Viacrucis de la comunidad: fe, gratitud y solidaridad en la Casa del Migrante en Saltillo

Aunque los recortes presupuestales de USAID obligaron a reducir a la mitad la plantilla de colaboradores, en la Casa del Migrante en Saltillo las convicciones se mantuvieron firmes: una de ellas, continuar con la actividad de Semana Santa que desde hace años ha unido a migrantes y vecinos de la colonia Landín.
El Viacrucis, instaurado por el padre Pedro Pantoja, volvió a realizarse este 2025, ahora con un enfoque más comunitario, pero con el mismo espíritu de comunión y esperanza.
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José Luis Manzano, coordinador de Atención Humanitaria, recordó que en tiempos del padre Pedro se realizaba un Viacrucis especial para los migrantes, en el que cada estación representaba una etapa del tránsito: la salida del país de origen, la incertidumbre del camino, el rechazo, la violencia, la espera.
“Con la muerte del padre Pedro, se ha dado un sentido más amplio. Ya no es exclusivo del migrante, sino una celebración de toda la comunidad creyente. Aunque el 90 o 95 por ciento de las personas que llegan a la Casa no profesan la fe católica, se les invita a participar con respeto y a entender por qué se hace y cómo se vive”, explicó.
Este cambio ha sido también una forma de agradecer el apoyo que la comunidad ha dado al albergue desde su fundación. “No seríamos lo que somos sin la solidaridad de la rectoría, de los grupos parroquiales y ahora también de iglesias cristianas que se han ido acercando”, dijo José Luis.

Recordó que el albergue nació en una colonia con un ritmo de vida ya establecido y que, con el tiempo, se ha ido construyendo un sentido de pertenencia: “Queremos que la gente entienda que quienes llegan no lo hacen por gusto ni por delincuencia. La mayoría son personas expulsadas por motivos económicos, sociales o de violencia”.
Entre quienes participaron por convicción y con profunda fe estuvo doña Rosa Olivia, vecina de la colonia Landín. Para ella, el Viacrucis no es solo una tradición de Semana Santa, sino una práctica aprendida y transmitida con amor desde que el padre Pedro se acercó a la comunidad.
“Jesús nos enseñó el camino, el padre Pedro lo vino a reforzar, y nosotros seguimos haciéndolo. Aquí, casi todos ayudamos a los migrantes y a quien lo necesite. Jesús decía: ‘A los pobres primero’. Y aunque nosotros somos pobres, hay quienes están en mayor necesidad, y tratamos de ayudarlos”, dijo.

Entre la fila de participantes también estuvo Diego, un joven centroamericano que llegó a Saltillo hace apenas una semana. Es su primera vez en un Viacrucis de esta naturaleza, y aunque no forma parte de su tradición religiosa, lo vivió como un gesto de respeto y cercanía con la comunidad que lo ha recibido con los brazos abiertos.
“Muy bonito. Me relacioné con las costumbres de aquí, me gustó mucho. Desde que llegué a México, el trato ha sido bueno. Aquí en la Casa me cuidan, me alimentan, me llevan al doctor si lo necesito”, compartió.
Diego salió de su país por una fuerte crisis económica. Aunque su plan inicial era cruzar la frontera, ahora contempla la posibilidad de regularizar su situación migratoria y quedarse en México.

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“Un abogado me explicó que si pongo mis papeles en orden, puedo trabajar legalmente. Aquí también hay empresas, y si trabajo, puedo pagar mis deudas y ayudar a mi madre”, dijo. Al preguntarle si cree en Dios, asintió con firmeza. “Le pido por los que no tienen trabajo, por los que están buscando una oportunidad. Le pido que aumente en nosotros su misericordia”.
En cada estación, en cada paso, el Viacrucis de este año fue más que una representación religiosa. Fue una caminata compartida entre quienes parten y quienes acogen; entre la fe y la necesidad; entre el recuerdo de un sacerdote que sembró una devoción y la comunidad que decidió mantenerla viva, como acto de gratitud, amor y esperanza.