Batalla por la Casa Blanca, ¿la más brutal de la historia?

Internacional
/ 31 octubre 2016

La toxicidad de la campaña se recordará no sólo como una anomalía generada por Trump, sino como parte de una tendencia, señaló el historiador de Princeton Julian Zelizer.

Si las promesas centrales de la política moderna son la paz y la prosperidad, en realidad no hemos tenido ninguna de las dos en mucho tiempo"....

La campaña electoral de 2016 en Estados Unidos se acerca a su fin, tras establecer un nuevo estándar de hostilidad.

A una semana de los comicios del 8 de noviembre, el duelo entre Hillary Clinton y Donald Trump se convirtió en una batalla de "mujeres desagradables" y "bad hombres" contra seres "deplorables" y votantes "sin remedio".

Una reina de belleza venezolana, la familia de un soldado condecorado, un expresidente y su vida privada, el director del FBI e incluso el papa se vieron arrastrados a la refriega.

En ocasiones, la retórica de campaña ha sido tan subida de tono que ha obligado a profesores de civismo en escuela intermedia a alterar sus lecciones. Pueden agradecerle eso a Trump.

Pero los estadounidenses no pueden decir que no los avisaron.

El 16 de junio de 2015, unos minutos después de iniciar su disperso discurso anunciando su campaña, Trump estaba tachando a los mexicanos de violadores y delincuentes.

Desde entonces, ha horrorizado o encantado a la gente con sus provocaciones.

Cuando Trump se sumó a la contienda ya había once republicanos aspirantes, y aún se presentarían cinco más. Era razonable pensar que el imprudente de Trump lucía como una opción improbable para el viejo partido conservador.

Clinton, en cambio, entró en la batalla demócrata dos meses antes con un impresionante currículo y un alegre video de presentación que de inmediato la convirtió en la favorita para llevarse la candidatura de su partido.

Parecía encaminada a romper una barrera que no había podido superar en las primarias de 2008 contra Barack Obama.

Esta vez fue Bernie Sanders quien se coló en su fiesta y acabó con la ilusión de una candidatura fácil.

Al final, no importa quién gane, el próximo presidente será uno de los más impopulares de la historia.

"Si las promesas centrales de la política moderna son la paz y la prosperidad, en realidad no hemos tenido ninguna de las dos en mucho tiempo", comentó William Galston, académico de la Brookings Institution y que sirvió en el gobierno de Bill Clinton. "Eso creó una atmósfera de descontento y protesta que afectó a los dos partidos políticos este año".

Las primarias republicanas nos dieron a Jeb Bush, Marco Rubio, Ted Cruz y tantos otros que hubo que dividir los debates republicanos en dos segmentos para incluir a todo el mundo.

Trump no fue el único que pegó golpes bajos entre los republicanos.

Rubio, (o "el pequeño Marco" para Trump) se burló de las "manos pequeñas" del empresario neoyorquino. Eso llevó a Trump a asegurar durante un debate que no había ningún problema con sus genitales. Bush describió a Trump como mentiroso, llorón y patán.

Nada pudo frenar a Trump, con su diatriba de insultos y fanfarronadas.

Pese a todo, fue Trump, con su extraña combinación de traje y gorra roja de béisbol, quien mejor canalizó el descontento de muchos estadounidenses hartos de la política tradicional.

En la izquierda fue Sanders, un socialista gruñón, quien agitó pasiones con su "revolución" política. Los jóvenes que habían impulsado las campañas de Obama votaron por él, no por Clinton.

La ex secretaria de Estado tuvo problemas para explicar por qué había utilizado un servidor privado de correo y lo que el director del FBI describió como su gestión "descuidada" de información clasificada. WikiLeaks filtró decenas de miles de correos de la campaña de Clinton, que según fuentes de inteligencia estadounidense habían sido pirateados por rusos. Los correos revelan una considerable angustia en su campaña sobre cómo controlar los daños por su uso de correos y sus pasos en falso en torno a ese tema.

Ella siguió adelante

La idea de elegir a la primera mujer presidenta tenía su atractivo, pero nunca generó la energía asociada a la designación del primer presidente negro.

Aun así, Sanders no consiguió la candidatura pese a ganar 22 de las primarias. Y Trump demostró que su ventaja en los sondeos de opinión era real.

Tras hacerse con la candidatura republicana, Trump arremetió contra una familia musulmana estadounidense que había perdido a su hijo cuando servía en Irak. Puso en duda la imparcialidad de un juez nacido en Estados Unidos con raíces mexicanas. Hizo comentarios de pasada sobre lo que podrían hacer a Clinton los defensores de la venta libre de armas si los agentes del Servicio Secreto que la escoltaban no fueran armados.

Clinton cometió sus propios errores. Restó importancia a la mitad de los partidarios de Trump, describiéndolos como gente "deporable" y "sin remedio", y sólo rectificó a medias cuando esas declaraciones se hicieron públicas.

En septiembre se la vio tambalearse tras asistir a un acto de recuerdo por las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, lo que alimentó los interrogantes que plantea Trump sobre su vitalidad. Resultó que tenía neumonía, algo que había ocultado a casi todo su personal.

Después llegaron tres debates, un desastre anunciado que los votantes no podían dejar de mirar, que fijaron récords de audiencia. Justo a tiempo para el segundo cara a cara estalló una nueva bomba: un video de 2005 en el que Trump básicamente admitía haberse propasado con mujeres.

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Trump se disculpó, diciendo que se trataba de "charla de vestuario" intrascendente y que en realidad nunca había hecho lo que decía en el video.

Una serie de mujeres le acusó públicamente de actitudes sexuales no deseadas.

Entonces, algunos republicanos inquietos lo abandonaron.

Su respuesta a eso fue un ataque frontal contra Clinton. En el segundo debate, Trump sentó en primera fila a tres mujeres que habían acusado a Bill Clinton de conducta sexual inadecuada, y afirmó, sin ofrecer pruebas, que "Hillary Clinton atacó a esas mismas mujeres, y lo hizo con crueldad".

En el último debate, Trump se negó a comprometerse a aceptar los resultados de las elecciones, cuestionando las bases de la democracia.

"Espantoso", dijo Clinton.

"Deja de lloriquear", agregó posteriormente Obama.

Conforme Clinton sacaba ventaja en los últimos sondeos, los demócratas se atrevieron a respirar tranquilos. Entonces, el FBI dijo que habían aparecido más correos y que los estaban analizando.

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Menos de la mitad de los votantes tiene una opinión favorable de ella. Menos aún ven con buenos ojos a Trump.

La toxicidad de la campaña se recordará no sólo como una anomalía generada por Trump, sino como parte de una tendencia, señaló el historiador de Princeton Julian Zelizer.

"Cada vez más votantes se sienten viviendo en dos mundos separados", comentó Zelizer. "Cuando esto ocurre, uno tiende a vilipendiar a su rival".

Ya en los últimos días de campaña, un cartel avistado en Arlington, Virginia, reflejaba lo accidentado de la contienda.

El cartel no proponía a ningún candidato, sino un desastre natural: "Meteorito gigante 2016, simplemente acaben de una vez”.

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