Nostalgia por el tocadiscos

Opinión
/ 2 octubre 2015

José Antonio Hernández, "el KS", como le conocían sus compañeros de la entonces Escuela de Ciencias de la Comunicación, en la época en que ocurrió esta anécdota ya maestro de esa misma escuela, tenía la encomienda de viajar a Monterrey para hacer una importante adquisición.

Se había autorizado la compra de una dotación de discos compactos, que en esos años, principios de la década de los 90 del siglo pasado, eran toda una novedad.

Su voz se escuchaba emocionada. Explicaba que en el futuro los discos de acetatos pasarían a la historia y que lo moderno lo constituirían esos minúsculos discos color plata que en nada entusiasmaban a quien esto escribe y lo escuchaba no sin estupor.

"No creo, Pepe Toño", refutaba su servidora, reticente al cambio tan elogiado por él. El viaje a la capital regia no tuvo otra conversación, y el fantástico mundo al que arribamos, donde me topé con un increíble universo de CD's hizo hablar al silencio. De regreso a Saltillo no tuve más remedio que aceptar la realidad, y cambiar de tema para hablar de la majestuosidad de las montañas, esas sí, esperaba, menos volubles que lo que se cimbraba a mi alrededor.

Hace apenas unos meses, también se decretó el adiós a la máquina de escribir, cuando cerró la última fábrica existente en todo el mundo, la empresa hindú Godrej and Boyce Manufacturing Company, pues, dijo, "su uso quedó circunscrito a coleccionistas y viejos escritores que no desean adaptarse a los tiempos modernos con la llegada de las computadoras".

Y así como a la máquina de escribir, había tocado al tocadiscos (valga la redundancia), un aparato que en su evolución ofreció las mil maravillas en apariencia y ella misma hacía palpitar al propietario antes incluso de colocar el disco.

Algo especial dimana de un disco de acetato. Es la fortaleza del material, el petróleo su materia prima, y la magia que inspiran los cauces que habrán de ser viajados por una minúscula y delicada aguja, inconseguible ahora, y cara (o mejor dicho, costosa) por otro lado.

Cinco agujas cuestan lo que un aparato reproductor moderno que incluye: tocadiscos; casetera; cd y radio, con la fantástica función adicional de transportar lo que se desee a una memoria de USB. 

"Y hay quién compra las agujas", confía un nostálgico amante del disco de acetato, quien también comparte la información de la dificultad para hacerse de ellas.

Buscar discos de acetatos es tarea quijotesca. No hay tantos que los requieran, son sólo aquellos en los que aún queda, en un resquicio del alma, un fondo nostálgico y tal vez medio romántico.

Pero a la pregunta expresa, dónde conseguir un autor determinado o una música especial, los que de algún modo tienen contacto con la música, expresan desenfadados: "Lo mejor sería que la música que andas buscando la bajes de Internet".

No es propiamente de Internet lo que se busca, aunque sí, en efecto, ayude muchísimo. Lo que permite el disco de acetato no lo aporta ningún otro medio. Quizá hablando por quien esto escribe, realmente. Como tal ocurriera con el escribidor en máquina de escribir, que siente el estremecer de las teclas y su inconfundible sonido metálico como una extensión de pensamiento y sentimiento.

Algo así con el tocadiscos y el disco de acetatos. La consonancia del ritmo al girar resulta tan especial que logra el hechizo del encantamiento. Pareciera transportarse uno al íntimo momento de fogata, en que todo se concentra en las llamas que se levantan azarosas, una enseguida de la otra, formando las abrasadoras imágenes de un rosicler de verano. El disco de acetato conduce igualmente a la evocación. Pareciera estar uno recitando un mantra o rezando una letanía, tan adormecedor, hipnótico, calmante, resulta.

Lo predijo Pepe Toño. La evolución inminente estaba a la vuelta de la esquina: ya frente a nuestros ojos. Salimos de aquel establecimiento, todo pulcro y anónimo, con una gran cantidad de discos compactos que vendrían a enriquecer el acervo de la escuela.

Hay todavía quienes disfrutan lo que representa otro pasado y, a la distancia, columbramos como el inicio mágico del encender la llama de la recordada fogata.

El del acetato, mundo poblado de sonidos idos, de ambientación acústica especial. Un mundo en el cual se puede sentir otro mundo.

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