sostiene con convicción: la inclusión no puede quedarse en discurso, tiene que vivirse en cada espacio.
En su consultorio, la especialista atiende a pacientes sordos con la misma naturalidad que al resto. No son “sordomudos”, recalca, porque “no existen las personas sordomudas”. Su formación en fonoaudiología le ha permitido adaptar la práctica médica a quienes enfrentan barreras de comunicación, en un estado donde prácticamente no hay profesionales con este enfoque.
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La práctica en el consultorio le recordó que la inclusión real ocurre cuando una persona puede participar sin barreras en su vida diaria. “En la inclusión no vivimos de intenciones”, afirma Daniela, y esa misma convicción la lleva al aula cada sábado en Silenters.
LA INCLUSIÓN COMIENZA EN CASA
Valentina tiene 20 años y cursa el sexto semestre de Ingeniería Mecatrónica. Es sorda de nacimiento: a los 18 meses fue diagnosticada, y su madre, Aidee, reconoce que aceptar la noticia no fue sencillo.
Hoy, ambas comparten la vida cotidiana con una naturalidad que se refleja en la sala de su casa, donde Aidee interpreta cada gesto de su hija para que la conversación fluya cuando hay visita que no conoce de LSM. “El primer lugar donde un niño sordo debe ser aceptado es en su familia”, afirma Aidee, convencida de que la inclusión empieza desde ahí.
Cuando Valentina era pequeña, solía comer sola frente al televisor. Para su madre, Aidee, aquello parecía un hábito normal, hasta que una maestra de guardería la cuestionó: “Usted misma está excluyendo a su hija de algo tan simple como la comida en familia.” Ese comentario fue un parteaguas. Desde entonces, la mesa se convirtió en un espacio compartido donde la lengua de señas estuvo presente.
Daniela Espinoza recuerda otro caso que ilustra lo mismo. Una joven, desde Estados Unidos, contactó a Silenters para inscribir a su hermana de 27 años, sorda de nacimiento, que había pasado toda su vida prácticamente recluida en su casa.
Ella se ofreció a pagar las clases a distancia, pero la alumna nunca llegó. Cuando Daniela buscó a la familia, recibió una disculpa: habían decidido que ya no valía la pena intentarlo, que el caso estaba “perdido”.
“La exclusión no siempre ocurre en lo público; también empieza en casa, cuando se deja fuera a alguien de la conversación diaria o se asume que no tiene futuro”, advierte la directora de Silenters.
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CONOCER PARA EXIGIR
Aidee lo resume con claridad: “¿Cómo voy a exigirle al gobierno si ni yo misma sé lo que quiere mi hija?” Para ella, la inclusión no comienza en una oficina pública, sino en el hogar.
Comenta que ha visto casos de padres que llevan a sus hijos a clases de lengua de señas, pero no participan ellos mismos. “No se trata de aventar a la persona y ya. Todos en casa debemos aprender, porque de nada sirve que la persona sorda sepa signar si no tiene con quién comunicarse en lo básico de la convivencia”, comenta.
Daniela coincide. Señala que el aprendizaje compartido es lo que marca la diferencia: “Cuando toda la familia se involucra, la persona sorda no solo aprende un idioma, también gana autonomía y confianza. Y entonces sí, desde ese lugar, se puede exigir al Estado lo que corresponde.”
UNA FAMILIA QUE APRENDIÓ A SIGNAR
La decisión de aprender lengua de señas transformó a toda la familia de Valentina. “La lengua de señas me dio la oportunidad de conectar con mi hija”, dice Aidee.
En su casa, recuerdan, tapizaron paredes con imágenes, alfabeto y palabras para acelerar el aprendizaje. Ese esfuerzo ayudó a Valentina a crecer con las herramientas de comunicación que, hasta hoy, le han permitido vivir con mayor libertad, sin depender siempre de terceros.
El camino, sin embargo, ha estado lleno de desafíos. Aidee reconoce que Valentina ha enfrentado situaciones difíciles como el bullying y momentos de exclusión incluso en espacios educativos, pero también ha encontrado aceptación.
Hoy, Valentina va con ánimos a la universidad. Sus amistades y compañeros de aula, aunque no dominan la LSM, siempre buscan el modo de comunicarse con Vale e incluirla en las actividades escolares.
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Aidee lo resume en una frase que se niega a romantizar: “Muchas mamás se quedan en el duelo de un oído que no escucha, pero yo nunca he deseado que Valentina sea oyente; una persona no es un oído, es mucho más.” Y añade orgullosa que su hija es quien mantiene a la familia informada sobre noticias, recordando que la lengua de señas no solo comunica: estructura el pensamiento y abre la puerta a la autonomía.
SILENTERS: APRENDER PARA INCLUIR
Lo que esta familia construyó en su propia sala —aprendiendo a signar y derribando barreras— es reflejo de una necesidad mayor: más espacios donde las personas puedan realmente aprender LSM y lo que esto conlleva.
Fundada en 2018 y formalizada un año después, la Academia Silenters —dirigida por Daniela Espinoza— se convirtió en la única en Saltillo que sobrevivió a la pandemia. Por sus aulas han pasado más de 600 alumnos y su lema, “Aprender para incluir”, resume la apuesta por enseñar no solo un alfabeto, sino toda una cultura que acompaña a la comunidad sorda.
Cada sábado, el salón de clases reúne a personas sordas y oyentes que descubren nuevas formas de comunicarse. En ese espacio, la lengua de señas deja de ser una barrera y se convierte en punto de encuentro.
Varios estudiantes coinciden en que aprenderla les cambió la manera de entender la inclusión. Esa experiencia común conecta con lo que ya se vive en familias como la de Valentina.
CUANDO LA INCLUSIÓN SE QUEDA EN LO SIMBÓLICO
Pero lo aprendido dentro del aula suele chocar con la realidad de afuera, donde la inclusión muchas veces se queda en el plano de la intención.
La directora de Silenters critica que en Saltillo surgen ejemplos de esa superficialidad: murales con alfabetos de señas mal pintados o espectaculares con frases como “Soy sordo, no me ignores”, que terminan siendo más un recordatorio vacío que una puerta de acceso.
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“La inclusión no es solo una palabra... incluir realmente requiere de mucho trabajo”. Frente a esas acciones que parecen más una foto que una solución, lo que marca la diferencia son medidas sencillas, pero concretas como: intérpretes presentes durante todo un evento, subtitulaje en vivo o sistemas de transcripción automática. Esa distancia entre lo simbólico y lo real también se refleja en los datos oficiales que, a veces, parecieran maquillar la magnitud del reto.
LOS PENDIENTES EN CIFRAS Y SERVICIOS
Esa misma distancia también la ha visto la doctora en su trabajo con pacientes y estudiantes. Explica que en Saltillo el censo reporta alrededor de siete mil personas con discapacidad auditiva, pero la cifra es engañosa: “hay mucho subregistro, sobre todo en adultos mayores y en niños no diagnosticados durante la pandemia”, señala. Y cuando los datos oficiales fallan, las políticas públicas se diseñan sobre arena movediza.
Es entonces cuando la validez de los datos oficiales se vuelve cuestionable. En el censo, menciona Daniela: “las preguntas son ambiguas, no se aplican en todas las zonas y muchas veces los niños quedan fuera de los registros”, explica.
A ello se suma la influencia del entorno socioeconómico. “En comunidades vulnerables, una mujer embarazada no siempre acude a chequeos médicos rutinarios. Si durante el embarazo surge una complicación o una infección no detectada, el diagnóstico llega tarde o nunca. Así nacen muchos casos de discapacidad prevenible”, advierte la médica. Para ella, estas fallas muestran que la discapacidad no puede analizarse sin considerar la pobreza y la falta de servicios básicos.
La consecuencia incluso es visible en cuestiones de la vida diaria: un canal de chat en el 911 para emergencias, el subtitulaje obligatorio en el cine mexicano o la presencia de intérpretes en trámites y audiencias públicas siguen sin llegar. “Sin esos recursos cotidianos —advierte Daniela—, la inclusión queda reducida a una promesa y la vida de una persona sorda se llena de obstáculos invisibles.”
TODO CON NOSOTROS, NADA SIN NOSOTROS
El recorrido por estas historias deja tres escenarios entrelazados: un consultorio donde la comunicación médica se abre paso con lengua de señas, un aula donde oyentes y sordos aprenden a compartir un mismo código, y una sala familiar donde la inclusión se practica todos los días.
En cada espacio late la misma convicción: la inclusión no es un adorno, debería ser un acceso real. La comunidad lo resume en un lema que funciona como advertencia y como guía: “Todo con nosotros, nada sin nosotros.”
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La Academia Silenters, ubicada sobre la calle Coss antes de llegar a Urdiñola en la Zona Centro de Saltillo, es hoy la única institución local que ofrece formación continua en Lengua de Señas Mexicana.
Con el respaldo de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, ha certificado a cientos de alumnos desde su fundación. Sus cursos —básicos, intermedios y avanzados— se imparten de manera presencial y en línea. Y, como subraya su lema, “Aprender para incluir”, no se trata solo de enseñar señas: se trata de acompañar a las personas sordas y oyentes para que la inclusión se viva en todos los ámbitos.