Saltillo: Las almas también regresan, explica vidente qué ocurre cuando el mundo de los vivos se abre
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Odeth, vidente con más de tres décadas de práctica, explica que las almas pueden manifestarse en cualquier momento, aunque la energía del Día de Muertos “abre portales” por la fuerza colectiva de la intención. Habla de los grupos de almas, la reencarnación y la importancia de soltar para que ambas dimensiones puedan seguir su curso.
El lugar está iluminado; los rayos del sol rebotan en las paredes blancas de la sala de Odeth. Ella sonríe: “No necesariamente tienen que venir el Día de Muertos. Las almas pueden manifestarse en cualquier momento”. Lo dice sin misterio, con naturalidad. “Hay una energía tan fuerte que sí puede llegar a sentirse más en esas fechas, pero ellos —ya estando en su misión de muerte— pueden manifestarse cuando se les permite”.
Se define como vidente y clarividente. Desde niña, dice, ha visto y escuchado a los que ya no están. Con el tiempo aprendió a distinguir planos, “bajos astrales” y “seres ascendidos”, hasta entender lo que llama el multiverso de las almas. “Cuando ya tienes la habilidad y te lo permiten, puedes entrar y salir de cada dimensión. Pero no es casualidad, es misión”.
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De acuerdo con su experiencia, el Día de Muertos funciona como un punto de encuentro simbólico. “La energía está concentrada en ese propósito: honrar a los que ya partieron. Por eso el ambiente vibra distinto”. Aclara que no es que las almas “bajen” en automático, sino que la intención colectiva abre la posibilidad. “Es como si la emoción humana creara un puente”. Para ella, ese fenómeno ocurre en todos los credos y tradiciones: así como alguien ora en su casa o acude a una iglesia, otra persona coloca una ofrenda para comunicarse con sus muertos. “Todos lo sabemos, pero muchos le temen”, afirma.
Vivir, morir y trascender
Odeth menciona incluso la película Coco como ejemplo bien documentado. “Las islitas que se ven son los grupos de almas. Cuando una se desintegra y otra la ayuda a cruzar el puente, es así como funciona”. Según explica, las almas no pertenecen a una familia consanguínea, sino a grupos almáticos que se reencuentran en diferentes vidas. “Siempre hay alguien que vuelve para desatorar lo que otro dejó pendiente”.
Desde su visión, la muerte no representa un final. “La muerte es algo muy bonito, porque es cuando realmente asciendes”. Llama a ese tránsito “misión de muerte”: un proceso donde el alma revisa lo aprendido y lo que dejó inconcluso. “Dependiendo de lo que viviste, es lo que te toca experimentar en esa misión. Si cumpliste con tu propósito, te dan permiso para manifestarte. Si no, te toca seguir trabajando en otros planos”.
Asegura que las señales suelen ser simples: un olor conocido, un sueño, un objeto que cambia de lugar. “A veces sentimos que se sientan en la cama o que algo se mueve; no es coincidencia, es una forma de comunicarse”. En algunos altares —cuenta— ha visto fotografías que “caminan solas”. Para ella, son manifestaciones naturales: “Es su manera de decir: estuve aquí”.
También aclara que, en ocasiones, esas presencias no tienen vínculo directo con la persona que las percibe. “A veces no son nuestros familiares —explica—, sino energías que quedaron aquí y buscan equilibrio”. En esos casos, recomienda observar cómo se manifiestan: si causan paz o, por el contrario, desgaste emocional o físico. “Cuando algo empieza a drenar la energía o a alterar la armonía del lugar, hay que atenderlo, porque no todas las almas llegan con el mismo propósito”.
Honrar a los muertos sin retenerlos
Dice que, así como hay entidades que solo buscan despedirse, también existen otras que “bajan” para guiar o acompañar. “A veces vienen a orientarte, a darte un mensaje o a protegerte, aunque no sean de tu sangre. Son de tu grupo almático; te reconocen porque han caminado contigo en otras vidas”.
En su práctica, también acompaña duelos. “Cuando una persona insiste demasiado en llamar a un ser querido, puede desgastarse energéticamente”. Dice que, desde su interpretación espiritual, a veces el alma ya reencarnó y la persona no lo sabe. “A veces el alma ya reencarnó, y aunque no quiera, la estamos reteniendo. Entonces dice: ‘suéltame, tengo que avanzar’”.
A veces, explica, ese silencio no significa ausencia, sino trascendencia. “Cuando ya no hay respuesta o señales, es porque el alma ya cumplió su proceso y pasó a otra etapa”, dice. “Puede ser que haya reencarnado o que esté en otro plano de conciencia, donde ya no puede manifestarse aquí”. Por eso, advierte, insistir en llamar a quien ya no puede responder puede volverse un acto doloroso. “Si el alma ya no está disponible en este plano, lo único que nos toca es agradecer y dejarla seguir. Forzar el contacto es como tocar una puerta que ya se cerró porque del otro lado hay luz”.
Por eso insiste en que honrar no debe confundirse con retener. “Honrar no es llorar todos los días; es agradecer lo aprendido y permitir que sigan su camino”.
Odeth asocia este enfoque con su formación en tanatología. Explica que los apegos, incluso los simbólicos, pueden afectar la salud emocional y física. “Guardar fotos en exceso o quedarte pegado al pasado impide que la energía fluya”. En algunos casos, el proceso incluye liberar culpas. “Muchas personas vienen buscando contacto con sus muertos, pero en realidad lo que traen es culpa: por no haber hecho, por no haberse despedido”.
Recuerda una sesión en la que una mujer logró escuchar el mensaje de su madre fallecida: “Ya no cargues con eso, vive tu vida, yo estoy bien”. “Ese es el verdadero propósito de contactar a los que partieron —dice—: sanar”.
Además, explica que, según su visión, cada tipo de muerte también enseña algo a los vivos. “Hay muertes naturales, muertes agónicas, suicidios... todas tienen un sentido”.
Relaciona estas experiencias con lo que llama karmas heredados: “Si alguien en tu linaje causó mucho daño, puede que otra vida venga a limpiar eso. Por eso hay niños o personas que cargan pruebas difíciles —enfermedades, alguna discapacidad, un accidente—; vienen a liberar al grupo de almas”. Aclara que, desde su perspectiva, la muerte no castiga: corrige.
Ejemplifica con lo que describe como un caso ancestral: “Imagina a alguien que, en otra vida, participó en una guerra y causó mucho dolor. Esa energía queda en el grupo de almas y, generaciones después, alguien nace para limpiar ese karma y ayudar a que todos avancen.” Para ella, ese proceso no ocurre como castigo, sino como parte del equilibrio que rige el universo. “La vida no te cobra, te enseña”.
Añade que, así como existe el karma —la consecuencia de lo que hacemos— también está el dharma, “el regalo que la vida te da por lo que has aprendido”. “Los vivos y los muertos tenemos dharmas —explica—; los primeros lo reciben en forma de oportunidades y amor, los segundos en forma de permiso para guiar a los que aún están aquí”.
Enseñanzas espirituales
Afirma que el alma puede reencarnar muchas veces hasta aprender lo que necesita. “Hay quienes repiten la misma vida veinte veces, hasta que comprenden”. Por eso, dice, la vida y la muerte son solo etapas del mismo viaje. “El propósito del ser humano es ser libre, pleno, auténtico. Cuando lo logras, ya no vuelves a esta tierra”.
Para Odeth, los altares son un recordatorio visible de ese lazo. “No importa si los pones el 1 o el 10 de noviembre, o en cualquier día del año. Mientras haya intención, ellos llegan”. Cada elemento, dice, representa un principio vital: veladoras (fuego y aire), agua (fluidez), tierra (flores y frutos) y copal (purificación). “El agradecimiento es lo más importante —dice—, porque cuando agradeces, ayudas al alma a cruzar el puente”.
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“Claro que, al honrar, puede salir el llanto —dice—, pero sin quedarte ahí. El recuerdo duele porque amamos, no porque debamos sufrir”.
Antes de despedirse, deja una última reflexión: “Cuando morimos, se refleja todo lo que hicimos en vida. Si obras desde el daño, la muerte será pesada. Si obras desde el amor, será un tránsito ligero.”
Luego sonríe. “Por eso hay que aprender a soltar —dice—. Ellos no se van, solo cambian de casa”.