China se une a Rusia en la lista de adversarios del G7
En total, hay 28 referencias a China en el comunicado final, casi todas ellas describiendo a Pekín como una fuerza maliciosa
Por David E. Sanger
En el comunicado final de los líderes de la cumbre hay 28 referencias a China, casi todas ellas describiendo a Pekín como una fuerza maliciosa.
El jueves por la noche, el presidente Biden estaba ansioso por bajar del escenario en la cumbre del Grupo de los 7, claramente algo molesto tras responder a preguntas sobre la condena de Hunter Biden y las perspectivas de un alto al fuego en Gaza.
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Pero al final de su conferencia de prensa con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, no pudo evitar intervenir mientras el líder ucraniano hablaba con delicadeza sobre la cada vez más estrecha relación de China con Rusia. Biden se inclinó hacia el micrófono apenas Zelenski terminó.
“Por cierto, China no está suministrando armas” para la guerra en Ucrania, dijo Biden, “sino la capacidad de producir esas armas y la tecnología disponible para hacerlo”.
“Así que, de hecho, está ayudando a Rusia”, afirmó.
Durante toda la cumbre del Grupo de los 7 celebrada en Apulia, China ha estado al acecho: como salvadora de “la maquinaria bélica de Rusia”, en palabras del comunicado final de la cumbre; como una amenaza cada vez mayor en el mar de la China Meridional, y como un actor económico caprichoso, que vierte automóviles eléctricos en los mercados occidentales y amenaza con retener minerales críticos necesarios para las industrias de alta tecnología.
En total, hay 28 referencias a China en el comunicado final, casi todas ellas describiendo a Pekín como una fuerza maliciosa.
El contraste con la imagen de China de hace tan solo unos años es notable.
En cumbres anteriores, las principales economías occidentales hablaron a menudo de formar alianzas con Pekín para combatir el cambio climático, el terrorismo y la proliferación nuclear. Aunque China nunca fue invitada al G7 como en su día lo fue Rusia —Moscú se unió al grupo en 1997 y fue suspendido cuando se anexionó Crimea en 2014—, Pekín era descrito a menudo como un “socio”, un proveedor y, sobre todo, un magnífico cliente de todo tipo de productos, desde coches alemanes hasta alta costura francesa.
Ya no es así. Este año, se ha hablado con frecuencia de China y Rusia en el mismo tono, y en los mismos términos amenazadores, quizá el resultado natural de la profundización de sus alianzas.
Un alto funcionario del gobierno de Biden que asistió a las conversaciones de los líderes reunidos en la cumbre, y que más tarde informó a los periodistas, describió un debate sobre el papel de China que parecía dar por sentado que la relación sería cada vez más conflictiva.
“A medida que pasa el tiempo, queda claro que el objetivo del presidente Xi es el dominio chino”, desde el comercio hasta la influencia en cuestiones de seguridad en todo el mundo, dijo el funcionario a los periodistas, quien pidió no ser nombrado tras describir conversaciones privadas.
Pero fue el apoyo de China a Rusia lo que constituyó un elemento nuevo en la cumbre de este año, y lo que quizás hizo cambiar opiniones en Europa. El tema del papel de China apenas se planteó en las dos cumbres anteriores y, cuando se hizo, fue a menudo sobre la influencia de su máximo dirigente, Xi Jinping, como fuerza moderadora sobre el presidente Vladimir Putin, especialmente cuando se temía que Putin pudiera detonar un arma nuclear en territorio ucraniano.
Esta vez, el tono fue muy diferente, empezando por el propio comunicado.
“Seguiremos tomando medidas contra los actores en China y otros países que apoyan materialmente la maquinaria bélica de Rusia”, señaló el comunicado de los líderes, “incluidas las instituciones financieras, en consonancia con nuestros sistemas legales, y otras entidades en China que facilitan la adquisición por parte de Rusia de artículos para su base industrial de defensa”.
Estados Unidos había insistido en incluir ese lenguaje y estuvo presionando a sus aliados para que emularan la acción de Biden a principios de esta semana, cuando el Departamento del Tesoro emitió una serie de nuevas sanciones diseñadas para interrumpir los crecientes vínculos tecnológicos entre Rusia y China. Pero hasta ahora, pocos de los demás países del G7 han tomado medidas similares.
Dentro del gobierno de Biden, cada vez se cree más que la opinión de Xi sobre el papel de China en la guerra en Ucrania ha cambiado en el último año, y que apoyará cada vez más a Putin, con quien ha declarado tener una “asociación sin límites”.
Hace tan solo unos meses, la mayoría de los funcionarios del gobierno consideraban esta afirmación una hipérbole, e incluso Biden, en comentarios públicos, expresó sus dudas de que los dos países pudieran superar sus enormes recelos mutuos para trabajar juntos.
Esa opinión ha cambiado, y algunos funcionarios gubernamentales afirmaron que creen que Pekín también estaba trabajando para disuadir a los países de participar en una conferencia de paz organizada por Zelenski. Más de 90 países asistirán a la conferencia en Suiza este fin de semana, pero Rusia no participará. China, que hace un año expresó su interés en una variedad de planes de alto al fuego y de paz, ha dicho que tampoco asistirá.
En opinión de Alexander Gabuev, director del Carnegie Russia Eurasia Center de Berlín, China se opone ahora a cualquier esfuerzo de paz en el que no pueda ser el actor central.
“Xi, al parecer, no abandonará a su problemático socio ruso, ni tampoco tendrá siquiera una retórica para ayudar a Kiev”, escribió Gabuev en Foreign Affairs el viernes. “En su lugar, China ha optado por un enfoque más ambicioso, pero también más arriesgado. Seguirá ayudando a Moscú y saboteando las propuestas de paz de Occidente. Espera entonces abalanzarse y utilizar su influencia sobre Rusia para sentar a ambas partes a la mesa en un intento de negociar un acuerdo permanente”.
Funcionarios estadounidenses presentes en la cumbre manifestaron que estaban de acuerdo en gran medida con el diagnóstico de Gabuev, pero que dudaban de que China tuviera la experiencia diplomática necesaria para hacerlo funcionar.
Pero el cambio de opinión sobre China fue mucho más allá de las cuestiones que se plantean en torno al desenlace de la situación en Ucrania. Los países europeos, a los que hace unos años les preocupaba que Estados Unidos se mostrara demasiado beligerante con China, suscribieron este año el comunicado, con sus llamados a unas cadenas de suministro occidentales más sólidas y menos dependientes de las empresas chinas.
Implícitamente, el comunicado emitido en conjunto también acusaba a China de una serie de importantes ciberataques de infraestructuras críticas estadounidenses y europeas, instaba a China a “mantener su compromiso de actuar con responsabilidad en el ciberespacio” y prometía “continuar nuestros esfuerzos para interrumpir y disuadir la ciberactividad persistente y maliciosa procedente de China, que amenaza la seguridad y privacidad de nuestros ciudadanos, socava la innovación y pone en riesgo nuestras infraestructuras críticas”.
Esa referencia a las infraestructuras parecía estar vinculada a un programa chino que Estados Unidos denomina “Volt Typhoon”. Funcionarios de inteligencia estadounidenses lo han descrito como un esfuerzo sofisticado de China para colocar un programa malicioso creado en China en los sistemas de agua, redes eléctricas y operaciones portuarias de Estados Unidos y sus aliados.
En declaraciones ante el Congreso y en entrevistas, funcionarios del gobierno de Biden han denunciado que el verdadero objetivo del programa malicioso es obtener la capacidad de interrumpir servicios vitales en Estados Unidos en medio de una crisis en Taiwán, ralentizando la respuesta militar estadounidense y desatando el caos entre los estadounidenses, a quienes les preocuparía más volver a tener agua que mantener la independencia de Taiwán.
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