Edoardo Mangiarotti, en el Olimpo de la espada

Deportes
/ 29 septiembre 2015

Fue el esgrimista con más medallas, 13, en los Juegos

Madrid.- No era el olímpico que más medallas se colgó, ni el que participó en más juegos, ni el que inició su longeva carrera a una edad más temprana, pero Edoardo Mangiarotti (Renate, Lombardía, 1919), esgrimista italiano fallecido el pasado 25 de mayo a los 93 años, no estuvo lejos de ninguno de esos récords: conquistó su primer oro en su debut en las Olimpiadas de Berlín de 1936, a los 17 años, y en las de Roma de 1960 volvió a subirse por última vez a lo más alto del podio. A lo largo de esos 24 años, cosechó un palmarés de 13 medallas olímpicas (seis oros, cinco platas y dos bronces) y fue 13 veces campeón mundial en campeonatos, amén de ocho platas y cinco bronces. Aunque la mayoría de sus triunfos los obtuvo compitiendo en equipo (en solitario solo ganó tres de los 19 oros que obtuvo entre olimpiadas y campeonatos mundiales), durante un cuarto de siglo se mantuvo en punta de lanza en dos armas tan dispares como la espada y el florete; versatilidad solo superada otro italiano prodigioso, Nedo Nadi, que en los Juegos de Amberes de 1920 se convirtió en el único esgrimista de la historia capaz de ganar la medalla de oro en las tres armas olímpicas actuales: sable, florete y espada. Es el esgrimista que más veces ha pisado el podio en unos juegos.

Mangiarotti está entre los cinco olímpicos que más medallas han conquistado en cualquier deporte. Solo le superan los gimnastas soviéticos Larisa Latinina y Nikolai Andrionov -18 medallas y 16 medallas, respectivamente-, el nadador estadounidense Michael Phelps -16- y empata con el también soviético y gimnasta Boris Sajlin.

En la familia del espadachín lombardo, auténtica dinastía de la esgrima mundial, todo parecía conjugarse para el despliegue de tan fenomenal carrera. Su padre, Giuseppe, fue campeón de Europa de espada, alcanzó una meritoria semifinal en los Juegos de Londres de 1908, ganó todos los títulos nacionales de su especialidad entre 1906 y 1927 (excepto dos temporadas que pasó enseñando el arte de la espada a los sablistas húngaros) y, desde su sala milanesa, fue determinante en la transformación de la esgrima, que pasó de ser trasunto de un duelo en el que lo que importa es tocar sin ser tocado, al deporte que es en la actualidad: una exhibición de agilidad, fuerza explosiva y velocidad en la que prima tocar al adversario antes de ser tocado, aunque sea por una inapreciable fracción de segundo. Transformación en la que no influyó poco la introducción del conteo eléctrico de los tocados, que precisamente se introdujo en las primeras Olimpiadas en las que Edoardo subió al podio, Berlín 1938. Bajo la dirección de Giuseppe, la madre de Edoardo, Rosetta Pirola, se convirtió en campeona italiana; el primogénito de ambos, Dario, se colgó tres medallas olímpicas y la hija de Edoardo, Carola, también representó a su país en los Juegos.

Edoardo Mangiarotti aunaba como pocos esgrimistas, antes y después de él, fuerza, instinto y unos recursos técnicos inusuales: diestro natural, su padre contrarió su tendencia y le impuso el manejo del arma con la zurda, de modo que, en la mejor tradición de las películas de capa y espada -cuando el reglamento lo permitía- era capaz de desconcertar por completo al adversario cambiando la espada de mano en medio del asalto.

COMENTARIOS

TEMAS
Selección de los editores