El día que llegó Hamás

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/ 12 enero 2024

Una investigación de The New York Times sobre lo ocurrido en Be’eri reveló una pesadilla que duró desde poco después del amanecer hasta bien entrado el día siguiente

La masacre de Be’eri no fue un único estallido de violencia que terminó en un instante aterrador. Fue una devastación prolongada, en la que docenas de terroristas deambularon con libertad por un pueblo pastoral israelí, donde asesinaron metódicamente y con crueldad.

Una investigación de The New York Times sobre lo ocurrido en Be’eri reveló una pesadilla que duró desde poco después del amanecer hasta bien entrado el día siguiente.

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Para una nación fundada como refugio seguro para los judíos, las atrocidades de Be’eri destacan como un trauma definitorio de los ataques del 7 de octubre. Se calcula que murieron 1200 personas después de que Hamás y sus aliados cruzaron la frontera ese día, lo cual provocó una campaña israelí en la Franja de Gaza en la que se han asesinado a unas 20.000 personas.

El Times entrevistó a más de 80 sobrevivientes, familiares de víctimas, líderes del pueblo, soldados y médicos y verificó más de nueve horas de grabaciones de cámaras de seguridad, así como de teléfonos y cámaras corporales que grabaron palestinos en Gaza. También revisamos más de 1000 mensajes de texto y grabaciones de voz.

La pérdida de al menos 97 civiles constituyó casi uno de cada diez personas que vivían en Be’eri, una comunidad apenas al este de Gaza.

Hadar Bachar, una niña tranquila de 13 años que había planeado pasar el día en una fiesta del pueblo, estaba decidida a salvar a su padre después de que le dispararon.

Desde la habitación segura, hizo una videollamada al servicio de ambulancias, que quedó grabada y, luego, la compartió con la familia.

Para mostrar las heridas de su padre al operador, Hadar hizo un paneo por la habitación.

Su padre, Avida Bachar, un granjero de 50 años, estaba acostado en el sofá, inconsciente pero vivo. Tenía los pantalones ensangrentados por las balas y la metralla de granadas.

El operador intentó explicarle a Hadar cómo hacer un torniquete con un pedazo de ropa.

“De ninguna manera voy a poder”, respondió. “Ni siquiera puedo levantarme”.

Ella también sangraba por la metralla de una granada.

6:56 a. m.: Comienza un disturbio

Los videos de vigilancia muestran a los primeros milicianos de Hamás mientras salen del bosque en las afueras de Be’eri poco después del amanecer. Eran dos, iban vestidos con uniformes de combate y llevaban rifles de asalto. Se acercaron con cautela a la entrada del pueblo.

Muchos residentes ya habían despertado de un sobresalto unos 25 minutos antes debido a una lluvia de cohetes desde Gaza de una intensidad inusual. El sistema de defensa antiaérea de Israel había interceptado la mayoría de los cohetes y algunos habitantes reanudaron sus rutinas sabatinas.

Nirit Hunwald, una enfermera, se estaba preparando para llevar a sus hijos a una búsqueda del tesoro por todo el pueblo.

Rinat Even, una trabajadora social, planeaba un viaje familiar para ver a sus hermanos y padres en un kibutz cercano.

Avida Bachar estaba fuera de su casa, mirando al cielo, preguntándose cuándo respondería la fuerza aérea israelí al lanzamiento de los cohetes desde Gaza.

Como la mayoría de las granjas colectivas israelíes, o kibbutzim, Be’eri es una comunidad muy unida, a la que una valla y una alta puerta amarilla protegen del mundo exterior.

Con la culata de su rifle, un hombre armado de Hamás rompió la ventana de la caseta de guardia vacía ubicada al lado de la puerta.

Se metió. Un segundo hombre armado se escondió entre los árboles.

Menos de 20 segundos después, Benayahu Bitton, de 22 años, se acercó a Be’eri desde la carretera principal en un sedán, junto con dos amigos.

Los tres habían pasado la noche en una fiesta rave celebrada a unos 3 kilómetros de distancia. Minutos antes, unos hombres armados de Hamás habían atacado la fiesta y los tres habían huido.

Ahora, estaban en el umbral del kibutz Be’eri.

La puerta comenzó a abrirse.

Sin que Bitton lo viera, el segundo hombre armado salió con sigilo de detrás de un árbol, con el arma en alto, y disparó contra el auto.

Bitton se retorció en su asiento antes de desplomarse inerte.

Él y sus dos amigos estaban muertos.

Había comenzado la masacre de Be’eri.

10:05 a. m.: Un terrorista en la puerta

Avida Bachar había vivido en Be’eri toda su vida y administraba las granjas del pueblo. Su esposa, Dana, de 48 años, dirigía una de las guarderías de la comuna.

Habían criado a sus cuatro hijos en una casa de dos pisos en el extremo oeste del pueblo.

Carmel, de 15 años, era un adolescente lleno de energía a quien le encantaba surfear. A Hadar se la consideraba madura para su edad, una joven adolescente que disfrutaba hornear y que a menudo ayudaba a su madre en la guardería. Sus hermanos mayores no vivían en casa.

Después de conocerse la noticia del ataque, la pareja se apresuró a entrar con Hadar y Carmel en su habitación segura. Carmel tomó varios cuchillos de cocina, por si necesitaba defender a su familia.

La pareja se dio cuenta de que los milicianos habían entrado porque sonó el cencerro austriaco que colgaba en la puerta de la entrada.

“Los estamos escuchando”, escribió Dana Bachar en un grupo de WhatsApp familiar a las 10:05 a. m.

Mientras los Bachar se escondían en su habitación segura, grupos de hombres arrasaban el kibutz, según muestra el video de vigilancia. Algunos eran milicianos uniformados de Hamás. Otros parecían civiles de Gaza que los habían seguido.

Para ese momento, un pequeño grupo de fuerzas especiales israelíes había llegado en helicóptero. Intentaron entrar al kibutz por la fuerza, pero los superaban en número ampliamente. Un soldado recibió un disparo mortal y otro resultó herido de bala en el pecho, según dos miembros de la unidad y un civil que los acompañaba.

A última hora de la mañana, se habían retirado a la puerta principal, donde intentaron repeler una nueva ola de atacantes.

Durante unas cuatro horas, la familia Bachar se escondió en su habitación segura, sin que nadie se diera cuenta. Silenciaron sus teléfonos y se comunicaron con sus familiares mediante mensajes de texto y notas de voz susurradas.

A las 11:23 a. m., un grupo de hombres estaba intentando entrar en la habitación segura, según los mensajes que enviaron la familia y sus amigos.

Uno de los atacantes empezó a disparar a la puerta y la perforó.

Una ráfaga alcanzó a Carmel en la mano y el abdomen.

Una segunda ráfaga alcanzó las piernas de Avida Bachar.

Herido y agotado, volvió a caer en la habitación, a la espera de la entrada de los atacantes.

En cambio, empezó a filtrarse humo por debajo de la puerta. Los atacantes habían prendido fuego a su casa.

Desesperados por respirar, los Bachar abrieron la ventana, la cual estaba protegida con persianas de hierro reforzadas. Minutos después, los atacantes derribaron las persianas, lanzaron granadas y le dispararon a la familia.

Las granadas hirieron a Hadar y a su padre.

12:05 a. m.: Se empezó a acabar el aire

A unas casas en la misma calle, Rinat Even, la trabajadora social, se despidió de sus amigos y familiares por mensaje de texto.

“No veo una escapatoria”, les escribió Even, de 44 años, a sus hermanos.

“No creo que lo logremos”, le escribió a una amiga.

Even se estaba sofocando con su familia y su perro en su habitación segura.

Even se había mudado a Be’eri a sus veintitantos años, donde al principio trabajó en el jardín de niños y con el tiempo conoció a Chen Even, un ingeniero hidráulico que después supervisó el riego de los campos del pueblo. Se casaron y criaron a cuatro hijos, cuya edad oscilaba entre los 8 y los 16 años.

Ahora, su casa estaba en llamas, al igual que la mayor parte del vecindario.

El hollín empezó a cubrir las paredes de la casa de los Even. El humo llenaba su habitación segura. Debido al aumento del calor, se desvistieron hasta quedar en ropa interior.

“Debemos salir”, dijo Rinat Even en un mensaje de texto.

Los padres y sus hijos se prepararon para morir.

“No hay aire”, escribió Rinat. “Nadie nos rescata”.

Desesperados, abrieron una ventana y saltaron.

Sin otro lugar donde esconderse, la familia se tumbó debajo de una hilera de árboles, según las fotografías que Rinat Even le envió a una amiga.

Después de abandonar sus ropas en el fuego, los seis quedaron casi desnudos.

Cuando se difundió la noticia de que habían llegado más soldados, las esperanzas de Rinat Even aumentaron.

“Con la ayuda de Dios esto acabará pronto”, le escribió a una amiga.

3:25 p. m.: ‘Llevarlos a todos a Gaza’

La pareja creyó estar a salvo después de huir de la masacre en el festival de música cercano. En cambio, se encontraron con un pueblo cerrado.

La pareja, Yasmin Porat, de 44 años, y Tal Katz, de 37, tocó en varias puertas con la esperanza de encontrar a algún residente que pudiera darles refugio.

Nadie se atrevía a abrir, hasta que llegaron a casa de Hadas Dagan, una profesora de yoga.

Dagan, de 70 años, y su marido, Adi, de 68, apresuraron a los asistentes a la fiesta para que entraran y les prepararon café.

Unas seis horas más tarde, alrededor de las 2:00 p. m., los terroristas llegaron a la casa, según los mensajes de texto que envió Porat en ese momento.

Derribaron la puerta de la habitación segura de los Dagan con un explosivo.

Después de que las capturaron milicianos de Hamás, las dos parejas fueron llevadas a una casa cercana.

Adentro, encontraron a otros diez rehenes, rodeados de hombres armados. Nueve estaban sentados alrededor de una mesa de comedor, entre ellos el dueño de la casa, Pesi Cohen, de 68 años; dos de los invitados de Cohen, y cuatro jubilados y dos gemelos de 12 años que habían sido secuestrados en casas cercanas.

Cerca había un rehén de pie, un chofer palestino de minibús del este de Jerusalén capturado después de que se esperó para recoger a asistentes al festival de música. Otro de los invitados de Cohen estaba muerto, desplomado en el suelo.

Por medio del conductor del minibús como intérprete, los captores explicaron que tenían la intención de llevarse a los rehenes de regreso a Gaza.

Las fuerzas de seguridad israelíes empezaban a recuperar el control de Be’eri, así que le pidieron a Porat que les ayudara a negociar un salvoconducto.

Porat organizó una llamada entre el comandante de Hamás y un agente de policía que hablaba árabe.

“Hola, que Dios te dé salud”, le dijo el comandante de Hamás al agente en árabe, en una llamada que grabó la policía y obtuvo el Times.

“Que Dios te dé salud”, respondió el agente. “¿Con quién hablo? ¿Cómo te llamas?”.

“Dios te bendiga, soy de las Brigadas Al-Qassam”, contestó el comandante, para referirse a la división militar de Hamás. “Si nos causas problemas, mataré a uno de los rehenes que tengo”.

“¿Cuál es el problema?”, preguntó el agente. “Cuéntame”.

“El problema es que quiero llevarlos a todos a Gaza”, respondió el comandante.

“Si nos disparan, mataré a uno de ellos”, agregó.

4:00 p. m.: El dilema de un general

Con el Ejército hecho un desastre, de repente el general de brigada Barak Hiram quedó a cargo de las labores de Israel para recuperar Be’eri y sus alrededores.

Llegó a Be’eri cerca de las 4:00 p. m. y se encontró con un revoltijo desorganizado de unidades israelíes que combatían en distintas partes del pueblo.

Además, se estaba desarrollando una situación complicada en la casa de Cohen, donde estaban detenidos los 14 rehenes.

Para frenar el avance de los soldados, los captores habían obligado a casi la mitad de los rehenes, incluidos los Dagan, a entrar en el patio trasero de Cohen. Colocaron a los rehenes entre los soldados y la casa, según Hadas Dagan y Porat.

Alrededor de las 4:00 p . m., un equipo SWAT de la policía y los hombres armados empezaron a intercambiar disparos, recordaron ambas mujeres. Los rehenes del patio trasero quedaron atrapados a la mitad.

El comandante de Hamás, escondido en la cocina, empezó a quitarse la ropa. Casi desnudo, tomó a Porat, la sacó de la casa y la llevó hacia el equipo SWAT, lo que provocó que los agentes dejaran de disparar.

El combatiente de Hamás se estaba rindiendo y Porat era su escudo humano.

Después de que los dos llegaron a salvo a la policía, el tiroteo continuó, de forma intermitente, durante más de una hora.

Durante otra pausa, Dagan abrió los ojos y vio que al menos dos rehenes y un captor habían muerto en el tiroteo. No estaba claro quién los había matado, declaró.

Mientras se acercaba el anochecer, el comandante del SWAT e Hiram empezaron a discutir. El comandante del SWAT pensaba que más secuestradores podrían rendirse. El general quería que la situación se resolviera cuando cayera la noche.

Minutos después, los milicianos lanzaron una granada autopropulsada, según el general y otros testigos que hablaron con el Times.

“Se acabaron las negociaciones”, recordó Hiram que le dijo al comandante del tanque. “Entren por la fuerza, aunque sea a costa de bajas civiles”.

El tanque disparó dos proyectiles ligeros contra la casa.

La metralla del segundo proyectil impactó a Ari Dagan en el cuello, le cortó una arteria y le causó la muerte, según su esposa.

Durante el enfrentamiento, también murieron los secuestradores.

Tan solo sobrevivieron dos de los catorce rehenes: Hadas Dagan y Porat.

8:00 p . m.: ‘Vaya, esto fue una masacre’

Ya era de noche para cuando las tropas israelíes llegaron por fin a la casa de la familia Bachar.

Un soldado se asomó por la ventana de la habitación segura de los Bachar y alumbró con la luz fijada al cañón de su pistola.

La luz cayó sobre Hadar y su padre, quienes seguían con vida. Su madre y su hermano estaban muertos.

“Vaya, esto fue una masacre”, recordó Avida Bachar que exclamó el soldado.

Pasó otro día antes de que los soldados recuperaran el control total del vecindario.

Para ese entonces, los cadáveres yacían esparcidos por las aceras de todo el pueblo. Más de 120 casas ardían en llamas o estaban en ruinas. Un montón de autos habían quedado reducidos a cascarones de ceniza. Dos trabajadores médicos de emergencias señalaron que encontraron a una mujer muerta atada a un árbol, desnuda.

Al menos 25 personas habían sido secuestradas y llevadas a Gaza.

Mientras se ponía el sol, un soldado divisó y fotografió varios cuerpos semidesnudos tendidos bajo una hilera de árboles.

Eran cuatro: una mujer, un hombre y dos adolescentes, todos en posición fetal.

Eran los Even y sus dos hijos mayores.

A todos los habían matado a tiros.

c.2024 The New York Times Company

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